El dolor y la rabia todavía se sienten en el ambiente tras el fallecimiento de los dos carabineros caídos tras una persecución policial el viernes 11 de noviembre. Sin embargo, el lamentable episodio también puso al descubierto una realidad social de la que pocas veces se habla. La tragedia ocurrida es el corolario de la violencia en la que vivían los seis responsables del hecho. Nos internamos en sus mundos para conocer in situ las historias que llevaron a los hoy imputados por robo con homicidio a no poder evadir el círculo de la delincuencia.

"Cuando le pegaron el tunazo al  ‘Mortadela’ los cabros se chalaron brígido. Empezaron a hacer cualquier ‘hueá’. En vez de calmarse, los locos como que perdieron el miedo”, dice un joven al que llamaremos “Juan”, mientras otro sujeto observa sentado en el banco de una plazoleta. 

“¿Y pa’ qué andai preguntando?, ¿soi paco?”, continúa, y en ese momento el individuo de la plaza se pone de pie y avanza raudo hacia nosotros. Llevábamos una media hora en el sector cerca de Tierras Blancas, en Coquimbo. Por fin habíamos conseguido algo de información, pero en ese momento supimos que debíamos retirarnos de inmediato. La población es brava y el momento es el más complejo.

Claro, habían pasado pocas horas desde el fatal accidente que enlutó al país entero. Y es que nadie quedó indiferente cuando el viernes 11 de noviembre una trágica persecución terminó con la muerte de dos carabineros. 

¿Los responsables? Seis individuos coquimbanos, cuatro de ellos menores de edad, que venían desde Ovalle huyendo de la policía tras haber robado un vehículo. Tan sólo horas antes habían sustraído otro en La Serena. 

Pero la carrera terminó en el kilómetro 62 de la Ruta D 43. Allí impactaron a los efectivos motorizados que participaban en el operativo, dándoles muerte.

Días más tarde fueron formalizados por el delito de robo con homicidio, arriesgando, los mayores, una pena de cadena perpetua efectiva y los menores una década entera tras las rejas. Sí, los antisociales acabaron con la vida de los funcionarios, y de paso marcaron para siempre la de ellos mismos, literalmente a sangre y fuego.

“CON OLOR A PÓLVORA”

Allí estábamos, en Tierras Blancas, donde el ambiente todavía huele a pólvora. Donde en cada esquina alguien habla de ellos, de “los seis”, para los que la sociedad entera está pidiendo las penas del infierno. 

Hay tensión. Cualquier extraño podría ser un enemigo. Así lo entendieron “Juan”, y su amigo...  y nos lo hicieron sentir.

Y es que en este sector todo el mundo se conoce y saben perfectamente quiénes eran los protagonistas del fatal episodio de la Ruta D 43. “Se juntaban con los ‘Pojotos’”, dice otro lugareño, a la pasada, haciendo alusión a una conocida banda dedicada principalmente al robo en lugar no habitado, la cual, de acuerdo a información policial, operaría en Tierras Blancas, la Parte Alta de Coquimbo y Pan de Azúcar.  

De ahí era el “Mortadela”, el sujeto que mencionaba “Juan” frente a la plazoleta, quien recibió un disparo en la cabeza en marzo del 2015 en pleno mercado de Coquimbo mientras almorzaba junto a su polola. Se trataba de un ajuste de cuentas y el joven murió días después en el hospital. 

Este episodio habría marcado a sus integrantes y cercanos a la banda. De hecho, después de eso se radicalizaron y comenzaron la escalada de acciones delictuales.

En ese mundo se movían ellos, los seis del “caso carabineros”. Ese de las balas que vienen y van, donde la traición se paga con la muerte y donde sobreviven sólo los que saben cómo cuidarse las espaldas. 

Por esos caminos transitaban, tratando de seguir los legados perpetuos de sus propios héroes. Marginados por opción, o por no tener otra posibilidad. Cada uno de los sujetos cargando con su pasado y con su futuro, con su historia, una que intentamos descubrir para intentar explicarnos por qué estos individuos nunca pudieron salir del círculo de la delincuencia. 

LOS GEMELOS 

De Tierras Blancas pasamos a Pan de Azúcar. Ha pasado menos de un día desde la muerte de los carabineros y se nota. 

