Crédito fotografía: 
Guillermo Alday Cortes
Un grupo de jóvenes fue trasladado al sur de Chile para defender la frontera del país de una invasión argentina que nunca llegó.

Hoy rondan los 60 años, pero hace 40 años atrás, cuando apenas abandonaban la adolescencia, jóvenes conscriptos del entonces Regimiento “Arica” de La Serena fueron trasladados al sur del país para defender la soberanía chilena de una probable invasión argentina, en lo que se denominó el Conflicto del Beagle.

En la actualidad, los ex conscriptos del año 1978 anhelan que sus esfuerzos sean reconocidos por la sociedad y el Estado. Advierten que, de alguna forma, se sienten olvidados.

Un viaje inesperado

Segundo Tello, Humberto Lazo, Héctor Rojas, Víctor Echeverría, Mario Mendieta y Ricardo Prado son parte de un grupo de 37 jóvenes que hacían su Servicio Militar en el Regimiento Arica de La Serena a fines de los 70.

En 1978, Chile estaba enfrentado en un conflicto político con Argentina por la traza de la boca oriental del Canal Beagle. Un conflicto que sólo años después se hizo público en nuestro país en su total dimensión y que hasta el día de hoy ha sido poco conocido, y que el director Alex Bowen recreó muy bien en la película “Mi Mejor Enemigo” el año 2005.

Víctor Echeverría cuenta que durante su período de instrucción sabían que serían destinados a Arica, pero por filtraciones de otros soldados se enteraron de los cambios de planes y que viajarían a Punta Arenas. Algo en lo que coincide Mario Mendieta, quien señala que gracias a su padrino, que era suboficial mayor, se enteró que su destino serían las tierras australes.

“Me fui algo abrigado y con zapatos mocasines que se usaban en la época, y allá dábamos la hora porque era un clima distinto”, recuerda.

Héctor Rojas, recrea que el viaje se hizo bajo el amparo de la noche. “Todo el traslado nuestro fue nocturno, sin que la población se diera cuenta, en buses con cortinas cerradas, con el avión de Santiago a Punta Arenas despegando a las 2 de la madrugada y después llegamos al regimiento”.

Mendieta agrega que una vez que llegaron a Punta Arenas se juntaron. Un paso inicial en una relación fraternal que ha persistido en el tiempo. “Éramos 37, teníamos un capitán que nos mandó a todos al Regimiento Caupolicán. De ahí nos derivaron”.

Rojas enfatiza en que fueron días difíciles, “con soldados provenientes de distintos puntos del país, con hambre. Habían soldados que comíamos dos o tres de un mismo plato, dos cucharadas uno y luego dos cucharadas otro, realmente la pasábamos mal”. Después vinieron las designaciones.

Estadía y La última cena

De su estadía, Segundo Tello dice que nunca supieron a lo que iban. “Cuando llegamos nos encontramos con una realidad caótica, porque, primero, no teníamos ni siquiera un lugar dónde dormir. Durante un tiempo, dormimos en las galerías del estadio del regimiento y había militares por todos lados de la ciudad”, expresa.

Tiempo después, los conscriptos fueron distribuidos en distintos puntos de la frontera. “A mí me correspondió estar en una compañía de comandos en el Regimiento de Blindados Número 5 de Punta Arenas y luego, en terreno, en la frontera. Fui destinado a los alrededores de las cuevas de Pali-Aike en Punta Arenas, donde ya andamos de civil, de guerrillero: patilludos y con una ametralladora debajo del poncho”.

En los recorridos por la frontera, los conscriptos chilenos se encontraban con sus “colegas” argentinos. “Con ellos conversábamos y nos decían que tenían hambre y ganas de fumar. Nosotros lo único que teníamos era cigarrillos y les regalábamos”, asegura Segundo Tello, quien añade que “nos preguntamos mutuamente cuánto tiempo tenían allí, cuántas veces eran abastecidos o si tenían agua en forma permanente”, agrega.

Héctor Rojas recuerda que en esa época vivían prácticamente bajo tierra, “estábamos en una trinchera, durmiendo y comiendo allí”. En su caso, “éramos una especie de grupo de avanzada, éramos grupos de ocho, éramos el grupo de choque, barba, bigote, con guantes, bien desastrosos y más parecíamos mercenarios que soldados”.

Mario Mendieta, en tanto, fue destinado  al área de telecomunicaciones, en que le tocó interceptar mensajes y conocer más de la estrategia de los argentinos. Ahí se enteró de que por las noches los trasandinos hacían simulacros “en que se preparaban para el conflicto”.

Todos recuerdan la escasa comunicación que tuvieron con sus parientes, que atribuyen al reguardo dada las circunstancias.

