Antaño venerados, respetados y temidos por igual, idolatrados,... símbolos de antiguas dinastías y culturas ancestrales, el futuro del león africano (Panthera leo) no atraviesa por sus mejores momentos y su supervivencia, quizás más que nunca, está bajo sospecha. Hasta hace poco más de un siglo vagaban por las planicies y sabanas africanas casi medio millón de estos poderosos felinos; sin embargo, a día de hoy, su número se ha visto drásticamente reducido a apenas unos 35000 ejemplares y en claro descenso. La reducción de su hábitat fruto del incesante crecimiento demográfico que está experimentando el continente africano y la cruel actividad de la caza deportiva (principalmente procedente de EEUU) están diezmando año tras año la población de este icono de la fauna salvaje africana.
Tuve la gran suerte de poder observar en libertad mi primer león allá en 2004 en el parque nacional Queen Elizabeth, en Uganda. Era un ejemplar majestuoso, único. Un poderoso macho en la flor de la vida que caminaba impasible ante mi nerviosa mirada y fascinación. Algo me marcó desde aquel entonces que me a perseguido hasta el día de hoy para año tras año seguir filmándolos y fotografiándolos a lo largo y ancho del continente africano llevándome incluso a finales de 2013 hasta el mismísimo y recóndito bosque de Gir en el estado de Gujarat, en India, muy próximo a la frontera con Pakistán para poder vivir y observar en primera persona los últimos ejemplares de leones asiáticos (Panthera leo pérsica) que quedan en el mundo. A pesar del espeluznante crecimiento población que un país como India experimenta cada año en este recóndito lugar aún sobreviven unos 450 ejemplares.
Según CITES (Conservación sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) la situación y status del león africano es Vulnerable. Hoy en día sólo Kenia (2100), Botsuana (2535), Sudáfrica (2300) y Tanzania (15500) gozan de poblaciones estables de este felino, albergando Tanzania prácticamente la mitad de todos los leones que se pueden encontrar en el continente. Históricamente los leones se extendían por toda África, Asia e, incluso, sur de Europa. Sus primeros registros datan de hace unos 750 mil años. Desde entonces su población no ha dejado de caer en picado. En Europa desaparecieron entre el 340 a.C. y 100 d.C. En Palestina sobrevivieron hasta las cruzadas. En Siria e Irak hasta principios del s. XX y en Irán el último ejemplar fue abatido en la década de los 40. Poco antes, en las montañas del Atlas de la vecina Marruecos fue abatido también el último ejemplar vivo en libertad del enorme león de Berbería (Panthera leo leo). Por aquel entonces, conscientes de la gravedad de la situación dado el declive de la especie se empezaron a crear los primeros parques nacionales africanos para proteger la fauna del furtivismo, la caza deportiva y el incesante crecimiento demográfico. Así, en 1926, se creó el primer parque nacional africano, el grandioso parque Kruger en Sudáfrica. Durante años la mayoría de autoridades gubernamentales a lo largo y ancho del continente habían concebido a los depredadores, principalmente a los leones, con suspicacia ya que pensaban que eran una seria amenaza para el ganado y la supervivencia de los herbívoros con lo que aniquilaron a muchos de estos felinos sin compasión. Algo que no dejaba de resultar irónico puesto que paralelamente el hombre había diezmado, casi exterminado, la población de rinocerontes y elefantes del continente.
Con los años se fueron creando nuevos parques y reservas por toda África para proteger la fauna pero, desgraciadamente, la caza deportiva del león distaba muy lejos de desaparecer. Hoy en día, muchos países conscientes de la gravedad de la situación han optado por abolir dicha práctica o conceder una moratoria hasta que su población se recupere, aunque en países como Zimbabue o Sudáfrica, la realidad es que, aún hoy, esta atroz práctica está aún lejos de desaparecer. Precisamente son estos dos países quienes más objetos de críticas están siendo por las comunidades conservacionistas; el primero por las recientes muertes a manos de cazadores profesionales sin escrúpulos del león Cecil en 2015 sacándolo con cebo de la seguridad del parque Hwange donde vivía y disparándole con flechas. El animal tardó dos días en morir. Recientemente, en el mismo escenario fue asesinado por otro cazador uno de sus hijos (Xanda) que al igual que su padre estaba siendo monitorizado por la universidad de Oxford. Nada de esto bastó para acabar con sus vidas. Sudáfrica, por su parte, está en el punto de mira de las más prestigiosas entidades conservacionistas por permitir la cruel práctica denominada Caza enlatada (Canned hunting) donde se encierra al felino, en ocasiones drogado, sin posibilidad alguna de huir por su vida para que cazadores sin escrúpulos abatan al animal a cambio de cuantiosas sumas de dinero. A día de hoy, en Sudáfrica sobreviven más leones en granjas criados para abastecer esta inhumana práctica que leones en libertad en todo el país.
La realidad es que hoy en día los leones apenas sobreviven en una treintena de países de África pero en algunos de ellos como Costa de Marfil, Ghana, Guinea, Mali, Níger, Nigeria, Gabón, Ruanda, Malawi o Suazilandia su población es meramente testimonial puesto que apenas concentran a un centenar de ejemplares en su territorio. Tan sólo en nueve países la población de leones supera los 1000 individuos.
Sin prácticamente enemigos naturales, el ser humano es su única amenaza para su supervivencia pero, paradójicamente, es también la llave para su futuro. Con un planeta cada vez más poblado y en constante crecimiento, el espacio resultante para la preservación de la vida salvaje está cada vez más limitado y si, además, sumamos que la demanda de tierras para el cultivo y el ganado está creciendo cada año, el futuro es cuanto menos sombrío. Se hace imprescindible, hoy más que nunca, encontrar una solución urgente para que ganaderos, lugareños y leones puedan vivir en armonía y que los primeros nos vean al felino como una amenaza para su supervivencia sino como una oportunidad de futuro. Para ello es necesario la creación de un fondo común en el que las divisas generadas por los safaris fotográficos que se cuentan en millones de dólares vayan a parar en una pequeña parte en el desarrollo de las comunidades locales. Sólo así podrán llegar a la conclusión que más vale un león vivo que muerto. La caza deportiva es una lacra que ha de acabar. La política de que cada animal tiene un precio sin importar su situación real es insostenible. Como dijo George Schaller:
"Todo cazador que sienta la necesidad de probarse a sí mismo aniquilando a un león, que querría ver su nombre inserto en la columna de obituarios de un libro de trofeos, debería ser capaz de contemplar un rato a su futura víctima. Con suerte, llegará un momento en el que embargado por un sentimiento de humanidad ya no pueda matar más por mero placer"
Se me hace difícil imaginar un día las sabanas y planicies africanas sin la presencia de este majestuoso animal si ese día llegase y teniendo las herramientas a nuestra mano para evitarlo, no lo hiciéramos, habríamos fracasado como seres humanos.
“Los leones son más que animales, son símbolos, tótems y leyenda (...) Cuando miramos a los
ojos a un león en libertad y observamos la gracia de su larga zancada, cuando vemos la
noble serenidad de su boca y su nariz, la orgullosa autoridad de su mentón barbado,
reconoceremos hasta la médula que nacimos con esa imagen grabada”
(Evelyn Ames)