Le dije con firmeza y mirándola directamente a sus bellos ojos celestes: ¡no quiero más regalos!! 

Sé que no es normal rechazar un regalo, ciertamente  a mí  me encantan las sorpresas envueltas en un papel bonito, y más aún, eso de imaginar cuál es su contenido bajo un tremendo rosetón, me disloca. Pero a ella no le acepto ninguno más, tiene la manía de dejármelos casi camuflados, casi escondidos, en cualquier parte., los encuentro bajo una silla, en la esquina de la cocina, también en el escritorio y hoy…encontré uno bajo la cama o lo que quedaba de él.

Sus regalos varían, según sus actividades diarias; suelo observarla en sus paseos por los alrededores o cuando hace que trabaja en el jardín, tapando o haciendo un nuevo hoyo.  A ratos se pierde por  horas y eso me preocupa, no porque no vaya a regresar,  sino más bien, por lo que pueda traer consigo como ofrenda a mi persona.

Muchas veces pienso en la respuesta a mi pregunta: ¿por qué sólo soy yo su beneficiaria? Me dicen que esto se debe a que “ella me adoptó “, la verdad es que  se presentó en mi vida de repente y sin aviso, llegó en brazos de mis nietos y se adueñó o tomó por asalto mi dormitorio para dormir siesta. De ahí en adelante ha sido una guerra, no saco nada con explicarle que mis almohadas no son para su uso; ni cuenta me doy cuando salta sobre mi cama silenciosamente.

El peor regalo que me ha traído fue un conejito, de color negro y blanco, que ¡horror!, casi no tenía cabeza y que lo dejó  justo bajo mi escritorio. Lo debe haber cazado por los alrededores y pese a ser casi de su tamaño, no logro imaginar la feroz tarea de arrastrarlo hasta mi lugar de trabajo; quizás imitó lo que hacía con sus retoños, cuando los cambiaba de lugar para evitar que los vieran los perros.

El regalo más común que me hace son  lagartijas, las que,  con o sin colas me deja en cualquier parte o por donde yo pase., es tan rápida que una vez la vi desde lejos saltar como una acróbata y atrapar una paloma, que luego – obviamente- me la trajo de regalo, regando el piso de plumas.

Yo no sé – tal vez tenga que averiguarlo en google – si esto de andar repartiendo sus regalos, sea normal para una gata, pero definitivamente y dada su costumbre, necesito saber,  si la Lulú, que así se llama,  dejará de hacerlo o por siempre será generosa con los resultados de sus correrías.

 

                                                                               MARANDA

 

 

 

 

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