• Bruno Tardito : “Para mí, el sentido de la vida es entretenerse”
    Bruno Tardito : “Para mí, el sentido de la vida es entretenerse”
Desde La Herradura (Coquimbo), el artista visual Bruno sigue trabajando en sus artes. Conversamos con él rodeado de cuadros, proyectos, ensamblajes, otras obras y una infinidad de materiales en el taller y centro cultural situado en la calle Horno 100.

Aunque ya lo hemos visto, explícanos ¿en qué trabajas actualmente?
“Estoy realizando este mural, es una obra (en la técnica del mosaico) más o menos importante en el sentido de la creación y también estoy trabajando en el Photoshop. Tenía muchos prejuicios con la tecnología, pero una vez que la descubrí me fascinó. Por otro lado, en el año 2015 de repente empezaron a brotar palabras y resulta que estoy haciendo poesía también. Hace poco un sobrino me dijo que yo era un niño que se atrevía a jugar”.
-¿En qué consiste tu trabajo de Photoshop?
“Recojo de internet fotografías muy conocidas y que tengan algún sentido social, sobre problemáticas actuales, y mediante esa herramienta exagero el mensaje de la foto, lo pongo como barroco, más candente, más actual. Ahora estoy trabajando en una serie que se llama “Los demonios”, son nueve y voy a terminar con una cumbre de demonios. Son personajes actuales, poderosos, son los subordinados de los poderes más ocultos, los encargados del trabajo sucio”.
-En algún periodo de tu vida te dedicaste a pintar, ¿por qué el cambio en tu forma de expresarte?
“Porque necesito sorprenderme. No me puedo encasillar en un solo tipo de actividad. No sólo hago mosaico y Photoshop, también hago ensamblaje reciclando materiales. Hay quienes le llaman esculturas, pero yo digo ensamblajes”.


-Leí en una presentación que se hace de ti, que te definen como un “pintor surrealista abstracto”. ¿Es correcto eso?


“Hubo un tiempo que hacía surrealismo abstracto. Son esas pinturas de ahí -muestra uno de los muros de su taller-, pero la mayoría ya se fueron. No me podría yo clasificar porque también me gusta el expresionismo, como ese cuadro de allá. Y es por la ansiedad de sorpresa. No puedo encasillarme aunque he tratado de hacerlo porque es un requisito para tener una cierta connotación en el mundo del arte, que a uno lo reconozcan por un estilo, por una forma, pero yo no puedo, me desespero. Para mí, el sentido de la vida es entretenerse, no hacer cosas por obligación o por conveniencia. Si fuera eso, me dedicaría a otro rubro”.
-En 1973 te fuiste a Arica a estudiar la carrera de Artes Plásticas en la Universidad de Chile. ¿Por qué no terminaste?
“Por varios motivos. Con el golpe militar (11 de septiembre) y todo eso, no me hallé. Y lo otro es que era un cabro chico y creía que me las sabía todas y pensé que sólo iba a crecer como artista. Pasaron cinco años y me di cuenta de que no era un genio y que necesitaba aprender técnicas, teoría y otras cosas. Reintenté volver a la universidad y no me aceptaron. Y entré a estudiar diseño gráfico, en Santiago, con la idea de que no me iba a dedicar a la publicidad porque nunca me ha gustado, pero había herramientas que yo podía aprovechar para lo que me interesaba”.
-De vuelta en Santiago, un año más tarde, fuiste ayudante de la exesposa de Pablo Neruda, Delia del Carril. ¿Qué recuerdas de esa experiencia?
“Tengo bonitos recuerdos. Por contactos familiares de Santiago supe que la Hormiguita estaba necesitando un ayudante. Yo era una especie de “goma” y lápiz de la señora Delia. Fue una bonita experiencia, ella tenía unos 95 años y yo unos 21. Primero, ella humanizó para mí la figura de don Pablo (Neruda) que para mí era como un dios. Ella lo aterrizó inmediatamente: era un gran poeta, pero un ser humano igual que todos. Segundo, la experiencia de trabajo con ella, el rigor, el amor, la pasión. Eso me lo inyectó súper fuerte. Y luego por la cantidad de gente importante e interesante que conocí en ese lugar. Fue muy relevante para el resto de mi formación”.