Nadie puede creerlo y no sólo porque aquel fue el escenario del episodio, sino también porque allí han vivido durante toda su vida dos de los imputados, a quienes por motivos legales, solamente llamaremos “los gemelos”. 

Todos los conocen. Claro, nunca pasaron inadvertidos y la gente habla de ellos con naturalidad. “Son jodidos esos cabros”, dice un vecino de muy cerca de la villa donde residen hace unos cinco años junto a su madre y hermanas, provenientes de la villa de enfrente. 

Y es que los lugareños, si bien se muestran impactados por lo que aconteció, afirman que lamentablemente, el camino de los gemelos ya tenía un destino más o menos predecible, como gran parte de los adolescentes del sector, según comentan. “Mire, si aquí los jóvenes están muy tirados. La droga se vende como si fuera pan y después se meten a la delincuencia. Yo creo que eso le pasó a ellos”, asegura otro sujeto que vive por el sector. 

Fuimos hasta su casa. Queríamos contactar a su familia, conocer la historia de estos hermanos adolescentes de primera fuente, pero un candado en la reja de la puerta de entrada fue el primer aviso de que no había nadie en ese momento. “Andan por el hospital”, se oye desde otra ventana. Y es que uno de los gemelos resultó seriamente herido tras el accidente y en ese momento se encontraba internado en el recinto hospitalario porteño, por lo que su madre había ido a acompañarlo, tal como lo ha hecho, desde siempre, pese a que la rebeldía y la mala conducta de sus hijos la hizo pasar bastantes malos ratos. Así lo cuenta la dependiente de un negocio cercano, quien todavía se muestra impactada por lo que sucedió. “La señora lo ha pasado mal”, cuenta, en un tono serio y con propiedad. “Es re esforzada y pudo sacar adelante a sus hijos y a las niñas que tiene. Me acuerdo que les costó harto para tener su casa acá en la villa, ella se inscribió en el comité de vivienda que teníamos y las cosas les resultaron bien”, dice la vecina. 

Esos años fueron buenos para la familia, pero lamentablemente no evitaron que los hermanos continuaran en los malos pasos. Y sí, continuar ese camino que terminó en el kilómetro 62 de la Ruta D 43. 

En el Colegio San Rafael de Pan de Azúcar, donde estuvieron durante algún tiempo los gemelos, los definen como “niños con problemas”. 

Los docentes se muestran reticentes a hablar de la situación, pero aseguran que en el poco tiempo  que estuvieron ahí, tuvieron ciertas dificultades. De hecho, dejaron el colegio para trasladarse a otro, según consignan trabajadores. “Nunca pudieron enmendar el rumbo y el ambiente de acá de Pan de Azúcar tampoco ayudó mucho”, comenta una docente que estuvo con ellos, dando cuenta de una realidad social, latente, esa que genera violencia sobre la violencia y que muchas veces, como ahora, terminan en dolor y en tragedia. 

EL DERRUMBE DE DIXON

Hace sólo algunos meses estudiaba ingeniería en construcción. Tuvo que dejar la carrera por problemas económicos y a partir de ahí, todo se vino abajo. Dixon era el mayor de los sujetos que iba a bordo del automóvil, pero el que tenía la más corta carrera delictual. De hecho, es el único de los seis que no tenía antecedentes. 

Su familia estaba consternada. Habían pasado sólo un par de horas desde la primera formalización el día sábado 12 cuando llegamos hasta su casa y allí, su hermana menor y su madrina relatan algo de la vida del joven hoy formalizado por robo con homicidio. 

Asumen que el joven había cambiado en el último tiempo, que “andaba en cosas”, pero “nunca tan graves”. 

El día anterior, cuando cometió el delito junto a los demás individuos, había salido de su casa en la mañana para comprar cigarros, al menos eso le dijo a su hermana, pero nunca regresó y sus familiares vinieron a saber de él recién en la noche, después del accidente. 

“No nos esperamos nunca que pasara algo así. Él no es de ese mundo. Ahora que lo vimos un rato estaba súper asustado, y obvio que está arrepentido por lo que pasó. Yo creo que nadie quería que esos carabineros murieran”, dice una de las familiares, mientras baja su cabeza y hace un gesto de incredulidad. 

