Señor Director:
Homo homini lupus est (El hombre es el lobo del hombre), es la eterna lucha de la que nos habla el filósofo inglés Thomas Hobbes en su famosa obra “Leviatán”.
Lo anterior ocurre cuando en el año 1651, Hobbes se refiere al egoísmo del comportamiento humano y los intentos de la sociedad para favorecer la convivencia. Situación que hoy se confirma con la sórdida actitud de unos soldados del Regimiento Calama, donde se confunden agresores y agredidos transformándose -en pocas horas- en la principal preocupación del Alto Mando del Ejército.
Ante la pregunta de los medios de comunicación sobre dos videos en que se aprecia una golpiza a un soldado de la unidad militar en Calama, el Comandante en Jefe del Ejército Ricardo Martínez, señaló: “…ese video y el anterior video demuestran una acción cobarde de soldados conscriptos contra un camarada y eso es repudiable…”. Agregando a continuación: “...obviamente que acá hay responsabilidades de mando y control y esas van a ser despejadas el día viernes…”
Un vergonzoso y repudiable hecho que afecta a una unidad militar y que se suma a otras acciones que, en esta semana, han afectado a integrantes del Ejército. Todas ellas en proceso de investigación para determinar los grados de responsabilidad, el tipo de falta cometida o la posibilidad de existencia de un delito.
Para aquellos que han mandado una unidad militar, saben muy bien -por responsabilidad de mando- lo fácil que resulta terminar con una hoja de vida manchada con rojo. Peor aún, cuando la sociedad, la opinión pública y los Medios de Comunicación, se apuran por culpar de todo lo ocurrido a quienes están al mando de aquellos soldados. No buscan la cabeza ni el cuello de los abusadores. Tampoco la cabeza de sus padres, responsables de su formación, menos aún, admiten -como sociedad- que una vez más han fallado. Hoy, pareciera que los únicos responsables fueran aquellos militares que hace unos pocos días atrás los recibieron en el cuartel a estos jóvenes, para iniciar su servicio militar. Aquí no hubo una irresponsabilidad o una aberración profesional durante una instrucción militar. Nada de eso. Lo que hubo aquí es una acción cobarde de un grupo de soldados conscriptos durante un tiempo de ocio o de descanso. Un grupo de jóvenes representantes de nuestra sociedad. La sociedad que hoy tiene Chile.
Para comprender mejor, basta con observar en nivel de delincuencia de los alumnos de diferentes colegios o universidades que, en las últimas tomas, han destrozado sus establecimientos educacionales. Se suma a ello la escasa edad de los delincuentes que participan en los robos a mano armada, de tiendas, autos, casas o transeúntes. Algo que también es parte del bullying escolar, hasta en los mejores Colegios del país. Jóvenes que en unos años más serán llamados al Servicio militar y oportunidad en que, si cometen un delito, el Ejercito -inmediatamente- será injustamente catalogado como el responsable. No el Estado, no la sociedad, no sus padres, no sus maestros. Tal como hoy, lo estamos viendo en Calama.
Muchos de ellos vienen de familias de alto riesgo social y de barrios o poblaciones donde deben convivir con bandas de delincuentes, con la prostitución, con grupos armados o traficantes de drogas. Un ambiente en que lo peor de nuestra sociedad ha sido el ejemplo de vida para varios de estos jóvenes que recién inician su servicio militar y cuyas malas costumbres y modo de vida han acarreado a los cuarteles militares.
