Definitivamente, esa práctica es cosa del pasado. A diario se inventan nuevas palabras que caen en lo marginal, a saber, palabras que no se encuentran incluidas en el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española).

Una mala formación académica, la necesidad de innovar, el espacio geográfico entre otras, son posibles causantes de este mal hábito que ha ido en aumento, lo que complica más aún el hecho de corregir los errores léxicos que se cometen en el habla de los chilenos.

La mayoría de los jóvenes (incluyéndome), tendemos a usar palabras marginales según el contexto situacional que se nos presentan ya sea, de carácter formal (donde se debe manejar un amplio vocabulario, manejo de información, etc.) , informal y sus derivaciones. Pero si reflexionamos un poco de la cantidad de situaciones que se nos presentan a diario, son muy pocas respecto a los tiempos libres donde uno se encuentra acompañado por amigos (as),compañeros (as),familiares, etc;  con quienes usamos el lenguaje coloquial (común y corriente) debido a que, existe un ambiente de mayor confianza y comodidad frente a ellos. Acciones que se pueden considerar válidas desde un punto de vista más social. Pero ¿Qué sucede con aquellas instituciones y/o personas que manejan un buen uso del lenguaje que día a día se esfuerzan por incentivar la lectura (por ejemplo) y todo aquello que se engloba al eje central denominado “lenguaje”? ¿Se consideran realmente esos esfuerzos? Sí, pero una minoría. ¿Nos sirve una minoría? No (en gran parte), principalmente por una forma natural generalizada del chileno (a) que tiende a ser individualista. Por lo tanto, el conocimiento que se adquiere no provoca grandes cambios porque no se transmite de forma masiva, generando un círculo vicioso.

Soy adolescente, leo diversos textos tanto por gusto o fuerza mayor, pero aún así caigo en lo marginal. Intento buscar razones anexas a las que mencioné anteriormente y puedo concluir que se debe a una posible costumbre generalizada que ha surgido en Chile de muchos años atrás que es un antecedente a la jerga chilena que, se ha propagado hasta el punto de contagiarse de las palabras que nuestro entorno utiliza.

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