Crédito fotografía: 
Alejandro Pizarro
Siete nuevas comunidades y un incremento en el número de familias que viven estos sitios ya instalados preocupa a las autoridades, que ven este fenómeno como una clara consecuencia del desempleo y el encarecimiento de los arriendos.

Por: Estefanía González 

En un 88,4% aumentaron las familias que viven en uno de los 35 campamentos de la Región de Coquimbo, desde finales de 2019, según señaló el  Catastro Nacional de Campamentos 2020-2021, elaborado por TECHO-Chile y Fundación Vivienda.

901 familias más que antes de la pandemia y el estallido social, (cuando había 1019) que por diferentes motivos, principalmente empujados por la necesidad, decidieron vivir en una casa sin conectividad, sin luz y sin agua, fabricada con material ligero, en zonas riesgosas y con altos niveles de inseguridad.

Una realidad que vive todo tipo de personas, incluso aquellas con trabajo o estudios, que simplemente no pueden acceder a una vivienda digna. Los principales motivos: el allegamiento, el hacinamiento, el alto valor de los arriendos y el valor del suelo, señaló el seremi del Minvu de Coquimbo, Abel Espinoza, quien sostuvo que “hay un doloroso aumento de familias en tomas y campamentos”, lo que también estaría dado por un aumento en el desempleo y la misma pandemia.

“Los campamentos son un síntoma de un problema mayor del acceso a la vivienda”, reconoció Espinoza. Y es que si bien lo ideal es que no existan este tipo de comunidades, debido a su vulnerabilidad, su erradicación se ve cada vez más lejana, puesto que “hay pocos proyectos habitacionales y pocos terrenos”, indicó, por su parte, Erik Vergara, director regional de la Fundación Un Techo para Chile en la Región de Coquimbo.

Vergara sostuvo que quienes llegan a vivir a campamentos lo hacen por no tener mejores opciones, “no tienen como cancelar el arriendo, entonces lo ven como una forma para poder subsistir”, agregando que este tipo de viviendas no son una solución ya que “no hay servicios básicos, ni luz, ni agua, ni alcantarillado y el acceso no es fácil”, explicando que en campamentos como Los Changos, en Coquimbo las viviendas se cuelgan a las redes de agua potable y eléctrica “como cada vez va llegando más gente la presión del agua disminuye o se rompen las cañerías. Con la luz es similar, hay una población cercana, pero esto en la noche es oscuridad total, no hay luz, entonces al no tener servicios básicos no hay una solución a los que uno está acostumbrado”, aseguró el director regional de Techo.

Para Andrea Hernández, directora regional de la Fundación para la Superación de la Pobreza, la emergencia sanitaria “ha expuesto a la gran cantidad de la población que vivía en vulnerabilidad”, explicando que “aquellas personas que tenían riesgo de caer en pobreza o perder su nivel de bienestar ante un evento inesperado, ahora han quedado tremendamente expuestas, la pobreza había dejado de lado sus peores formas, sin embargo, tras el estallido social, tras esta pandemia, vuelven a manifestarse con mucha fuerza”. En ese sentido, expresó Hernández, “muchas familias han debido buscar otras formas de poder cubrir ciertas necesidades, viendo la toma de terrenos y autoconstrucción de viviendas como una alternativa”.

La realidad es que aquellos que deciden ocupar un espacio, ya sea en una nueva toma o junto a una comunidad ya establecida deben enfrentar diversos problemas aparte de la falta de conectividad y servicios. La inseguridad, la precariedad y la insalubridad, por la falta de retiro de residuos domiciliarios de manera adecuada, merman la calidad de vida de estas familia, entre las que, según el estudio de Techo, habitan aproximadamente 1.009 niños y niñas menores de 14 años.

ORGANIZACIÓN Y FUERZA PARA SALIR ADELANTE



Para conocer la realidad en primera persona diario El Día recorrió el campamento Los Changos, en Coquimbo, uno de los que más ha crecido durante en 2020, donde casi se duplicaron las viviendas (pasando de 200 a casi 350), y la toma El Esfuerzo, a un costado del cementerio de Las Compañías en La Serena, lugar donde aproximadamente 70 viviendas fueron construidas este último año.

