Por Ramón González ... el Lun, 25/04/2016 - 09:26
La muerte es lo más seguro que nos acompaña desde el nacimiento, este acontecimiento se hace más evidente cuando se llega a una edad avanzada. De hecho, cuando somos jóvenes nos creemos inmortales y desafiamos los riesgos como si fuesen diversión. Mas no obstante sus casi cien años, el deceso del presidente Aylwin cruzó la tierra patria desde Arica a tierra del fuego, como un golpe doloroso en el pecho de millones de chilenos.
La decrepitud de la ancianidad no había logrado nublar la memoria del potente líder de la recuperación de la democracia chilena. El primer discurso como presidente de todos los chilenos en el estadio nacional, hoy permanece como un verdadero legado.
Su llamado a la unión de la patria dividida resuena con más fuerza en los días actuales en que las pasiones políticas parecieran enfrentar bandos irreconciliables. La partida de don patricio es, entre otras cosas, un nuevo y oportuno llamado a la reconciliación.
El “nunca más” que proclamó esa noche refiriéndose a los abyectos atropellos a los derechos humanos cometidos por la dictadura, tiene hoy plena vigencia pues las estafas, colusiones, sobornos y boletas falsas son otra forma de atropellar los derechos ciudadanos.
Aylwin permanentemente se refería al cuidado de “la familia chilena” y dio el ejemplo con su testimonio de espíritu ejemplar. La familia respetuosa, amorosa y unida fue su norte al eludir confrontaciones buscando la unidad en pos del bien común y la justicia social que permitiese a muchos mejorar su calidad de vida.
Fue el desarmador de los espíritus que el autoritarismo había puesto en condición de enfrentamiento aún a riesgo de enfrentar críticas por avanzar “en la medida de lo posible”. Gracias a esa sabia estrategia pudo conseguir la consolidación de una tierra de hermanos y no de enemigos.
La patria justa y buena es una tarea pendiente por que los chilenos no hemos sido lo suficientemente justos y buenos y, ahora desde la eternidad, Patricio Aylwin vuelve a reclamarla. La patria celestial, justa y buena, recibe a uno de los suyos.