• Mítico canchero que vive en el estadio deberá abandonar su hogar
    Mítico canchero que vive en el estadio deberá abandonar su hogar
Son 28 años los que Carlos Lamas ha trabajado y vivido en la casa de Club Deportes La Serena, pero en este mes de octubre deberá partir

Transcurría la década de los ‘80 y un joven matrimonio buscaba su suerte, el trabajo era un bien escaso, pero Marlén Abarca y Carlos Lamas se las arreglaban para llegar a fin de mes con lo que él ganaba como trabajador independiente.
De lugar en lugar se iba moviendo esta familia de Las Compañías, hasta que en 1984, por esas cosas del destino a Carlos Lamas le salió “una peguita”, que marcaría su vida para siempre; había un cupo para trabajar en las canchas del estadio La Portada, y Lamas no estaba en condiciones de rechazar ofertas. No dejó pasar la oportunidad y entró como ayudante de canchero al recinto municipal, primero trabajando medio turno, luego jornada completa y tiempo más tarde puertas adentro, ya que junto a su familia, este señor, quien ya es toda una leyenda en el ambiente deportivo serenense, se trasladó a vivir a las dependencias del Estadio La Portada.
Hoy, con 62 años a cuestas, parado en el círculo central de los pastos que él mismo cuidó durante los últimos 33 años, nos cuenta su particular historia, esa que habla de tres décadas convirtiendo en su casa un lugar donde todos acuden de paso, por 90 minutos.
“Yo llegué acá, primero a prueba, necesitaban a alguien que cuidara las canchas, pero ya había una persona encargada de eso, así que no tenía tantas expectativas de quedarme”, cuenta Carlos Lamas, con un tono humilde, mientras camina sin parar como si algo anduviera buscando en el lugar que recorre todos los días. “Finalmente la persona que cuidaba las canchas tuvo problemas, nunca me enteré muy bien, pero algo pasó con los jefes y se fue. Ahí me quedé yo”, agrega Lamas sin detener el paso.
Fue en ese momento, cuando despidieron al antiguo canchero, que a Lamas, quien por aquel entonces vivía en Las Compañías le ofrecieron trasladarse con camas y petacas al estadio. Ya habían pasado cinco años desde que el hombre laboraba en el lugar y por comodidad y la ilusión de estabilizar definitivamente su situación laboral, don Carlos, luego de meditarlo junto a su familia, le dio el sí a quienes por entonces eran sus jefes y comenzó a gestarse la historia del Señor de la Portada.
“Fue difícil tomar la decisión, no es normal vivir acá en el estadio, al principio era raro, pero uno se acostumbra”, cuenta Lamas, agregando que lo que más le complicaba era el tema de sus hijos, ya que junto a la señora Marlén, su esposa, ya tenían cuatro pequeños que aún estaban en el colegio. “Uno se complica a veces, pero los niños fueron los más felices, ellos iban y venían del colegio desde acá, desde el estadio y tuvieron una gran infancia, yo todavía tengo recuerdos de ellos corriendo por acá, con sus uniformes”, relata el hombre, visiblemente emocionado, aunque sí lamenta que “ninguno me salió futbolista, imagínese, estando tan cerca de la pelota. Hubo uno que estuvo cerca, el menor Luis. Él trabajó como utilero para los cadetes de Club Deportes La Serena, y como tenía la misma edad de los niños que jugaban, también lo hacía y era bastante bueno, pero prefirió estudiar”, recuerda.

La nostalgia
Cuando anunciaron la reconstrucción del Estadio La Portada, Carlos Lamas tuvo un mal presagio. Sin embargo, tenía la esperanza de no abandonar el lugar. Pero hoy ya es definitivo; el 15 de octubre debe desocupar las habitaciones donde transcurrió su vida durante los últimos 28 años y aunque tiene donde ir y en definitiva el municipio ha sido muy leal con ellos y les ha asegurado que no perderá su trabajo, sí confiesa que le produce un inmenso dolor el tener que partir. “Yo pensaba que me iban a dejar quedarme, como uno está viejo y puede que le quede poco…”, bromea Lamas, mientras esboza una sonrisa.
Y es que ha sido toda una vida, llena de historias y anécdotas, donde Carlos vio crecer a sus hijos y vio florecer su matrimonio. Pero Lamas prefiere quedase con lo positivo, y recuerda particularmente una anécdota que promediando los ‘90 le sucedió con el árbitro nacional Mario Sánchez, durante un mundial sub-18. “Me acuerdo que este caballero iba a arbitrar un partido, me parece que era el inaugural, no estoy muy seguro, y nos mandó a remarcar la cancha, las líneas de las áreas, lo malo es que nos mandó la medida de una de las áreas en yardas y entonces una quedó más grande que la otra”, relata este canchero, sonriendo con una evidente melancolía que lo hace pasar del recuerdo de este jocoso episodio a una profunda nostalgia. “Es que es difícil, aunque uno se haga el fuerte, da mucha pena. Ahora yo miro el estadio y lo veo deteriorado, por eso sé que va a ser mejor que lo arreglen y eso lo consuela a uno. Me acuerdo de los clásicos con Coquimbo, de cómo se vivían acá, me acuerdo de mi esposa, que siempre me ha acompañado, y de mis hijos. Todo uno lo va relacionando con el estadio”, dice el Señor de La Portada, ya con una voz temblorosa y sin ocultar el excesivo brillo de sus ojos vidriosos.

La tarea final.
Lamas ya está resignado, de hecho ya prepara sus maletas y traslada de a poco algunos muebles a su casa de Las Compañías que hasta ahora habitaba uno de sus hijos, eso sí, lo hace todo a escondidas, puesto que aún le queda una gran tarea pendiente antes de comenzar a preparar todo para la despedida. Y es que resulta que don Carlos no le ha contado a su señora que deben dejar el lugar. “No me he atrevido a contarle, aunque obviamente yo sé que ella sospecha todo, y capaz que hasta sepa, pero a mí me da miedo, porque imagínese si a mí me da pena, lo que va a ser para ella”, dice Lamas, algo exaltado. “Tengo que decírselo entre hoy y mañana, no quiero que se entere por el diario”, concluye, y nos hace sentir culpables. 4601iR
 

 

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