Al contrario de lo que sucedió en El Despertar de la Fuerza, estrenada el año pasado, que tomó demasiados elementos de la película original de la saga Star Wars, “Un Nueva Esperanza” (1977), en Rogue One se recreó una historia totalmente original, la de los rebeldes que robaron los planos de la “Estrella de la Muerte”.
El único elemento que se repite es aquel que el protagonista sea un huérfano o que se cría alejado de sus padres. Al igual como Luke Skywalker, Rey y el mismo Anakin -quien abandona a su madre para entrenarse para ser un jedi- la protagonista de Rogue One, Jyn Erso, durante su niñez es distanciada de su padre, un científico forzado a colaborar con el Imperio.
Ya adulta, algo traumada y viviendo en el anonimato, Jyn Erso (Felicity Jones) se unirá a una serie de personajes, como el capitán Cassian Andor (Diego Luna) , el piloto desertor imperial Bodhi Rook (Riz Ahmed) , el ciego casi jedi Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y su compañero Baze Malbus (Jiang Wen) para cumplir sus objetivos. Primero, recuperar a su padre y luego, robar los planos. Esta última tarea es una misión suicida, pero el grupo de rebeldes no duda en emprender la, acción que rememora el sacrificio que realizan los soldados de “Los Doce del Patíbulo”. En algún momento, además, el estilo de las naves o la apariencia de la patrulla se vinculan con otras películas de acción como “Apocalipsis ahora” e incluso “Rescatando al Soldado Ryan”.
De igual forma, Rogue One echa mano de personajes icónicos como Darth Vader o la Princesa Leia (cuya actriz Carrie Fisher falleció justamente ayer), apelando a la nostalgia.
Rogue One es quizás la película “más adulta” de la saga. Aquí hay más sacrificio que trompetas de triunfo; más personajes trizados que simpatía, y todo ello la convierte en una mejor película.