Por Jose Miguel Figueroa el Mar, 07/06/2016 - 10:57
Promediando el año 1886 arriba a Valparaíso, procedente de Managua, Nicaragua, un joven pobre, oscuro y con ansias de surgir en un ambiente hostil: Félix Rubén García y Sarmiento.
Si poco o nada nos dice su verdadero nombre, la suspicacia cambiará en sorpresa cuando sepamos su seudónimo literario: Rubén Darío.
Su llegada a nuestro país estuvo precedida por un bochornoso incidente.
En la estación de ferrocarriles de Santiago lo esperaba don Eduardo Mac-Clure, director de La Época y encargado de recibirlo por recomendación de don Eduardo Poirier. Creyendo el primero encontrarse con un adonis aristocrático cubierto de laureles, descubre a un muchacho flaco, vestido con una imposible levita presbiteriana, estrechos pantalones, problemáticos zapatos y una valija repleta de más papeles que camisas.
De sus primeros pasos en nuestro país sabemos que, por recomendación de don Eduardo Poirier, se integró al grupo de redacción del diario “La Época”, periódico que reunía a una pléyade de brillantes redactores, entre los que se encontraban Luis Orrego Luco, Manuel Rodríguez Mendoza, Vicente Grez, Augusto Orrego Luco, Federico Puga Borne, Pedro Balmaceda, Alberto Blest (hijo del novelista), Julio Bañados Espinoza y otros.
En el seno de esa íntima tertulia fue acogido el advenedizo, aunque no con muy cordiales simpatías, a causa de su discreto silencio que siempre lo mantuvo distante y adusto.
Cabe hacer notar, sin embargo, que el excitante ambiente literario que allí se vivía, donde se hablaba de libros y de las últimas producciones, logró despertar la sensibilidad del joven poeta, quien en medio de su penosa estrechez económica, cercana a la miseria, publicó, en julio de 1888, “Azul…”, en una cuidada edición a cargo de don Eduardo de la Barra y Eduardo Poirier y que se convirtió con el tiempo en el libro más emblemático del movimiento modernista.
Falleció en Nicaragua a los cuarenta y nueve años, en el año 1916.