Mientras que la razón es obviamente vital para nuestra existencia, no debe ser aplicada de manera irrazonable o irracional. La filosofía de reducir la verdad solo a lo que se puede verificar científica  y empíricamente es un ejemplo de esto, es algo ilógico e irracional. Los ateos tienden a hacerlo cuando muestran a “la ciencia” como el “salvador de la humanidad”. Esta manera de pensar se llama cientificismo, y es la creencia, o filosofía, de que la ciencia es la única fuente de conocimiento y que todos los desafíos y acertijos de la vida pueden ser explicados y manejados científicamente. No hay otro modo, dicen, para lograr las respuestas a las máximas preguntas de la vida. Es más, por esta creencia algunos ateos se comportan como “misioneros” que pretenden liberar a la humanidad de la fe en Dios.

A pesar de su importancia, la ciencia no puede someter al método científico las preguntas supremas de la vida. La ciencia explica cómo funciona el mundo físico, y en el proceso investiga como sembrar, curar, desarrollar, facilitar, conectar, etc. Sin embargo, la ciencia no puede explicar algunos de los elementos más importantes de la existencia humana, pues no todo está sujeto al método científico. Por ejemplo, escapan a la ciencia: La ética y la moral, la lógica y las matemáticas, los juicios estéticos y de valor. Incluso, debemos admitir, los hechos históricos en sí mismos no pueden ser sometidos al método científico de laboratorio. El origen del universo queda fuera del alcance de los métodos científicos, ya que no puede ser observado y medido empíricamente.

La ciencia es beneficiosa, es una bendición de Dios. Pero debemos respetar sus límites. La ciencia trata con las observaciones de los sentidos, y está limitada a aquellas cosas que pueden demostrarse por medio de los sentidos y para los sentidos, y por esto hay una esfera de cosas donde la ciencia debe quedar muda, por ejemplo, la existencia de Dios, el origen del universo y los milagros registrados en las sagradas Escrituras, siendo el más maravilloso de ellos, la resurrección de Jesucristo.

 

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Imagen de Josué I. Hernández

Yo soy simplemente un cristiano, un discípulo de Jesucristo, y miembro del cuerpo del Señor, la iglesia, tal como se describe en el Nuevo Testamento (Mat. 16:18).

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