Todavía no amanece y ya hay personas que llegan hasta una calle lateral al parque Pedro de Valdivia, en La Serena, donde se instala cada sábado y domingo la Feria de las Pulgas. Los comerciantes pretenden “ganar” una buena ubicación que les permita una mejor vitrina para sus productos y vender más.
Aún no son las siete de la mañana y las mujeres comienzan a acarrear grandes bolsas con kilos de ropa usada en su interior, para luego esparcirla sobre una sábana que depositan en el suelo. Otros con más suerte llegan en vehículos al lugar, para descargar sus mercaderías, que acomodan de la mejor forma en un sitio que les fue asignado por el municipio y por el cual pagan alrededor de 4 mil pesos.
Durante el día serán cientos, quizás miles, las personas que llegarán a visitar la feria con la mente puesta en algún producto que saben o intuyen que pueden encontrar aquí. También hay una amplia mayoría que hace un recorrido con el sólo propósito de vitrinear y si hay algo de interés, comprarlo. Muchos ya lo toman como un paseo de fin de semana y curiosean por aquí y por allá, comprando muy poco o nada, para la desgracia de los vendedores.
Cuando comienza a aparecer el sol también aparecen los cafés, los tés y las churrascas que ofrece Adriana Escobar, una mujer que llegó desde Santiago a La Serena para probar su suerte y que luego de no encontrar ninguna otra alternativa de empleo, comenzó a vender ropa usada. En la capital quiso dejar enterrada una serie de calamidades: una temprana viudez, la pérdida de la visión de su ojo derecho, el desempleo. Hoy sabe que debe seguir luchando, como ella dice y tiene un fuerte motivo para ello, la educación de sus nietos. Uno de ellos, un adolescente que tiene un promedio de 6,1 en el Colegio Bernardo O’Higgins, es su orgullo, y hoy la acompaña en su jornada de trabajo. “Me preocupo que tenga (plata) para sus pasajes”, dice.
En la Feria de las Pulgas, la mayoría de los vendedores son mujeres, muchas jubiladas y sin ninguna otra opción de trabajo por su edad. Gladys Tabilo ayuda a su hija, quien es madre soltera de tres hijos, en la venta de ropa usada. Su hija, quien trabaja en labores de limpieza en distintas casas de la Colina El Pino, recibe ropa de sus patronas, una abogada y una asistente social, quienes le regalan de vez en cuando una chaqueta, un par de pantalones u otra prenda, con los cuales preparan un stock para ofrecer los sábados y domingos.
Tabilo explica las dificultades de la venta de productos usados. “Aquí hay que entender que son cosas usadas, pero por muy usadas que sean no se pueden regalar. Tengo una parka con funda de pluma de ganso, muy fina, que vendo a 7 mil pesos, pero no puedo bajarla más de precio. Recién vino un caballero, se la probó, pero quería que le hiciera un precio, vino cuatro veces y las cuatro veces se la probó, pero al parecer quería un descuento, pero más no puedo bajarla”.
DE TODO UN POCO
La Feria de las Pulgas de La Serena nació durante la administración de la ex alcaldesa Adriana Peñafiel, quien en medio de las cifras de alto desempleo que había a fines de los 90 quiso ofrecer otra posibilidad para aquellas familias de escasos recursos que, sin mayor preparación o capacitación en algún oficio, tenían que seguir ideando la forma de generar ingresos. La primera feria funcionó los días sábado en la Plaza de Abastos, para luego trasladarse los domingos en el sector del estacionamiento del Supermercado Jumbo-Easy. Desde hace dos años, se instaló en la calle lateral al Parque Pedro de Valdivia, los días sábados y domingos.
En el lugar se puede encontrar una amplia variedad de productos. Abunda por kilos la ropa usada: poleras, pantalones, camisas, prendas que tienen precios variables. Se suman puestos con implementos para celulares, libros para colegio, artículos de ferretería, y una extensa lista. Entre los objetos a la venta -todos repartidos sobre el piso o sobre improvisados mesones-se pueden encontrar algunos que son considerados del siglo pasado y a los cuales muy pocas personas podrían dar un uso práctico, como una máquina de escribir escondida en un rincón y a la espera de un comprador.
También existen “locales” que se han especializado en el rubro de las antigüedades, siendo uno ellos el dirigido por el matrimonio de Alba Mancilla (70) y Luis Barrientos Navarro (77). Ambos comenzaron a vender el año 2004, luego de comprobar que sus exiguas jubilaciones no les alcanzaban para solventar sus gastos básicos en un hogar, salieron a la calle para comenzar con la compra y venta de productos antiguos.
