La noticia sobre la eliminación de la asignatura de Filosofía del plan común de la enseñanza media y su reemplazo por el de Educación Ciudadana ha sacudido la opinión pública. A pesar de que ambas materias no pueden separarse –como bien ha declarado el Ministerio de Educación- es una buena oportunidad para cuestionarnos sobre su importancia –o más bien, su eficacia-. En realidad, siempre habrá espacios para descargos en materia de educación, por el simple hecho de que no es una ciencia exacta.
Como estudiante que fui, sé muy bien que las materias humanistas son en general vistas en poco. No solo son aburridas: son inútiles. Y la lectura no es un placer, sino un castigo ¿De dónde viene todo eso, cuando la evidencia muestra toda lo contrario? He aquí la piedra de tope.
Hace siglos, toda formación humanista estaba llena de barreras infranqueables, que han cedido con el liberalismo. No obstante, muchos hogares aún son pequeños barracones donde los hijos no pueden decidir lo que es mejor para sí mismos. Todos conocemos padres que ni siquiera les permiten elegir su carrera profesional. Eso es verdaderamente un crimen y compromete todo ejercicio de pensamiento crítico. Sólo consagrando la autonomía de cada estudiante y facilitándole los conocimientos respectivos puede haber una real formación humanista. Este último rol puede corresponder a la educación pública, pero el primero sólo a la enseñanza del hogar.
La falta de filosofía es evidente en nuestra sociedad, en todo orden de cosas. No vamos a extendernos en ello ahora, pero si queremos cambiar a una sociedad reflexiva, creativa y pacífica, es necesario que las familias acojan esa libertad, tantos siglos pisoteada por entes gubernamentales. Nuestro país tiene su propia historia, y me duele pensar que tantos padres de hoy sigan ejerciendo las mismas censuras y privaciones, contra sus propios hijos, de la dictadura que tanto nos quitó en civilidad.Lincoln TorresEstudiante de Medicina de la Universidad Católica del Norte.