• La máxima autoridad de la Iglesia en la capital regional hace un recuento de su gestión la que dice estar desarrollando en plenitud, aunque se da el tiempo de develar hechos que nunca había comentado en entrevista alguna

 

El arzobispo de La Serena, monseñor Manuel Donoso Donoso, con la franqueza que lo caracteriza comenzó diciendo que ya tenía la fecha para dejar su cargo y que no debería pasar más allá del mes de noviembre del presente año, por lo que se encuentra preparando su retiro. “Yo tengo el mandato de gobernar esta arquidiócesis hasta que el Papa nombre sucesor, eso tiene una fecha que es noviembre como máximo”.

En una larga conversación la autoridad de la Iglesia narra hechos que no solamente dan cuenta de su gestión por largos años, sino que también precisa sucesos que lo marcaron de manera personal y que hasta ahora jamás los había mencionado en alguna entrevista.

Tras sorprendernos señalando que la fecha límite es noviembre, de no mediar ningún suceso extraordinario, como el fallecimiento del Papa, lo que podría retrasar dicha fecha, responde abiertamente al consultarle si está realizando cambios o los pretende realizar. Señala que no materializa movimientos como los que nos podríamos imaginar, “por una razón muy simple, son pocos los sacerdotes y están todos con demasiado trabajo, a lo que se suma una delicada licencia del párroco de la Iglesia de Las Compañías, quien realizaba una serie de importantes funciones y que ha debido asumir el propio arzobispo”.

Sobre lo que realiza ante la cercanía de su eventual marcha, señala que “estoy haciendo todo, salvo aquellas cosas que uno por prudencia debe dejarlas a otro” (al sucesor).

Explica que si en estos momentos le ofrecieran, por ejemplo, hacer una gran compra de bienes en el arzobispado, no la debería hacer; pero en cuanto a proyectos dice que éstos siguen en marcha, como “la misión con los jóvenes que está bien trabajada. En segundo lugar, se hicieron los cambios que hay que hacer. En tercer lugar, hemos tenido la dificultad que el vicario general y pastoral, el padre Marcelo Gallardo, se enfermó con un estrés y está en retiro ahora. Es un sacerdote que ha dado mucho y me ayudó harto, y eso me ha traído más trabajo”.

A esto se agrega una operación que se le deberá hacer a monseñor Gleisner, a quien le detectaron un lunar que es cancerígeno, por lo que tendrá que extirpárselo.

Se muestra contento ( y se le nota), porque dice que entregará todo bien, en orden y ya está viviendo en La Higuera (sector de La Herradura), “ya llevo dos años allí, los árboles están creciendo, pero estoy trabajando normal, deseo que el seminario se afirme, me interesa la radio”, menciona.

Reconoce que con la enfermedad del padre Marcelo se ha visto con más trabajo, especialmente por la gran cantidad de informes que ha tenido que hacer. Dice que él asumió la parte pastoral y monseñor Luis Gleisner lo administrativo. Igual plantea que como ya tiene algunos años a veces se da algunas licencias que antes no se permitía. Llega temprano en la mañana y está hasta cerca de las tres de la tarde en funciones. También visita enfermos.

 

NOMBRES DE SUCESORES Acerca de los nombres que circulan en la prensa como eventuales sucesores dice que no se puede pronunciar sobre eso, añadiendo que, por lo demás, siempre han circulado, aunque reconoce que ha hablado dos veces con el nuncio apostólico y que es éste quien finalmente hace la terna, “la que llega a Roma, allá la ve un conjunto de cardenales que asesora al Papa, si encuentran que los sugeridos no son buenos piden más u otras informaciones”.

Debido a su personalidad amable le consultamos si había algo que lo enfureciera o si en algún momento algo le molestó de sobremanera, dijo que en los primeros tiempos hubo muchas cosas difíciles, aunque dice que sí se ha enojado muchísimo en general por problemas de justicia social, “a mí me indigna eso”, señala y recuerda que en una oportunidad fue a un juicio a hacer presencia, donde condenaron a un empresario por el cierre arbitrario de la empresa. Cuenta que allí había una colera (que corta colas a productos marinos) y el juez le preguntó cuánto era su remuneración y la mujer calló, porque no entendió, entonces el juez alzó la voz y le dijo de forma prepotente cuánto le pagaban. “Que atropellen así a una persona, eso me indigna y ahí se me ha ido un poco el genio”.