La mujer, quien trabajó como mucama durante años en un hotel de La Serena hasta que logró la jubilación, indica que su esposo “es muy habiloso” y que durante la semana se dedica a reparar y a restaurar los objetos que compran o que otras personas les regalan.
Cuentan que el dinero que obtienen es fluctuante, nunca es una cifra determinada. Hay días en que pueden alcanzar los 70 mil pesos -su récord, dicen- pero hay otros en que sólo se miraron las caras el uno al otro y regresan a su casa con la decepción de los bolsillos vacíos.
Un molinillo de café, todo de fierro y de edad indeterminada, descansaba sobre el pavimento, hasta que llamó la atención de Juan Arce, quien consultó por su valor. Al final de la transacción, Arce canceló la suma de 30 mil pesos por el artefacto, el que pretende instalar en un quincho para asados que está construyendo en su casa, en el sector de Pan de Azúcar.
Barrientos aclara que un objeto como el recién vendido no tiene un valor comercial, sino que más sentimental o histórico. En una tienda establecida, el mismo artículo podría alcanzar los 50 mil pesos, e incluso más, pero él lo vende a 30 mil porque “sé que estoy en una feria de las pulgas, aquí los productos tienen que ser más baratos”.
ROPA Y LIBROS
Isabel Fredes relata que durante años se desempeñó como inspectora de un colegio hasta que jubiló en 2010. Junto a su marido, Gino Boglo, ofrece ropa en una de las esquinas. Dice que se vio en la necesidad de salir a vender porque se puso como misión ayudar a su nieto, quien estudia ingeniería civil en la Universidad de Valparaíso. Tiene que aportar como mínimo 100 mil pesos para la pensión, si no “me lo echan a la calle”, dice.
Cuenta que llega muy temprano, alrededor de las 7:30 de la mañana del sábado y domingo y que se queda hasta las 14:30 horas. La ropa que ofrece le fue regalada por amigos o familiares o la compró a un menor valor. Dice que tiene por norma obtener una ganancia de 300 pesos por prenda.
Reconoce que al principio se instaló a “la maleta” (sin permiso) pero que ahora ha logrado regularizar su situación y cancela la suma de 4.030 pesos mensuales por un permiso a la municipalidad de La Serena.
María Fernanda Nieto se declara amante de la lectura y por ello inició un negocio de compra y venta de libros usados en la feria. Cuenta que no vende “piratas”, sino que libros que han tenido su uso por alguna persona que luego los desecha y ella lo logra vender a un precio mayor.
Se inició en el 2003 en esta actividad y reconoce que la mayoría de los recursos que ganó lo destinó a la educación de sus hijas, quienes hoy son profesionales, una profesora de inglés y una diseñadora gráfica.
Tamara Arcos paseaba por la feria de las pulgas cuando encontró el puesto de libros de María Fernanda Nieto a quien le compró una edición de “Orgullo y Prejuicio” en inglés, a sólo mil pesos. “Soy profesora de inglés y para practicar el idioma, me gusta comprar libros, pero los originales son muy caros, así que siempre salgo en la búsqueda de alguna oferta por aquí”, reconoce al momento de la transacción.
LA OFERTA CULINARIA
La Feria de Las Pulgas no sólo es ropa, electrodomésticos y libros, sino que también está la opción de comer. Y variedad existe, porque a las tradicionales empanadas y chaparritas, se suma incluso un plato para paladares más sofisticados, como el sushi. Un estudiante universitario ofrece la bandeja de 6 bocados a 2 mil pesos y la de 12 a 3.500 pesos. “Son todos productos frescos, hechos en la mañana de hoy”, asegura.
Al ingreso a la feria se ubica la estudiante Ercy Cordova (21), quien tiene a la venta empanadas, chaparritas y pizzas, las que mantiene calientes en un horno, construido con un gran tarro.
A su lado, Roxanna Galleguillos tiene mote con huesillo a 500 y 700 pesos los vasos. Cuenta que se debe levantar a alrededor de las 4 de la madrugada para empezar la cocción de sus alimentos y que debe hacer ese sacrificio para evitar molestias “estomacales” a sus clientes.
A las 14:30 horas, comienza a bajarse el telón de la Feria de Las Pulgas, un extenso día laboral que se inició de madrugada, hasta la próxima semana. En el intertanto, los vendedores se dedicarán a la compra de productos para luego obtener un mejor precio. Ese es su negocio.
LA MOLESTIA
••• Una queja constante de los vendedores de la Feria de Las Pulgas es que algunos, en vez de vender productos usados, venden productos nuevos. Así sucede con algunos locales de ropa y de otros artículos. Diario El Día se contactó con la presidenta del gremio que reúne a los locatarios, pero la dirigente declinó hablar con la prensa.