-¿Qué trabajos realizaste en Santiago en esos años?


“En la carrera de Diseño –en el DUOC, en Santiago- tenía un profesor de dibujo, que a su vez trabajaba en un laboratorio de restauración de pinturas antiguas. Me invitó a trabajar en ese taller y ese fue como mi “Master” en color. Me especialicé en la parte final del proceso de restauración que es reponer el color. Ahí se restauraban las pinturas de La Moneda -afectadas por el bombardeo del 11 de septiembre- y las del Museo San Francisco, del Museo de Historia de Chile. Por mis manos pasaron casi todos los pintores más grandes de Chile”.


-¿Cuándo llegaste a Coquimbo?


“Mi hermano se vino en 1985 y luego se vino mi madre, yo debo haber llegado en 1989. Mi madre había fundado un colegio en Santiago y cuando jubiló se vino a Coquimbo y me hice cargo durante 4 años, fue bonito porque encaucé el colegio hacia una línea más artística. Era estresante, me ocupaba mucho tiempo y yo me dedicaba a lo mío (pintar) en la noche y en 4 años casi me muero. Dejé el colegio y me fui a la calle, unos amigos me acogieron. No tenía un peso y empecé a pintar recogiendo tierra del suelo. Cambiaba pintura por comida, por cigarros o alojamiento, hasta que vendí mi primera pintura, y poco a poco llegué a sostenerme con mis cuadros. Ya tenía unos 35 años. A los 40 empecé a consolidarme y a vencer el prejuicio de que del arte no se puede vivir”.
-Aquí en Coquimbo creaste el Taller Sputnik en 1998...


“Al principio funcionaba acá la Agrupación Horno 100 (la dirección de la casa), pero eso se disolvió. Y entonces armé este taller, acá en el segundo piso. Y como lo revestí con lata, un amigo poeta lo vio y dijo que parecía un Sputnik, una nave interplanetaria artesanal. Ese concepto me gustó y por eso lo bauticé así”.


-Decías entonces que esta nave espacial era como el Arca de Noé. ¿Cómo te ha ido con esa misión?


“Bueno, esos son gustos que uno se da, tirar frases algo locas. Juntando todas estas cosas –se refiere a la infinidad de objetos que pueblan el taller- me imagino que de repente va a suceder algo mágico y que volando voy a salvar el planeta. Es un juego…” (ríe)


-En el año 2000 llevaste a cabo el proyecto “4 puntos cardinales de Coquimbo”. Cuéntanos de esa realización.


“Son cuatro pinturas que hice en la subida al cerro El Vigía antes que se construyera la Cruz del Tercer Milenio. Un amigo me llevó allí y me propuso que pintara en ese lugar desde el cual se puede observar en 360 grados. Asumí el desafío y durante seis meses dibujé el entorno hoja por hoja. Luego durante 4 años lo pinté, en paralelo tenía que pintar otras cosas, viajar a Santiago para conseguir materiales. Luego de un tiempo, Jimmy Campillay, un amigo, trajo al taller a don Pedro (Velázquez, exalcalde de Coquimbo) y él me contó que estaban proyectando la Cruz. La municipalidad compró los cuadros y se instalaron en el Domo (cercano a la Plaza de Armas de Coquimbo). Milan Ivelic, ex director del Museo Nacional de Bellas Artes, hizo ver que no era posible que esas pinturas estuvieran bajo una lupa ya que se estaban quemando. Y ahí siguen, quemándose. He reclamado, pedí que las saquen de ahí, pero no hay respuesta. Es una irresponsabilidad grande porque las pinturas no pertenecen a la municipalidad sino que a la comunidad completa”.


-En 2010 posaste para el fotógrafo Mauricio Toro y su ambrotipo. ¿Cómo te sentiste al otro lado del proceso?


“Bien, porque igual tengo un lado histriónico y todo era como muy teatral. Pero no sólo posé sino que trabajamos juntos y aquí en el taller Mauricio armaba su tinglado para hacer sus fotografías. Hicimos una obra en común que llevamos a México en una experiencia muy enriquecedora. Con Mauricio tenemos una bonita amistad, nos influenciamos en cuanto a la actitud frente al trabajo. Fue muy entretenido trabajar con él”.


