El modelo de desarrollo tocó techo. El descontento social tiene que ver precisamente con que el mito crecimiento-desarrollo no dio abasto y no alcanza para dar cabida a todos los ciudadanos. Este modelo, forzosamente, deja afuera de la acción a buena parte de los actores sociales.
Protestas porque la luz está cortada, por el cobro de peaje en una autopista que antiguamente era pública, por el olor que genera la operación de una empresa, por la contaminación… en fin, todas las protestas tienen que ver con esto: no hay más espacio en este modelo de desarrollo para solucionar los problemas de bienestar que sufren los bolsones sociales más apartados y aislados.
La Nueva Mayoría tiene que ver con esto. Más allá de las diferencias ideológicas de los bloques, lo que nos une es la convicción de derrotar la desigualdad. Esa es la clave del programa de Gobierno de la Presidenta Bachelet y el pegamento que permite que pensemos en que es posible un Chile mejor.
Por eso, con la convicción de que este análisis es compartido, la idea de priorizar no es un paso atrás en este sentido, sino una dosis de realismo. El modelo se defiende cuando se sabe atacado y hoy estamos asistiendo a ese momento de la historia.
Y una buena estrategia también contempla el repliegue como opción, cuando la batalla se pone áspera. Pero es un retroceso que sirve sólo para aunar fuerzas. La guerra no se ha perdido.
Este es el compromiso uno. El país requiere certezas y hacernos cargo de las preocupaciones reales de los chilenos: reactivación y crecimiento de la economía, aprobar los proyectos de probidad y anticorrupción y, por supuesto, poner todo el capital político y los recursos financieros en la reforma educacional. No nos olvidamos tampoco de la reforma Laboral y aprobar la agenda de descentralización y regionalización.
La educación será pública, gratuita y de calidad. Al menos desde el partido que presido esa es la convicción y el primer paso para la derrota de este modelo. Seremos los guardianes de la educación. 
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