Cristián Luciano Martínez González, de 42 años, nació con el espíritu de bombero, la institución con la que se identifica y que es vinculado, a pesar de haber ocupado cargos públicos como Seremi del Trabajo y de Gobierno.
Se trata de una persona activa, pero que al hablar refleja tranquilidad. Es el actual superintendente de Bomberos de La Serena (cargo que había ocupado antes), institución que bajo su mandato ha tenido importantes avances, especialmente en la modernización de equipos e infraestructura.
Su vida ha pasado en plena capital regional, ya que nació en el casco céntrico de La Serena, espacio que conoce al dedillo. “Nací en plena dictadura y en barrio de dictadura a los pies del regimiento, el 4 de noviembre de 1974. Escuchaba El Cóndor Pasa y a Sol y Lluvia e Illapu, desde ese tiempo fui medio contreras para ciertas cosas”, reseña al situar su nacimiento.
Recuerda como complicado su primer día de colegio y de harto llanto, ya que siempre fue el protegido de sus padres, debido a sus condiciones físicas (albino) y porque en el colegio lo molestaban por el color de su piel y de su pelo, lo que hoy se llamaría bullyng.
Por eso dice que fue complicado salir del seno materno y enfrentarse a la realidad de un colegio público, “donde te hacían bullyng desde los profesores a los compañeros de curso, pero de ahí uno va aprendiendo a cómo defenderse en la vida, porque tus papás te dejan en la puerta del colegio y de ahí para adentro tienes que enfrentarte solo y desde chico tienes que enfrentarte a lo complicado que es la vida”, reflexiona.
Su apariencia le significó muchos sobrenombres y que lo molestaran permanentemente, pero dice que ya en la enseñanza básica aprendió a reírse de sí mismo y después casi no lo molestaban, porque les resultaba fome a sus compañeros, “ya que yo me molestaba solo cuando llegaba a clases y ya no era el tema para ellos”.
Igual recuerda uno de los sobrenombres que le tenían, “Chispita”, por un comercial de Chilectra. “Hasta el día de hoy me dicen chispita los compañeros de la época”, indica y se ríe de buena gana. El sobrenombre era por lo blanco extremo, su pelo, pestañas y cejas clarísimas, casi brillaba como la chispita del comercial.
Reconoce que en su época de estudiante no era un gran alumno. “Siempre fui malo para el estudio, porque siempre fui medio disperso, con déficit atencional que me jugaba una mala pasada, nunca fui muy aplicado y eso lo tengo que reconocer”.
No era destacado, pero siempre pasó de curso. Considera que estaba en la media y señala que “mi conducta de vida siempre ha sido estar ahí. Ya cumplí los 40, ya no fui millonario, así que para que tanto”.
Pasó por la Escuela Japón, después por el Gregorio Cordovez. También en el Salesiano, pero confiesa que como tenía problemas a la vista le costaba hacer las cotas de dibujo técnico. “No califiqué en el trabajo técnico y me tuve que cambiar de colegio a uno humanista y me fui al Gregorio Cordovez a estudiar”.
TRABAJO TEMPRANO
Martínez recuerda que en su época de estudiante no era mucho de participar en juegos con compañeros y que le gustó trabajar desde temprana edad. “Empecé a trabajar a los 13 años en La Recova. Me gustaba llevar plata para los gastos del colegio, financiarme mis útiles, mi uniforme, el de mi hermano. Por lo tanto, siempre fui busquilla”.
En ese lugar hoy turístico, trabajaba en una carnicería llevando los pedidos a los restaurantes del centro de la ciudad. Después trabajó en un centro de videos ubicado en calle Cordovez con O’higgins llamado Play Center, donde las hacía de fichero y de junior. “nunca me dediqué a lo que hacía un niño normal que era jugar a la pichanga, a la escondida, me preocupaba más de trabajar. Yo he trabajado en todo desde muy chico”.
Aunque recuerda que se juntaba con los amigos de la cuadra en la noche a jugar al Paco y Ladrón. “Pero siempre fui de buscar trabajo. Recuerdo que había un hombre que hacía cacharritos de greda (Denis Díaz), pescaba una caja y me iba a vender cacharitos de greda a los restaurantes, creo que de ahí saqué unos dotes medio gitanísticos para dedicarme al comercio.
Tuve siempre la misma conducta, no era de los que salía del liceo y se iba para la plaza a buscar una polola. Tuve nada de pololas en el liceo, porque me iba a cambiar ropa y me iba al tiro a trabajar y no porque me lo exigieran en la casa o tuviera necesidades, sino porque me gustaba trabajar, me gustaba mantenerme activo, no sé incluso si me gustaba que me vieran con uniforme, porque como me veía más adulto que el resto, no me gustaba que me vieran como del colegio”.
EL ASISTENTE JUDICIAL
Sus estudios superiores los inicia en Antofagasta, donde se recibe de asistente judicial, pero se da cuenta que con ese título no alcanzaría lo que buscaba, por lo que decidió estudiar otra carrera y se recibió de ingeniero en administración de empresas, lo que le abrió puertas y comenzó a trabajar en consultorías con varias empresas y organizaciones y también escala en el mundo político alcanzando el cargo de seremi del trabajo en el año 2007, primer gobierno de Michelle Bachelet.
