El fin de semana pasado estuve en Valparaíso. Esta vez fui en bus, en un cómodo salón cama en el que me instalé en La Serena, y no me volví a levantar hasta el destino final : la Terminal de Buses de Valparaíso.Con apenas 9 o 10 andenes en un espacio muy estrecho, para un sinnúmero de buses que van entrando y saliendo; el pasillo angosto con sólo dos salidas para la multitud de gente que circula en el sector; estrechos locales de ventas de pasajes, bebidas y diarios; ruidosos vendedores ambulantes de helados, de empanadas y maní; grupos musicales, ofertantes de “alojamientos baratos”, constantes avisos por los altoparlantes a tener cuidado “con los amigos de lo ajeno”… ni hablemos de los baños…En fin, un lugar del que sólo se quiere escapar. Lo curioso es que cuando finalmente se logra salir por la puerta principal, uno se encuentra justo al frente, con la entrada también principal de otro edificio muy distinto: el Congreso Nacional…Allí están las largas escalinatas e impresionantes columnas de dicho edificio, dotado de la más completa infraestructura tecnológica; una enorme mole de 60 mil metros cuadrados de construcción, en cuya estructura se utilizaron 26 mil metros cúbicos de hormigón armado, que se yergue sobre una superficie de 25 mil metros cuadrados, con una torre de cómodas oficinas y un gran estacionamiento subterráneo que -por cierto- se está ampliando… Rodeado de grandes rejas, jardines y guardias, el imponente edificio se alza vacío y silencioso, como el elefante blanco que es, observando con displicencia a su alborotador vecino del frente.Nada nos debe extrañar, los símbolos son la representación perceptible de una idea, y eso precisamente es la contradicción referida: la imagen viva de la indiferencia frente a la realidad, de la mayoría de quienes hoy entibian las cómodas butacas de aquel elegante edificio, del que nadie se quiere escapar…
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