En nuestro país aún persiste un lenguaje donde el uso de diminutivos, eufemismos, apocamiento y resignación que es parte de nuestras conversaciones. Entonces y desde ese mismo lenguaje, damos forma a una realidad que pretende contrarrestar ese sentimiento, volviéndose cada vez más usual escuchar hablar de la “cultura del esfuerzo”, “cultura del mérito”, la “cultura del emprendimiento”, o la cultura de cualquier cosa, donde utilizamos justamente un lenguaje contrario, lleno de grandes ínfulas y presunciones.

Éstas se han aplicado sin tapujos ni modestia en temas como la salud pública, la igualdad de género, la pobreza o el desarrollo económico y la más popular de todas: los derechos sociales. Toda esta amalgama de conceptos se agrupa bajo el sexy paraguas del “empoderamiento”, el cual se sustenta bajo tres pilares básicos: poder, concientización y libertad de elección.

Tal vez por mera coincidencia, me he topado esta semana recurrentemente con el concepto “empoderar” y su derivado más cursi: los “empoderados”.

Pero es verdad que, últimamente, la palabra empoderar me sale hasta en la sopa; como si todo el mundo estuviera empoderado o en vías de empoderamiento: los niños, las mujeres, los hombres, la clase baja, las clases media y media-alta, los animalistas, los vendedores ambulantes, los emprendedores.

Ante tal realidad cabe preguntarse ¿Es siempre bueno el empoderamiento?, ¿Puede todo el mundo estar empoderado?, ¿No redundará tanto empoderamiento en una abundancia de falso poder?. Por otra parte, ¿no redundará también en una sociedad más hostil, agresiva y desde ya sin un mínimo nivel de tolerancia?

Al otrora poderío del establishment criollo se vino a oponer el furioso empoderamiento de una ciudadanía que adopta la forma de clientes, usuarios, beneficiarios o consumidores, que gracias a un trabajo sistemático de concientización ha logrado comprender la importancia del pequeño poder, del poder local, del micropoder, como dicen los que saben más. Pero como de costumbre, la pega está hecha a medias; sólo hemos avanzado en entender que este ejercicio de concientización se sustenta exclusivamente en “derechos” pero no así en “deberes”.

Es justamente aquí donde estamos “al debe”, pues esa lógica bipolar de esos empoderados odiosos y peligrosos a quienes dimos ese micropoder, nos hace justificadamente ponernos a la defensiva frente a quienes defienden a ultranza ese “derecho” adquirido. Son los mismos que hoy agreden o violentan a profesores, directores y compañeros en los establecimientos educacionales a punta de molotov; son los mismos que a punta de sillazos, golpes e insultos exigen su derecho de ser atendidos “ahora y ya” en los consultorios; son los mismos que en cada esquina no trepidan en tirarte encima su 4x4 aduciendo su derecho a la libre circulación por las calles; son los mismos que si no obtienen lo que consideran su “derecho”, no dudan en llamar al gerente o al jefe para amarrar al empleado.

“Cría cuervos y te comerán los ojos” reza el popular dicho. Parafraseando al Antipoeta Nicanor Parra, el destino de tanto empoderamiento bien podría ser una “Libertad absoluta de movimiento, claro que sin salirse de la jaula”. A mi juicio el éxito de verdadero empoderamiento viene de la mano de comprender la responsabilidad que significa el poder moral y ético para exigir, para demandar, para protestar, para marchar. Es aquello que nos faculta y nos habilita para “tener derecho a tener derechos”, para garantizar la autonomía de cada persona.

En mi opinión, los procesos de empoderamiento han sido un ejercicio mal entendido, y por ende, mal aplicado en la práctica. Existe una gran asimetría entre la comprensión de nuestros derechos v/s nuestros deberes. ¿Cómo podemos exigir algo desde la perspectiva de nuestros derechos si somos ignorantes respecto de nuestras propias obligaciones y responsabilidades?

Tenemos la obligación y el deber de informarnos, de entender cuáles son las reglas del juego, de participar en la toma de decisiones y de respetarlas, de modo tal de hacernos cargo del rol y contribución personal que aportamos al sistema en el cual hemos decidido participar.

¡Tenga cuidado! Seguramente a esta altura usted, para bien o para mal, ya se ha encontrado en alguna oportunidad con un empoderado. Recuerde que son gente que trabaja de empoderada, y  suelen tener éxito en su propósito.

Autor

Imagen de Christian Aguilera

Licenciado en Turismo de la ULS, con estudios de post-grado en Sistemas de Gestión de Calidad (UTFSM) y Gestión de Emprendimiento (UDP), Candidato a Magister en Educación. Desarrollando actualmente estudios y asesorías públicas y privadas.

 

 

 

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