Cuando el rey David viajaba con sus siervos, un hombre llamado “Simei” les siguió para proferir palabras de maldición en su contra, lanzando piedras contra el rey y sus siervos, y acusando a David de ser un hombre sanguinario que estaba recibiendo lo que merecían sus hechos en la rebelión de Absalón. Entonces, Abisai, uno de los hombres de David, quiso ejecutar a Simei (2 Sam. 16:9-14).

El discurso de Simei fue ofensivo, e injusto. Sus palabras de burla mostraron su apoyo a la rebelión de Absalón. Muchos gobernantes, al recibir semejante ataque verbal, habrían castigado tal expresión de manera ejemplar a ojos de la nación. Sin embargo, David no lo hizo. Él sabía que, si bien el discurso de este hombre injusto no era agradable, debía considerarse la posibilidad de que Simei estaba hablando la verdad divina (2 Sam. 16:10).

Oro para para que nuestros gobernantes y líderes nacionales nos sigan permitiendo la libertad de expresión para hablar de las cosas de Dios sin ser castigados por ello, al igual como David lo hizo con Simei. 

Cuando la predicación del evangelio representa con precisión la verdad de las Escrituras, podemos ofender a algunos que no buscan la verdad y sufrir persecución. Si bien podemos (y debemos) seguir predicando la verdad en medio de la persecución, nuestros esfuerzos serán obstaculizados en tales circunstancias, y tal cosa no la queremos, ya que la libertad de expresión nos permite predicar a tantas personas como sea posible. En fin, esto es lo que Dios desea, y es lo que hemos de pedir fervientemente en oración, por el bien de Chile (1 Tim. 2:1-4).

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Imagen de Josué I. Hernández

Yo soy simplemente un cristiano, un discípulo de Jesucristo, y miembro del cuerpo del Señor, la iglesia, tal como se describe en el Nuevo Testamento (Mat. 16:18).

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