“No teníamos televisor, celular como se usa ahora. Estábamos aislados y leíamos las cartas si es que llegaban, porque supe después que las quemaban.  Hubiera sido bueno haberlas guardado porque estábamos in situ”, dice.

Lazo, señala que entre los efectos de la prolongada estadía en las trincheras, los conscriptos perdieron la noción del tiempo con el transcurso de los meses. “No sabíamos en qué día estábamos viviendo. Si era lunes o martes, daba lo mismo, sólo veíamos pasar las horas”.

Uno de los hechos que marcaron a estos exuniformados fue lo que se denominó la última cena.

“Me acuerdo de una navidad, el 19 de diciembre de 1978 fue el tiempo más crítico entre Chile y Argentina, a nosotros nos hicieron firmar un documento el cual podíamos enviar algo a nuestra familia, nos dieron la última cena, en que nos entregaron un escapulario. Era triste, llegaba la Navidad y nos dieron una bolsa con medio pollo, medio cartón de cigarros y caramelos, media botella de ron, y hacíamos té caliente, lo poníamos en el hielo para tomarlo como una bebida”.

Humberto Lazo cuenta que “en ese momento, nos pasaron un medalla de guerra para que en  caso de falleciéramos en combate, fuéramos reconocidos”.

Para Ricardo Prado, en tanto, como parte de la Unidad de Ingenieros, encargada de dinamitar puentes, plantar minas, repeler con bombas, ese diciembre le correspondió esperar en la avanzada. “Cuando estaban avanzando, lo único que faltó es que pasara un camión y se iniciara el combate”, dice.

Gracias a la mediación del Papa Juan Pablo II, un 24 de diciembre de 1978 se inició un diálogo que permitió que la guerra no se concretara. “Ese día comenzamos a respirar más tranquilos porque podíamos volver a nuestros hogares”, dice Lazo, quien había dejado a su polola en La Serena y con quien a su regreso, contrajo matrimonio.

El regreso tampoco fue una nota alegre para todos. Cuenta  Echeverría que fue  uno de los últimos en volver debido a las condiciones climáticas. “Cuando se mejoró el tiempo cruzó la barcaza y nos encontramos con la gente de Puerto Natales y nos dejaron en Santiago botados”, dice.

Relata que quedó a la deriva y que gracias a un compañero que tenía familia en Santiago permaneció en la capital por cerca de una semana, en un hecho que le parece increíble. “Me quedé una semana en Santiago y mi familia me estaba esperando”.

Los soldados desconocidos

La mayor parte de los exconscriptos coinciden que las circunstancias les forjó lazos especiales, pero Héctor Rojas enfatiza es el desinterés y poca empatía hacia quienes vivieron estos hechos.

Rojas, que se casó con una mujer argentina y tiene hijos de esa nacionalidad, señala que sabe que en Argentina a los soldados que estuvieron en el conflicto “salieron como excombatientes y con una jubilación”.

“Acá hemos tratado de pelear por algo como eso, que algo se recuerde.  Acá a todos se recuerda: se cayó alguien a un hoyo, lo sacan y lo recuerdan. A nosotros nadie nos recuerda a menos que hagamos este tipo de cosas para que sepan lo que realmente pasamos”, dice.

Rojas agrega que “como hombres y niños lloramos nuestras lágrimas porque estábamos lejos de la familia. Cada vez que nos juntamos es una alegría y una tristeza también, porque cuando un compañero se muere, nadie sabe directamente nada. Es bueno que la gente se recuerde que nosotros aunque fuera inconscientemente estábamos para defender un país y creo que es importante”.

Reconocimiento

Humberto Lazo es actualmente funcionario de la municipalidad de La Serena y en septiembre del 2017 fue invitado por el regimiento “Caupolicán” de Punta Arenas, para recibir una medalla por su participación en el conflicto por el canal Beagle.

Lazo indica que la unidad militar puntarenense cumplirá 50 años de existencia en abril del año 2019 y como una forma de homenajear a los jóvenes chilenos que se sumaron a las filas del Ejército para defender al país en el marco del Conflicto del Beagle, realizará un homenaje a los ex conscriptos.

Lazo reconoce que “la mayoría de quienes tenían 18 años en esa época no han regresado al sur, a esas tierras donde pasamos momentos muy difíciles y donde vivimos tristezas y alegrías, donde nos convertimos en camaradas”.

“Después de 40 años tendremos la oportunidad de recorrer nuevamente los lugares donde estuvimos desplegados (...) Para nosotros es un orgullo haber defendido nuestra  soberanía”, agrega.

 

 

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