El aislamiento social ha tensionado una serie de responsabilidades sobre las familias, lo que devela una realidad previa a la pandemia: las exigencias y soledad que recaen sobre éstas respecto al cuidado de los niños. Especialmente de las mujeres, quienes suelen hacerse cargo del doble de las funciones de cuidado que sus parejas en los primeros años de vida de los niños (ENUT, 2015), teniendo mayores dificultades para ingresar al mundo laboral y compatibilizar las tareas domésticas con las productivas.

Y es que, el cierre de los espacios públicos y colegios complejiza aún más esta realidad, pues las posibilidades de apoyo para las mujeres y familias se acotan. En el sistema socioeconómico actual los establecimientos educativos no sólo cumplen una función educativa, sino que también de cuidados y garantización de derechos: provee de alimentación, habilita nuevas redes de apoyo y facilita a las mujeres el acceso al mundo laboral, entre otras.

¿Es posible cuidar a niños y niñas sin contar con espacios sociales? El desafío de este tiempo será desnaturalizar:  el hogar como el espacio privilegiado para la crianza, la consideración de las madres como un vínculo suficiente para los niños y la feminización de los cuidados, dando lugar a los deseos de las mujeres más allá de la maternidad. La crianza requiere de lazos, cuidados compartidos y espacios sociales que permitan tramitar con otros las dificultades propias de este tiempo. Será fundamental que las políticas surgidas a propósito de la pandemia contemplen apoyos que no se traduzcan sólo en cumplimiento de tareas escolares que recaigan en responsabilidades individuales y de las madres, sino que consideren la dimensión social de los cuidados. De modo que las mujeres no queden relegadas exclusivamente a la maternidad y el aislamiento no se traduzca en aumentos de exigencias y soledad para las familias.

Valentina Peri

Psicóloga clínica y Coordinadora de la Casa del Encuentro de Renca

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