Sayonara Moreno es dirigente del sector Los Changos, ella nos hace un recorrido por el lugar, cuyo principal atractivo es la vista al mar y las dificultades, la falta de conectividad, agua y luz, que llega cuando se “cuelgan” o cuando les comparten los vecinos, y la falta de seguridad. 

La llegada de más familias tiene varias complicaciones, una de ellas es la sobrecarga del mismo alumbrado público, nos comenta, mientras muestra la maraña de cables que salen desde un único poste, parte de los  que alumbran la Avenida Los Changos, la única calle iluminada del lugar.

Más abajo está el parque Las Rocas, un sector pensado como área verde, pero que ahora está llena de nuevas mediaguas, de personas que no tienen otra alternativa.

“Es que los arriendos son muy caros”, nos dice, “es imposible para las familias optar a otra cosa, incluso con trabajo”.

Ese es uno de los motivos de la llegada de nuevos vecinos, otro, es la llegada de familias de migrantes que, sin alternativa, llegan y construyen su casa o se instalan con carpas, indica la dirigente, quien recorre las calles estrechas de tierra con las subidas y bajadas típicas de la Parte Alta de Coquimbo.

Cocinar a diario en la olla comunitaria, que reparte más de 200 raciones, desde hace 11 meses es parte de las acciones que la dirigente realiza. En un lugar que tiene muchas carencias, pero a la vez, unidad.

Durante el recorrido, Sayonara nos presenta a Daisy Valenzuela, quien desde el 2009 vive junto a su marido e hijo en el campamento. Ella llegó a Coquimbo desde Santiago y sin tener un lugar fijo donde vivir aceptó comprar una pieza de madera ubicada a pocos metros de la plaza Los Changos. En los últimos años, y gracias a los bonos entregados por el Gobierno, pudo ampliar su casa, que triplicó su tamaño, también tiene luz y agua, pero al principio debía acarrear baldes para abastecerse del vital líquido, también lavaba su ropa a mano y cocinaba a leña, situación que mejoró gracias a la generosidad de sus vecinos que le regalaron una lavadora y también una cocina.

“Yo parecía gitana, me iba de un lado para otro, hasta que después un vecino me dijo que tenía una pieza para vender. Cuando la vi no me gustó, pero era lo que había, tenía luz, pero no tenía agua”, recuerda Daisy, quien ayuda en la cocina comunitaria cuando puede, ya que debe estar pendiente de su hijo y ayudarlo con las clases, “tengo a mi hijo con clases online y tengo que estar presente, mi marido trabaja sí, de repente está sin pega y de repente le salen trabajos, ahora le han salido más”, indicó Daisy, quien desea salir del campamento y tener una casa propia.

“Hace falta la platita para postular, tengo, pero me falta”, reconoce, agregando que lo poco que ingresa se gasta en alimentación. No obstante la inseguridad creciente del sector la mantiene con miedo, “se han visto peleas, antes de ayer se pusieron a pelear vecinos con cuchillos, eso es un mal ejemplo para los niños”, por lo mismo, nos indica, “quiero puro tener mi platita e irme de acá porque ya no aguanto más ver las peleas. Tengo que estar encerrada”, agregando que no le gusta vivir en el campamento. “Quién quiere vivir acá, nadie, pero no tenemos opción”, se lamenta.

Siguiendo por la misma calle se encuentra la casa de Alicia Martínez, quien buscando vivir en una ciudad con costa, por la salud de su hija menor, se vino a vivir a Coquimbo, también desde Santiago.

Ella, junto a su marido y dos de sus hijos, llegaron hace aproximadamente ocho años a Los Changos.

