Entiendo la Universidad como un espacio dotado de sentido público, esto porque se propone, mediante el conocimiento y la reflexión de la sociedad sobre sí misma, contribuir a la transformación y/o mantención de cuestiones relativas al “bien común”. Para tal objetivo necesita de la definición de un plan de desarrollo situado tanto en sus propias referencias como en las de su entorno. Por lo anterior, es que estoy convencido de que el camino a trazar debe ser deliberado por la comunidad universitaria en su conjunto.
Conscientes de ello, y de que el derecho a la participación vinculante se había imposibilitado en nuestro país, es que allá por los años 2011 – 2012 los estudiantes nos movilizamos para avanzar hacia la democratización al interior de las diversas casas de estudio; una especie de recuperación de algo que se había arrebatado: la recuperación de la democracia universitaria.
Hoy podemos apreciar avances en la materia, sin ir más lejos, hace algún tiempo, el 18 de junio –para ser preciso-, fue derogado el artículo del DFL N°2 que limitaba la posibilidad de que estamentos, como funcionarios y estudiantes, pudieran a través del derecho a voto incidir en los proyectos institucionales.
No obstante, la posibilidad de ejercer la participación efectiva no garantiza que se materialice en la realidad, es decir, recuperamos la posibilidad de ejercerla, sin embargo, debido a la naturalización de una cultura dibujada por prácticas gerenciales y clientelares en muchos espacios no se practica ni se considera. Por lo que es necesario dar un segundo paso: iniciar su consolidación.
En consecuencia, resulta indispensable convertir su puesta en marcha en un objetivo que debe inspirar y desafiar a los actores que conviven en la educación superior, con mayor ahínco en Universidades privadas no tradicionales. Desafío no menor si se trata de demostrarle a la cultura imperante fundada en la desconfianza y la racionalidad mercantil que la participación no es un mero capricho, sino la forma adecuada para definir los caminos que adoptará un proyecto con sentido público.
En síntesis, hoy convivimos con un sistema de creencias y costumbres que se encuentra en las antípodas de la deliberación colectiva y la democracia participativa, lo que llama a tomarse esta fase (inicio de la consolidación de la democracia universitaria) con la responsabilidad, coraje y constancia que ha caracterizado al movimiento estudiantil.
¡Sigamos avanzando!