Y es que nada hacía suponer que Dixon llegaría a ser protagonista de un episodio de esta naturaleza. De hecho, era la esperanza de la familia y el único que estaba en la educación superior. Practicaba artes marciales, boxeo y además había participado en varios concursos de cueca. “Tenía futuro”, le decían en el barrio donde vive en Tierras Blancas, uno en el que caer en el flagelo de las drogas y la delincuencia no parece algo complejo. Le pasó a Dixon y le ha pasado a cientos. 

“Tenía futuro”, dice también un funcionario del Colegio Altué de Coquimbo, donde el joven egresó y había obtenido el título de técnico en construcción. 

Cuando fuimos al establecimiento, desde la dirección no quisieron hacer declaraciones de manera formal. Sin embargo, otros trabajadores reconocieron que el joven era uno de los “mateos” del curso, y, por lo mismo, les impresiona aún más la situación que hoy está viviendo. “Yo me imagino cómo debe estar la mamá. Ella era muy conocida aquí en el colegio porque era dirigente del centro de alumnos. Era bien esforzada, trabajaba en la feria y creo que ahora último había estado re enferma”, dice otra trabajadora del recinto, quien apunta hacia la mini cancha donde en ese momento juegan dos pequeños. “Así era este niño, corría de allá para acá. No se veía un niño malo, no se veía un niño malo”, dice, y su voz parece diluirse.

“SE ME FUE DE LAS MANOS”

 “El cabro chico es el más loco” se escuchó desde la esquina, mientras estábamos a la entrada del colegio Santa Cecilia, en la Parte Alta de Coquimbo. Por alguna razón, los jóvenes que ahí estaban sabían que queríamos saber algo más del menor de 14 años, el más pequeño de todos los involucrados en el accidente del viernes 11. 

Días antes, habíamos podido tener contacto con su madre, y nos dijo que el último establecimiento en el que había estado era aquel, ubicado en uno de los sectores más conflictivos del puerto. 

Pero allí, al igual que en el Altué, prefieren no referirse a la situación. “Es algo demasiado complicado”, nos dicen cuando solicitamos hablar con alguien de la dirección para que nos cuente algo acerca de la personalidad del joven y tratar de entender qué lo llevó a caer en el mundo delictual. 

Sin embargo, de igual forma un trabajador del recinto se nos acerca y nos da luces del comportamiento del adolescente. “Era callado, pero acá se sabía que andaba en cosas raras. Si venía re poco, creo que ya no estaba viniendo en el último tiempo. Es una pena lo que pasó, si en el fondo eran unos cabros, que no tuvieron contención”, dice el funcionario. 

Y su madre así lo reconoce. “A mí se me fue de las manos, no sé en qué momento, pero se me fue de las manos”, cuenta, en la sala de espera del hospital San Pablo de Coquimbo, donde la encontramos cuando su hijo todavía se encontraba hospitalizado, el día después del episodio. 

Admite que cometió un error, pero afirma que si hubiese tenido más ayuda, algo podría haber hecho al respecto. “Yo trabajo y él nunca ha tenido un papá presente. Él cuidaba a sus demás hermanas más pequeñas mientras yo no estaba. Ese día que pasó todo salió como a la una, me dijo, mami, vengo altiro, voy a comprar y vuelvo. Una se queda con eso. Nunca imaginé que pasaría todo esto”, relata, angustiada la mujer, quien asegura sólo conocer a uno de los jóvenes que iban en el vehículo junto a su hijo cuando protagonizaron la persecución, precisamente al conductor del automóvil, el individuo de 18 años, quien hoy se encuentra en prisión preventiva en la cárcel de Huachalalume. “Con él era bien amigo, de los demás no sé nada”, dice, mientras se acerca un carro de Gendarmería. Ella se retira, puede que en ese momento tenga una chance de ver al menor.

DE LA ESCUELA A LA CALLE

Y.A.R. son sus iniciales. Se encontraba cumpliendo con una medida cautelar de firma mensual por otro delito. Según algunos cercanos, nunca salió del mundo delictual. De hecho, hacía sólo dos días había sido detenido por personal de la comisaría de Tierras Blancas. Otros aseguran que se estaba esforzando por alejarse de las malas juntas y las costumbres reñidas con la ley.  

