Durante los últimos días el escenario político y social en Chile se ha visto sucumbido por noticias que a nadie ha dejado extraño, con esto me refiero al caso SENAME y al mal llamado bus de la libertad, que bajo nuestra perspectiva solo vine a mostrar-evidenciar, un discurso que se encuentra incrustado en cada rincón de Chile, en cada espacio público o privado. El racismo, la sexualidad, la violencia; no necesitan de un bus que la lleve, porque se encuentra instaurado en cada escuela, en cada discurso político, en la misoginia de la televisión y sus publicidades. Nos produce aciago que dicho bus acapare toda la atención justo en el momento que se descubren atrocidades sufridas por los más marginados de la sociedad, por los inocentes que probablemente, los conservadores del país, no le pararían en su bus, porque no hacen parte de la sociedad que pretenden construir o destruir. Dichos inocentes, que no tienen voz para defenderse, que deambulan en los márgenes más periféricos de la sociedad les ha tocado vivir lo más terrible de nuestra naturaleza humana; el abuso. Abuso, que se ha sabido encubrir, silenciar e incluso olvidar.
La acusación hecha a toda la clase política, solo viene a desocultar los verdaderos intereses de quienes han gobernado Chile durante los últimos 27 años, sin excepción partidista. No es azaroso que conjuntamente se estén descubriendo casos de corrupción, de arreglos económicos y políticos en instituciones tales como Carabineros y Codelco, que solo confirma el epitafio de chile: la copia “feliz” del edén. En momentos de elecciones presidenciales, qué podríamos esperar, en quién podríamos depositar una esperanza, si es que existe, en que algo pueda cambiar. Por un lado existe un candidato que evidentemente tiene puestos sus intereses en la adquisición de más poder político-económico para sus propios beneficios y que no sería extraño -como señalo Warnken (El Mercurio, 2017) - que tuviera que enfrentar juicios o cuestionamientos de ser electo. Y qué nos queda, confiar en la Nueva Mayoría, que todos sabemos que de nuevo no tiene mucho o depositar en un nuevo grupo político que dice venir desde la voz del pueblo, pero que expresan una ética lejana, una ética que no valora al otro como un cercano, una ética que ve al marginado, como marginado y no como un sujeto de encuentro y trascendencia, un grupo que posiblemente responde, en cierta medida, a los cambios que se deben generar en Chile, pero que posiblemente solo darían una oxigenación al sistema.
Posiblemente las elecciones podrían presentar un momento de inflexión en la historia política-cultural y económica del país. Nos referiremos más a la segundo, pues, ciertamente el presente nos exhorta a hacernos cargos del otro, de aquel de piel negra, de aquel que viene huyendo por causa de guerras, del que encuentra en Chile un país para confiar , aquel que estando históricamente en guerra contra el estado sólo exige ser escuchado y tomado en cuenta (en serio), aquel como al igual que aquellos niños maltratados nadie escucha, nadie se preocupa; no dan votos, no hacen parte del llamado “sistema social” , pero que sin duda son parte esencial de nuestra formación como país y como humanidad. Si queremos avanzar hacia mejoras, debemos hacernos cargos de los invisibilizados, debemos pensar en ellos el día de la gran fiesta de la democracia y cada día de nuestra existencia, porque el cambio no se hace tan solo con delegar una función aun otro, sino que nace en cada uno de nosotros en la medida en que vivimos la alteridad.