Por: Constanza Rodríguez
“Siento que el tiempo pasa para todos menos para mí, ha sido difícil, pero uno lo asume”, asegura María Zepeda luego de cumplirse cinco meses desde la muerte de su esposo durante un procedimiento policial en Coquimbo. El pasado 9 de abril hubieran celebrado 15 años de matrimonio.
“Mi familia se destruyó en el momento que Hans murió, vivo el día a día porque no te puedes proyectar, me levanto por las niñas o sino no lo haría”, expresa.
Hace poco tiempo volvió a vivir al departamento que compartía con su marido, el Sargento Knopke, y sus dos pequeñas hijas, Alexandra (6) y Leonor (2). En cada habitación del hogar hay al menos una fotografía de él: de cuando pololeaban, en su matrimonio, con las niñas, en su moto.
“Siempre nos acompaña, aquí está lleno de recuerdos, todo lo instaló él, hasta el piso; lo extraño todos los días, me levanto saludándolo y le doy las buenas noches. Sueño con él recurrentemente, a veces conversamos, otras solo me habla, me dijo que cada vez que yo lo necesite él va a hacer dormir a la Leonor, porque a veces estoy muy cansada, también que ya está bueno de andar llorando; le cargaba que yo llorara”, cuenta.
Se enteró de la muerte de los motoristas por la prensa, asegura que cuando vio la foto en su celular no tuvo dudas de que era su esposo y, por lo mismo, estacionó el auto y esperó la llamada que le confirmaría la noticia minutos más tarde.
“Mi Mayor llama y me dice: Mari el pelado se nos fue; ahí se destruyó mi vida, tantos planes y proyectos que quedaron truncados por la irresponsabilidad de algunas personas”, se lamenta.
Cuenta que los momentos más duros del proceso han estado relacionados con las niñas, con explicarles y hacerles entender porque el papá no va a volver, no va a estar para el día del padre, ni para su primer día de clases.
“A la Ale le da miedo que su mamá se muera, todos los días me pregunta si estoy en la lista de Dios, es un tema súper fuerte, el día del funeral ella me dijo que vio a su papá en su cajita, que sabía que era un héroe y que lo mató el auto blanco, pero que no quería que estuviera muerto y que se quería morir con él, me dijo matémonos para que nos vayamos con mi papá; es terrible cuando un hijo te dice que ya no quiere vivir”, rememora aún sin poder esconder la tristeza.
“A mí no me duele pensar en él, es un sentimiento que no puedo describir, como un espacio detrás del corazón, yo todavía lo amo, mis sentimientos por él no han cambiado; yo no sé cuándo se me va a pasar esto, dicen que uno va por etapas, pero esto es difícil”, relata indicando que para sus padres también ha sido duro y que ellos han sido un apoyo fundamental para ella y las niñas.
Leonor de dos años reconoce a su papá en las fotos y lo llama, mientras juega con una pequeña cocina se acerca a una de las fotos y pide que le pasen un llavero de corazón y otro de estrella, casualmente los últimos regalos que les llevó a ella y a su hermana un día después de llegar del trabajo.
“En nuestras conversaciones yo siempre le decía que me iba a morir primero, pero él dejó todo listo y dispuesto para nosotras, yo siempre le decía que vivía la vida muy rápido y él me decía que por algo era; uno nunca piensa que te vas a despedir y a las dos horas va a estar muerto”, dice y asegura que se va a hacer justicia, la de los jueces o la de Dios.
“Yo no les tengo odio a esos jóvenes, porque sumarle odio a la tristeza es mucho para una persona, eso si no los perdono. Todos tenemos que hacernos responsables de nuestros actos, ellos tuvieron la oportunidad de detenerse y no lo hicieron, no tuvieron piedad con Hans ni Luis y ahora están cargando con dos muertes (…) no midieron consecuencias, no vieron que atrás de esos dos carabineros había una familia; me da pena ver que mi hija se saca fotos en el cementerio porque quiere tener una foto con su papá”, relata.
La Sargento Zepeda aún no se reincorpora al trabajo, dice que quiere volver, pero que aún no tiene el pase y cree que podrá hacerlo cuando se terminen los temas legales y el juicio.
“Yo no quiero andar, como decía el Hans, cara a cara con la muerte, si puedo hacerle el quite lo voy a hacer por mis hijas, yo entregué el cargo en la oficina de violencia intrafamiliar, pero sigo ayudando cada vez que puedo y me llaman”, asegura.
“De la institución no tengo nada que decir, me siento súper apoyada por mi General, su esposa, mi Coronel, mi Mayor, mis amigos, tengo excelentes colegas que se han portado muy bien conmigo, he tenido apoyo de gente importante que anónimamente se ha acercado. Estoy muy agradecida de la ciudadanía, el día del funeral de mi esposo yo me sentí la mujer más abrazada de Chile, no sé cuánta gente fue, pero era gente del pueblo, humilde, que llegaban a dejar una florcita, nosotros nos debemos a esa comunidad y la gente me ha demostrado su apoyo, me siento querida”, finaliza.
La Sargento Zepeda y sus hijas visitan la tumba del Sargento Knopke sagradamente cada sábado, a veces también van a la animita de la ruta D-43 o al memorial que sus camaradas instalaron en el patio de la Primera Comisaría en La Serena. Ella confía en que seguirá pasando etapas y que, tal vez, algún día ya no sienta esa tristeza en su corazón.