El patrimonio es por definición el mayor cohesionador social de nuestras comunidades y sus territorios, construyen nuestras identidades, ya que es por esencia pluralista y dinámica. Por lo tanto, se concibe como piedra fundamental donde se cimenta nuestra sociedad, génesis del impulso del desarrollo de los pueblos. Lamentablemente hablamos de patrimonio y la relación de ciudadanía e instituciones, cuando un conflicto se encuentra tan visible que nos hace olvidar el mayor concepto que logra definir el rol que cumple en nuestra comunidad. La sociedad civil es el lugar específico de la producción del consenso y, por tanto, la base real, la garantía de la estabilidad del Estado, la sede del desarrollo de la hegemonía.
En La Serena, este potencial lo hemos ignorado, centrándonos desde hace un par de años en una visión con escasa reflexión, decantando en uniformar estas identidades, elevando a un nivel de devoción a lo estético, y congelados por visiones particulares.
El patrimonio inmaterial evoca a la memoria como motor de los símbolos, que desarrolla y construye el patrimonio material, en medio de relaciones y tradiciones humanas. Gramsci, postula que existen identidades dañadas y la cultura ha vivido estos procesos. Para restaurarlos, nuestras autoridades deben establecer vínculos dignos con la ciudadanía, renovar esa legitimidad y construir constantemente nuevos estados de consenso y de productividad cultural, ceder poder en la toma de decisiones. La memoria refuerza la identidad y con ello el poder, desgraciadamente no es consciente del significado ya que ahí radica la herramienta que puede solucionar la eterna búsqueda de las soluciones a nuestra zona típica, la constante renovación en Identidad.
El deber de las instituciones es tomar el patrimonio como algo inherente al conocimiento y la comunidad, pero aún estamos lejos, y esa deuda debemos saldarla, transformándola en un deber ético. Se hace necesario, restaurar las identidades dañadas, con gestión participativa y etapas claramente diferenciadas, que defienda los conceptos más grandes, desde lo social, lo cultural, lo político. Educar con respecto al patrimonio nos obliga a revisar nuestras visiones de democracia; entender la multiculturalidad y la pluralidad ratificada en el consenso. Cuando uno comienza a ser consciente de la historia, de los significados, de todo lo que ha pasado, de las batallas libradas para respetar esa decisión de mayorías, se inician los procesos de recuperación de identidades.
Las ciudades cambian, eso es fundamental entenderlo como un proceso lógico y natural, pero necesitan diálogo entre sus habitantes y las autoridades, logrando una visión de cómo recibimos y acordamos lo nuevo que está por llegar profundizando los procesos de democratización de nuestra matriz cultural. Debemos asumir lo que nos han hecho olvidar, lo que nos han hecho odiar, los que nos han hecho despreciar. La identidad vale cien veces más que una persona que no la tiene. Centrarnos solo en dar soluciones estéticas a las problemáticas del patrimonio, profundiza las desigualdades, debemos volver a potenciar y definir a nuestras instituciones ligadas al patrimonio, nos ayudará a proyectarlo con una visión de futuro.