No es novedad que la educación formal va cambiando diariamente a pasos agigantados y que cada vez, la idea de transmitir meramente los conocimientos o contenidos como una verdad absoluta ya no es lo fundamental ni trascendental, sino más bien, el desarrollo de las habilidades cognitivas que favorezcan la autonomía y autoregulación cognitiva de los y las estudiantes.
La importancia de que las instituciones de formación inicial desarrollen espacios para la construcción y transformación del conocimiento no está en cuestionamiento, sabemos que enseñar a pensar es un gran desafío para todos y todas, ya que, como docentes nos entrega la posibilidad de generar espacios educativos activos, propiciando a su vez procesos metacognitivos, autoreflexivos y de cambio, pero ¿cómo generar estos ambientes donde se propicie el desarrollo del pensamiento? ¿cuál es el rol del o la docente en este contexto?
En este sentido, el reconocido profesor Reuven Feuerstein, señala la importancia de trabajar a través de experiencias de aprendizaje mediado, estimulando el desarrollo de actividades desafiantes, pertinentes y con significado, en las cuales el mediador en este caso el o la docente, es quien elige y organiza a través de sus actitudes y emociones (ser) los contenidos (saber) y los métodos (hacer) más adecuados para propiciar el desarrollo del pensamiento. Es aquí donde nace la importancia de transformarnos en docentes-mediadores, llegando a lograr ser intermediarios entre el sujeto (estudiante) y la experiencia de aprendizaje.
A través de esta reflexión, dejo la invitación a seguir intencionando en nuestras aulas espacios de construcción y transformación del conocimiento, generando también las herramientas necesarias para participar de manera transformadora y crítica.