En el Colegio de Adultos Olimpo le tenían fe. Conocían el pasado del joven, pero también habían visto su lado más amable, el del alumno que intentaba nivelar estudios haciendo séptimo y octavo básico. 

Y es que había demostrado capacidades y aparentemente le ponía empeño. Así lo cuenta el director del establecimiento, Juan Molina, quien además le hacía clases. “Le costaba, pero trataba de entender. Uno nota cuando un alumno está interesado en el tema y la verdad es que él lo demostraba. Creo que la continuidad que tuvo demuestra eso, porque acá estaba desde el año 2013 y venía superando etapas. Pero uno nunca sabe lo que está sucediendo con ellos fuera de acá”, cuenta el profesor. 

Claro, según relata, el alumno no era de los que se quedaba después de clases con los demás, ni tampoco era particularmente sociable. De hecho, se juntaba con un solo compañero la mayor parte del tiempo y cuando llegaba la hora de retirarse partía raudo, no se sabe dónde. 

Pero esa semana fue particular. El joven, quien pocas veces dejaba de ir al colegio, se ausentó desde el día lunes. Algo andaba mal y los docentes sospecharon que algo podía estar pasando, pero siempre tuvieron la esperanza de que no fuese así.

“La última vez que hablé con él fue la semana pasada, cuando vino a pedirme un certificado de alumno regular que tenía que presentar en el juzgado, no sé bien para qué, tampoco quise preguntarle. Ahí lo aconsejé y él parecía asimilar muy bien los consejos. En verdad uno pensaba que se había alejado de las cosas que lo habían llevado a tener problemas”, comenta el director, mientras afuera de la pequeña oficina donde nos recibe, otros estudiantes se agolpan. Tampoco entienden lo que pasó con su compañero, que hoy está internado en un centro de menores, arriesgando 10 años de cárcel por robo con homicidio. 

AL VOLANTE

Junto a Dixon, Bastián era el otro mayor de edad que iba a bordo del vehículo que arrolló y dio muerte a los dos Carabineros. 

El joven de 18 años era quien iba conduciendo y durante la audiencia de formalización incluso su defensa sostuvo que tenía una responsabilidad mayor por el hecho de ir al volante, lo que no fue acogido por el tribunal. 

Vivía en Tierras Blancas, pero frecuentaba la Parte Alta de Coquimbo, donde era muy cercano a otros grupos. Ahí, uno de sus mejores amigos era el menor de 14 años, quien también participó en el episodio. “Andaban para todos lados estos locos. Choros, si te metiai con uno te metiai con los dos. Creo que las familias igual eran re cercanas”, cuenta un sujeto que encontramos cerca del Colegio Altué, por donde Bastián, al igual que Dixon, tuvo su paso, aunque no terminó los estudios. 

De acuerdo a trabajadores del establecimiento con los cuales pudimos hablar, iba muy poco a clases. “Tenía problemas de conducta este muchacho. Acá se sabía que había pasado por el Sename, y en realidad era un cabro que tenía sus conflictos, al final por eso se retiró y la verdad es que yo no supe más de él”, señala un funcionario. 

Claro, Bastián nunca pudo salir de ese mundo que lo había perseguido desde niño. De hecho, se encontraba cumpliendo una sanción en el Sename, pero la quebrantó. 

Trabajaba esporádicamente ayudando a su padre que tenía una botillería, pero hace poco había tomado la decisión de cambiarse de casa y de intentar darle un vuelco a su vida. 

Se había ido a vivir con su pareja al sector de Las Compañías, en La Serena, y según cuenta ella misma, en el último tiempo había estado mucho más tranquilo, al menos eso era lo que pensaba. “No sé qué habrá pasado por su cabeza. No me puedo explicar”, dice, ahí fuera del hospital San Pablo, donde Bastián todavía estaba internado, antes de ser formalizado el día martes y arriesgar cadena perpetua. 

EL JUICIO

Noventa días de investigación antes de iniciar el juicio, el formal, claro. El social ya fue realizado y los sujetos están pagando la condena. Sus padres han pedido disculpas, pero lo cierto es que nadie cree que sean suficientes. Y es que en una sociedad cansada de la delincuencia, su accionar desató la ira de todos, una que a estas alturas parece ser irreversible. 

 

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