Monseñor Donoso tiene por costumbre decir las cosas a la cara y recuerda que en una oportunidad le tocó estar tres horas en la misma sala del segundo piso del arzobispado donde se realizó esta entrevista, discutiendo con unos representantes del reteil, “discutimos pero fuerte, porque no dejaban formar sindicatos y otras cosas. Eso a mí me indigna”.

 

SACERDOTE TORTURADO. Durante la conversación le pedimos que nos contara si durante su trayectoria como sacerdote lo marcó algún hecho o el paso por alguna de las parroquias donde sirvió. En ese instante tomó un tono más serio, pero sin perder la amabilidad que había demostrado hasta ese momento.

Narró que en Santiago, entre 1970 y 1976, fue párroco de una iglesia en el sector de Santa Rosa, donde “viví todas las peripecias de una iglesia pobre” y aprendió cuál es el ideal de trato a la gente.

Le retrucamos que le debe haber tocado asistir a perseguidos, “no sólo eso, muertos, perseguidos”. En este punto hace la inflexión y relata que en una oportunidad se lo llevaron a él “a una de esas casas malas y pude ver (lo que ocurría) con estos ojos”. Cuenta que por un confuso incidente con los jóvenes de la parroquia lo tomaron detenido sin explicaciones, le vendaron los ojos y se lo llevaron sin saber dónde. Ese fue uno de los momentos más duro que le tocó vivir. Allí, fue torturado, física y psicológicamente. Monseñor Donoso piensa hoy, con el paso de los años y por el conocimiento que fue adquiriendo, que fue llevado a Villa Grimaldi. Dice que allí vivió “escenas espantosas, lo que nunca pensé que en Chile existía, nunca, por eso que yo les digo a los jóvenes ahora, nunca hay que volver a eso”.

Cuenta que le costó superar ese paso, “porque a uno lo deja mal”. Vuelve al recuerdo de cuando lo tenían con los ojos vendados y dice que cuando se vio en esa situación, entre patadas y luego tortura, sólo se entregó a Dios. Nunca supo por qué le allanaron la iglesia ni por qué se lo llevaron detenido, hasta el día de hoy. “Uno perdona, yo no tengo nada en contra de esas personas. Estuve allí con otro sacerdote, una religiosa, con 14 jóvenes. Ahí uno no sabía si volvía a la casa, a Chile o fuera del mundo. Además, eso de estar sin poder ver es una cosa muy tremenda”. Señala que en un momento le echaron perros enormes encima, los que después supo eran amaestrados, los amenazaban con disparos. “Eso me ha provocado un conflicto con los perros para toda la vida”. Cita que en una oportunidad en una conferencia internacional en la que participaba, los llevaron a un parque y había unos perros que se le pararon a él y comenzó a gritar desesperado, no se pudo controlar.

Insiste en que perdona, “pero tengo la claridad y la certeza de que la gente sabía y no digan ahora que no sabían”. En este punto le señalamos si valoraba el arrepentimiento del ministro Andrés Chadwick, de haber pertenecido a un gobierno en que se violaron los derechos humanos. Monseñor fue claro: “Harto tarde llegó, harto tarde, pero muy bueno. Harto tardío y que repare, porque los arrepentimientos valen cuando uno repara y supongo que él habrá buscado manera de reparar. Hay gente que no quiere reparar nada”. Menciona también que conoció gente en su parroquia de esa época que desapareció, “por eso yo digo, nunca más y hay que jugarse por eso. Hay que decir valoren el sistema político”. Da este mensaje especialmente a los jóvenes que son muy idealistas, pero los cataloga como buenos y dice compartir sus ideales, que son justos, “pero tienen que medir la forma cómo se hace”. 1601 i

 

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