En esta oportunidad, hay una gran diferencia. Ya no están al amparo de la pandilla del barrio. Están bajo la custodia de una institución que, pese a todo, ha hecho, hasta lo imposible, por cumplir y ser consecuentes con lo exigido y recomendado en su reciente manual sobre el Ethos de la Profesional Militar. Un manual donde se consagra, se profundiza y se recomienda, la moral y conducta deseada para un militar. Documento avalado por un sagrado juramento y una espada de Damocles que los obliga a denunciar y perseguir toda falta o delito. Una situación que involucra al propio Comandante en Jefe, responsable de liderar esa visión y de proteger el bien superior: El Ejército de Chile. En eso, el General Martínez ha sido muy claro. La institución no avala ni protege a aquellos que cometan faltas o delitos o atenten contra la disciplina y la conducta que debe observar todo militar. Una tarea que, en beneficio del bien común, debería ser replicada por la sociedad toda.
La sociedad y las familias de los soldados que desean tener una experiencia positiva en su relación con el Ejército de Chile, deben saber que al interior de las unidades militares, donde están sus hijos, existe una cadena de mando con responsabilidades de control para impedir todo acto de indisciplina.
El primer responsable es su Comandante de Escuadra, normalmente un joven suboficial o Clase que debe velar -día y noche- por la salud, bienestar y formación militar de los ocho, diez o doce soldados bajo su mando. Después esta el Comandante de Sección. Un joven Oficial que diariamente debe revistar a sus 30 soldados y con solo mirarlos a los ojos, debería tener la capacidad para detectar su estado de ánimo, preocupaciones y de predisposición al servicio. Así hacia arriba, encontraremos al Capitán, Comandante de la Compañía, al Mayor, Comandante del Batallón y finalmente al Coronel, Comandante del Regimiento. Además, en las horas antes de las 6 de la mañana, al medio día durante el almuerzo y después de las 6 de la tarde, adquieren principal relevancia en el control de los soldados, el Oficial de Ronda, el Oficial de Guardia, el Oficial de Semana y el Clase de Servicio. Por lo mismo, el Comandante en Jefe habla de las responsabilidades de mando y control. Es justamente la investigación ordenada, la que debe determinar quiénes y en qué momento falló un probado sistema de mando y control que, por muchos años, ha sido efectivo y útil para asegurar la integridad de los jóvenes soldados que cumplen con su Servicio Militar. Normalmente no es el sistema el que falla, son las personas encargadas de ejecutarlo las que cometen los errores.
En lo particular, considerando que quienes ingresan al Ejército para ser Oficiales, Suboficiales o Soldados, son una muestra de nuestra sociedad, alarmante situación y motivo más que suficiente para poner especial atención a los procesos de admisión y selección, aumentando su rigurosidad, aunque con ello se impida cumplir con las metas o dotaciones requeridas. Eso, al ingreso y, durante su formación, un exigente sistema disciplinario basado en una irreprochable conducta de superiores y subalternos, donde el trato amable, educado y la acumulación de buenos y positivos ejemplos, deberían ser el mejor sinónimo de liderazgo.
Para terminar, no está de más recordar dos cosas. Primero, es el propio Ejército quien denuncia y persigue estos hechos ya que jamás los aceptará y menos hará una defensa corporativa de aquellos que se apartan del Ethos Profesional Militar. Segundo, no se debiera estigmatizar la difícil y delicada responsabilidad de mando ante situaciones que son inmanejables e imprevisibles. La desmedida asignación de responsabilidades para sancionar situaciones como estas, que han ocurrido anteriormente y probablemente seguirán ocurriendo, solo conseguirá aborrecer el deseado y necesario ejercicio de mando o peor aún estaremos formando comandantes timoratos, débiles, sin carácter e irresolutos. Esos que consultan todo a su Escalón Superior.
He ahí la difícil tarea de quien deberá resolver esta situación que exige la aplicación de las virtudes cardinales de la cual nos habla el Ethos de la Profesión Militar:
- La Fortaleza, para actuar con decisión e inteligencia,
- La Templanza, para utilizar adecuadamente la autoridad jerárquica,
- La Justicia, para dar a cada uno lo que le corresponde,
- La prudencia, para analizar con total imparcialidad los hechos ocurridos.
Christian Slater Escanilla
Coronel (R) del Ejército de Chile.