En la transfiguración, Dios el Padre habló diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mat. 17:5). Mas tarde, Jesús dijo “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6). Jesús no dijo que él era uno de varios caminos, ni una verdad entre varias otras, ni una de tantas vidas. Él dijo que Él es el camino, la verdad y la vida. Esto significa que Él es el único camino a la vida eterna, la única verdad divina, y la única fuente de vida espiritual para el hombre. También, esto quiere decir que no hay otro, bajo ninguna circunstancia, que pueda llevar a los hombres a Dios. Entonces, Moisés, Buda, Alá, y todos los líderes espirituales del mundo, quedan excluidos por la declaración de Jesucristo acerca de sí mismo.

Podemos entender las palabras de Cristo de la siguiente manera: Todas las bendiciones de Dios, la esperanza, la misericordia, el perdón, su gran bondad, etc., han sido puestas en una habitación con una sóla entrada, y ésa entrada es Jesucristo. Por la gracia de Dios, Jesús fue enviado a la tierra para llevar a cabo una misión especial. Cristo cumplió todo lo que la ley de Moisés y los profetas decían de él (Luc. 24:44) y la ley pasó, pues todo fue cumplido por el Señor (Mat. 5:18). Debido a que Cristo anuló la ley (Col. 2:14) y la cambió (Heb. 7:12) ninguno de los mandamientos del Antiguo Pacto se aplican al hombre hoy. Hay una ley vigente, y ésta es la ley de Cristo (Gal. 6:2), su Nuevo Pacto (Heb. 8:13). Solo por la perfección del sacrificio de Cristo es que fue posible que se nos revelara a través de Cristo y sus apóstoles “la perfecta ley, la de la libertad” (Stgo. 1:25), es decir, el Nuevo Pacto, la ley de Cristo. Y es por nuestra obediencia a la voluntad de Dios por la fe en Cristo Jesús que llegamos a ser parte del cuerpo de Cristo, su iglesia (Ef. 1:23; 5:23), donde somos agradables a Dios (Ef. 1:6).

La vida cristiana es una existencia gloriosa, con la esperanza constante a pesar de que como individuo el cristiano puede enfrentar guerra, hambre, enfermedad, peligros y dolores comunes a la existencia humana. El cristiano no tiene la esperanza de ser bendecido materialmente con todas las riquezas y comodidades terrenales. La esperanza del Cristo descansa en la promesa de Cristo de una vida eterna con él en los cielos. Acerca de la esperanza cristiana, el apóstol Pablo dijo: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:31-39).

Hoy en día, se hacen cada vez más cotidianas las aseveraciones ateístas de los escépticos, quienes afirman que Dios está muerto y que Cristo no fue sino un hombre totalmente mortal. Con esto, los tales tratan de desviarnos de la verdad acerca de Dios, pero no te desalientes, Cristo ha resucitado y vive para siempre. La tumba donde el cuerpo de Cristo fue puesto estaba vacía cuando los discípulos llegaron aquel domingo por la mañana. Ni siquiera los líderes religiosos enemigos de él pudieron explicar el enigma de la tumba vacía. Pero cientos de testigos, especialmente sus discípulos, lo vieron resucitado y aprendieron de él varias cosas durante cuarenta días antes de que él partiera a los cielos. El cuerpo resucitado de Cristo era tan real que sus discípulos lo percibieron con los sentidos, conversaron con él e incluso comieron con él. Los hechos de la resurrección de Jesucristo son sostenibles racionalmente, son lógicos, realistas y verdaderos. Todo hombre, sin importar su nivel de educación, puede apreciar la evidencia de que Jesús murió y resucitó al tercer día. Cuando fueron perseguidos por su fe, los primeros cristianos aceptaron una muerte horriblemente dolorosa antes que negar a su Salvador. Ellos lo hicieron porque habían visto y oído al Cristo resucitado, habían visto sus milagros y oído sus enseñanzas, habían aprendido de testigos directos la evidencia cristiana de primera mano. Ellos creyeron las palabras de Cristo, creyeron en su Divinidad e hicieron a Cristo el foco de su vida y la base de su esperanza.

El tiempo no ha cambiado nada. Jesús todavía es el camino, la verdad y la vida. Él es la esperanza que tu alma necesita. Jesús es el Cristo, el Santo Hijo de Dios.

 

Autor

Imagen de Josué I. Hernández

Yo soy simplemente un cristiano, un discípulo de Jesucristo, y miembro del cuerpo del Señor, la iglesia, tal como se describe en el Nuevo Testamento (Mat. 16:18).

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