Los lugares a los que solemos acudir habitualmente poseen sus restricciones, las que muchas veces están determinadas por el tipo de espacio que sea. 
Incluso hemos visto en este último tiempo cómo los espacios libres también fueron alcanzados por algunas regulaciones de carácter ambiental y de salud. 
Más allá de esto, nuestros mismos hogares también se encuentran bajo algunas normas que todos los que entran ahí deben respetar, aunque a veces distan mucho de lo que nosotros creemos que es lo mejor para el día a día.
Vivimos normados por diferentes leyes que nos dicen qué es lo que podemos o no hacer, si nos detenemos a pensar un rato, son muy pocas las acciones que podemos emprender en libertad y sin que estén al alero de una normativa. 
Las convenciones sociales regulan nuestra vida pública y privada y los ciudadanos nos adaptamos a ellas, independiente de si creemos que apuntan en el sentido correcto o no.
El sábado pasado fui invitado a un oficio religioso  a raíz del aniversario de una organización social de Valparaíso.
Asistieron varias autoridades locales y lo que me llamó profundamente la atención fue que el sacerdote que oficiaba la eucaristía no era de nacionalidad chilena, por lo que no permitió que hubiese asientos reservados para nadie. 
Lo encontré notable, porque esto me hizo pensar que las iglesias o los templos, independiente de los credos que profesen, debieran ser tal vez el único espacio en donde todas las personas sean tratadas de la misma forma, espacios comunes que no tienen asientos nominativos. 
Ya suficiente hacen las organizaciones bancarias y las líneas aéreas para establecer que existen ciudadanos preferentes y no preferentes, instalando la idea de que “tú no eres como los demás”.
Daba gusto ver cuando nombraban a una autoridad y ésta salía de entre la gente que estaba participando de la ceremonia. 
También me dio gusto ver que las autoridades que no respetaron el horario de la invitación se quedaron de pie, molestos, pero de pie. 
Los espacios de oración NO deben tener lugares de privilegio, porque vulneran los principios fundamentales de cualquier credo, la igualdad y la equidad.
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