-En 2011 realizaste ese viaje a México en compañía de Mauricio Toro; el pianista Horacio Tardito y el poeta Álvaro Ruiz. ¿Qué recuerdos tienes de esa experiencia?


“Fue significativo conocer a la gente, al pueblo mexicano, su arte in situ, mirando las obras de Siqueiros, pero como soy ermitaño echaba mucho de menos mi taller y ya no tengo edad para ese tipo de aventuras. Llevé unas 20 obras y fue un sacrificio tremendo, todo fue costeado por nosotros”.


-Has dicho que tienes “una fascinación con los desechos en general”. ¿Cómo explicas esto desde tu arte?


“Hay varios motivos, por ejemplo, la muerte considerada como un desecho. Nadie sabe qué pasa más allá de esta vida, capaz que pase algo. Desde niño la muerte siempre ha estado a mi lado, se han muerto todos, padre, madre, amigos, parientes. Eso ejerce una interrogante: ¿qué va a pasar? Entonces yo recojo cadáveres de pajaritos…, cuando pintaba los 4 puntos cardinales tenía unos peces bien frescos y observaba en sus ojos cómo se iban apagando y era igual que cuando se apagaron los ojos de mi madre o de mi padre. Lo otro son los desechos industriales y también eso tiene que ver con la muerte porque son recursos que extraemos del planeta, los transformamos en basura, pero se pueden convertir en oro, por así decirlo. Ocupar lo que ya no sirve para que siga sirviendo es como una alquimia”.


-¿Piensas que este taller se podría transformar algún día en un museo?


“Ojalá. Tengo un hijo y sobrinos, quiero influir en ellos para que esto persista más allá de la vida de uno. Ellos también tienen su veta artística y yo creo que esto va a continuar, pero no sé si como un museo. Me gustaría más que fuera un lugar donde la gente pudiera venir a trabajar, a aprender a hacer cosas. Aquí llega gente joven, participan, tocan música, otros pintan. Pero yo tengo que compartimentar los tiempos porque me gusta también estar solo y tengo que controlar mi espacio. No quiero ser egoísta ni que me ocupen todo el tiempo. Para trabajar necesito absoluta concentración”.


-Hay un mural de mosaico tuyo sobre Gabriela Mistral en la Intendencia. ¿Hay alguna otra obra que el público pueda ver acá?


“No, sólo ese mural y los 4 puntos cardinales. Lo extraño es que no se puede ver lo que está en la Intendencia porque no ha sido inaugurado. Lo instalaron en septiembre de 2014 y sigue como vetado para el público y no entiendo por qué. He consultado, pero no he tenido respuesta. Es algo muy raro”.


-Generalmente para un artista el proceso de comercialización de sus obras es muy difícil por diversos motivos. ¿Cómo te va con eso, logras vender tu arte?


“Administro muy bien lo que gano. 2016, por ejemplo, lo tengo cubierto con lo que recibí por ese mural –adquirido por Minera Los Pelambres y donado a la Intendencia regional- si soy disciplinado en mis gastos y yo no tengo grandes consumos. Hay momentos de vacas flacas, otros de retribuciones y así voy pasando. Las penurias a uno le enseñan”.


-Veo en tu página de Facebook que publicas poemas ¿Qué está pasando con la poesía?


“Cuando joven escribía diarios de vida, lo que sucedía en el día. Y dejé de hacerlo porque me di cuenta de que eran puras quejas, me aburrí de eso. Con el tiempo empecé a sentir que tengo cosas que decir y me sorprendí a mí mismo un día que corrió mucho viento (julio de 2015). Y yo observaba el movimiento de los árboles y empecé a escribir. Y lo sentí como un poema y descubrí que puedo escribir poesía y lo estoy haciendo”.


-Si se apareciera Aladino en la playa de La Herradura ¿qué deseo le pedirías para 2016?


“Que todo siga como está planificado en mi cabeza, como lo imagino. Que me diera fuerzas, energía y creatividad para terminar con esta obra (el mural en mosaico), pero tengo muchas otras cosas que quiero hacer, los ensamblajes, el Photoshop, la música, los poemas”. 

 

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