“No teníamos donde vivir, andábamos para allá y para acá, al último teníamos que salir de donde estábamos y no hallábamos a donde, entonces empezamos a mirar y a mirar y no nos atrevíamos,  al principio nos daba miedo, pero los vecinos nos dijeron que podíamos venirnos y ahí nos atrevimos”, recuerda Alicia, quien no puede postular a vivienda ya que fue propietaria de una en el pasado, pero la perdió al no poder pagar los dividendos.

“Al principio nos costó mucho, porque estábamos sin agua y sin luz, teníamos que acarrear agua y nos costó bastante, fue bien sacrificado”, recuerda, añadiendo que si bien hubo sacrificio de por medio, “valió la pena, porque hemos estado tranquilos, ya no estamos con la preocupación que teníamos de no tener a donde ir”.

Ahora Alicia, junto a su marido, que es pensionado, quieren salir del campamento, para ello la postulación estará a cargo de la nieta de ambos, con quien vivirán. 

EL ESFUERZO MUTINACIONAL



Al trasladarnos a Las Compañías se observa una realidad diferente, la toma El Esfuerzo, a un costado del cementerio del sector, destaca por su orden. Calles amplias y construcciones un poco más grandes que en Los Changos, sin embargo, las carencias son similares, no tienen luz y el agua la deben comprar y almacenar en grandes bidones.

“Todas las familias de este sector son extranjeras, colombianos, venezolanos, haitianos, ecuatorianos, bolivianos y una sola familia chilena”, nos comenta una de las vecinas, quien quiso guardar el anonimato, por seguridad.

Según el estudio de Techo, de las 1.920 familias que viven en campamentos en la región, 416 corresponden a hogares migrantes, siendo un 21,7% del total de estos.

En El Esfuerzo la organización y la ayuda mutua han sido clave, entre varios vecinos compraron paneles solares, también limpiaron. Y es que “queremos ser un aporte”, nos señala la vecina, quien explica que la razón principal para vivir allí es la falta de empleo y la imposibilidad de pagar un arriendo.

“Acá hay muchas personas que no están trabajando no porque no quieran, el solo hecho de no tener papeles implica mucho, no te aceptan en los trabajos o te quieren pagar menos, ha sido muy complicado por eso”, expresó, agregando que “yo creo que muchos llegamos sin querer, porque el bolsillo no daba. No es fácil vivir en un sitio así pero los que estamos acá somos personas de bien, no somos personas con mañas, ni delincuentes, muchos con profesión, algunos no tienen apostillados los papeles, está complicado pero tratamos de sobrellevarlo, no queremos ser carga para el Estado ni nada por el estilo”, aseguró.

TRABAJO CONJUNTO Y ENTENDER LA REALIDAD



Considerando las estadísticas y la realidad económica del país se hace cada vez más difícil la erradicación de los campamentos, Abel Espinoza sostuvo que “si queremos tener resultados distintos ante un problema creciente debemos actualizar las estrategias, anticiparnos y acelerar y modernizar todos los procesos y por eso el Ministerio de Vivienda estamos trabajando con varias líneas que pronto tendremos algunas novedades”.

Erik Vergara por su parte indicó que “el poder controlar el crecimiento, sobre todo ahora, es muy difícil”, añadiendo que en el caso de campamentos como Los Changos erradicarlo sería lo ideal “sobre todo por la carretera que pasaría por este sector” no obstante, explicó que “si antes era complicado, ahora lo veo más complicado, por el tema que son muchas familias, y hay que ver opciones, proyectos y ojalá soluciones para ellas”.

Andrea Hernández sostuvo que lo primero es conocer a quienes habitan en estos espacios “necesitamos una articulación urgente entre el Estado, los privados y la sociedad civil para poder trazar acuerdos de país que compartan la responsabilidad de las soluciones y las complicaciones que traen aparejadas la crisis que nos toca con fuerza. Vivir en un campamento pone de manifiesto la vulnerabilidad de las personas que están allí. La estrategia primero es reconocer a quienes habitan esos territorios conocer las barreras para que las personas habiten allí” sostuvo.

 

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