No hay que ser experto para constatar que nuestro país está siendo depredado de manera casi demencial. La desertificación, por ejemplo, ya está a las puertas de Santiago. Hay lugares, en la región del Biobío, en donde se le debe repartir agua a la población en camiones aljibe, debido a la sequía provocada por las empresas forestales que han saturado el territorio con plantaciones que consumen mucho líquido y que, además, son totalmente ajenas a la zona. 

Nuestros gobiernos, preocupados de lo inmediato y de colocar parches, han descuidado el desarrollo sustentable en el mediano y en el largo plazo, dándonos mendrugos para hoy y probablemente nada para mañana.

En dicho contexto, el que algunos municipios impulsen la prohibición de expender los productos en bolsas de plástico, al comercio establecido, si bien pareciera razonable, no lo es; o, en el mejor de los casos, viene a ser demagógica. Resulta hasta risible que la cuenta la pague siempre el señor Moya, aunque sea el hombre de mayores honrados caudales de nuestro país. Viene a ser una mofa, por cuanto no se le entrega la mercadería en bolsas plásticas, en circunstancias que casi todo lo que compra está envasado en ellas: las cecinas, el arroz, el azúcar, los fideos, las ceras, las bebidas, etc. y etc.

Hoy, se nos anuncia que Las Condes también se sumará a la medida de prohibir que los supermercados entreguen los productos en bolsas plásticas. 

¿Por qué no se prohibe, por ejemplo, el expendio de bebidas en botellas plásticas desechables, obligándose a que solo se vendan en botellas de vidrío retornables? ¿Qué hace que esta proposición no sea viable y efectiva? En fin...  

Si pretendemos seriedad, ¿por qué no se prohíbe, por ejemplo, a las empresas que envasen sus productos en plástico? La respuesta es obvia, porque las organizaciones empresariales se opondrían, diciendo, entre otras cosas, que se les cambian las reglas del juego, que les encarecen los costos, que ello afectaría el empleo y todas las razones que se presentan en un largo y archiconocido rosario. Y las autoridades, que parecen engrandecerse prohibiendo, acaban autorizando complacientes.   

Sin embargo, a nadie le importa el bolsillo del pobre Moya que, si olvidó la bolsa reciclable, tendrá que comprar la que le ofrece el supermercado para que, con espíritu solidario”, colabore con los emprendimientos (y con los emprendedores) propios de las bolsas “amigables con el medio ambiente”. ¿Negocio redondo? ¿De quién o de quiénes?

Tal vez sea mejor que deje de blasfemar. 

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