Pasado ese gobierno ingresa a trabajar en la Facultad de Ciencias Administrativas de la Universidad de La Serenab en programas para adultos y para formadores de educación sindical. Posterior a eso ingresa a la Corporación Industrial para el Desarrollo Regional, CIDERE, “hasta que se me ocurrió la grandiosa idea después de nuevamente participar en política y entrar como seremi de Gobierno, afortunadamente fue corto ese proceso, un trabajo muy estresante, demandador de atención y tuve que concentrarme en varias cosas y estar muy atento a cada una de las temáticas que se iban presentando en un territorio tan grande como nuestra región”.
LAS COSAS TEMPRANO
Cristian Martínez recuerda que en su vida siempre ha hecho las cosas con anticipación. De hecho, se casó a los 22 años y al año siguiente ya tenía su casa junto a su esposa gracias al esfuerzo de ambos. Tempranamente también llegó su primera hija, Catalina, hoy en la universidad. Posteriormente llegaría Josefa, hoy de 10 años.
Por ser maduros muy jóvenes, cree que se perdieron una importante etapa de la vida, como gran parte de la juventud. “No hicimos como lo que hace la juventud de disfrutar la pichanga, el paseo. Creo que hay una etapa de la vida que la perdimos. No sé si era lo normal de ese tiempo, pero quisimos formar rápido hogar y nos perdimos una etapa de la juventud. De la discoteca, del mochileo, lo que hacían todos los jóvenes. Creo que nos saltamos una etapa y es lamentable. Creo que hay una cosa de la que me arrepiento, es haberme saltado esa etapa de la vida”.
Dice que esto ocurrió porque se dedicó más a trabajar que a vivir esa época de su vida, que es lo que no quiere que pase con su hija mayor.
EL BOMBERO
Cristian Martínez ingresó a los 13 años al Cuerpo de Bomberos como cadete. Dice que él quería pertenecer a la institución y quería ayudar. Estuvo en la institución desde 1984 a 1987. Posteriormente, en 1991, cuando ingresa al Liceo Gregorio Cordovez, se encuentra con Eduardo Varela, con quien había estado junto en Bomberos y que años después fallecería en un trágico accidente al saltar en paracaídas y éste no se le abrió, precisamente en una fiesta de la institución. “Él me trajo nuevamente a los bomberos y de ahí no he parado hasta el día de hoy, ya llevo 28 años de servicio”.
En este tiempo ha ocupado los más altos cargos, ha sido superintendente, presidente regional y director nacional de la institución, en la actualidad es superintendente por segunda vez. Es decir, ha hecho una carrera completa de Bombero, ya sea lo operativo (ataque de incendios) en que estuvo hasta el año 1995, cuando sufre un accidente en el incendio donde se quemó el local El Rey del Pollo, cayendo desde cuatro metros de altura. Desde ahí sabe que no volverá a ser operativo, sino que administrativo y se perfeccionó en esa área.
De hecho, tras su accidente, donde no vestía el equipo adecuado de seguridad, incluso andaba trayendo puestas dos botas derechas, porque no había más, se preocupa de iniciar todo un proceso para dotar de implementación adecuada a los bomberos. Esto significa implementación personal de los voluntarios, carros de bomba y todo lo que significa lo que hoy tienen. Esto fue gracias a una estrategia de visión y decir basta de andar mendigando y planificar para que les entregaran recursos de manera seria y postularon los primeros proyectos al Gobierno.
En la actualidad los Bomberos desde La Higuera hasta Pichidangui están equipados de la misma forma, con las mismas normas, con los mismos estándares internacionales de seguridad, lo que fue un trabajo de planificación que realizaron.
Martínez recuerda que la crisis más grande que vivió en la institución fue cuando tuvieron que separar a una persona de las filas y “tuvimos que vivir una crisis donde prácticamente debimos presentar los certificados si estábamos bautizados o no, porque nos revisaron todo”. Lo anterior, porque recibieron una serie de denuncias injustificadas, lo que significó que la Brigada de Delitos Económicos registra sus documentos a lo menos en tres oportunidades. Sin embargo, nunca se encontró anomalías. Lo que sí había existido y que lo habían denunciado, es que un tesorero de la entidad había robado recursos de la institución, por lo que fue procesado y condenado.
Otra crisis compleja, ocurrió cuando ejercía como seremi del Trabajo, pero era bombero a la vez y los voluntarios realizaron un paro, exigiendo que las autoridades les entregaran lo que necesitaban, equipamiento. “Tuvimos que cortar la ruta en la Avenida de Aguirre con Balmaceda y nos vimos frente a frente con Carabineros, lo que era complicado para ellos, porque si nos tiraban gases, nosotros teníamos nuestros equipos de respiración autónoma y si nos tiraban agua, nosotros teníamos como 40 mil litros por segundo, por lo tanto, no darían abasto para poder cubrirnos. Teníamos 250 hombres en la protesta y ellos tenían un piquete de unos 50. Es decir, las fuerzas eran bien distintas. Fue bien complicada esa situación”.