Parece que el discurso del emprendimiento tiene ahora bastante de cool y glamour. Hay demasiadas personas, instituciones y políticos manoseando el tema, generando ilusiones y tal vez muchas expectativas. No quiero decir con esto que no exista creatividad. Es más, mientras escribía me surgieron muchas ideas brillantes, pero demasiado macabras. Dicen que cuando estamos en crisis se nos agudiza el ingenio.

La vía del emprendimiento es la pretendida tabla de salvación de muchas políticas públicas y gubernamentales, que nos invitan a emprender al mismo tiempo de soslayar las innumerables oportunidades de negocios existentes en este mundo ya tan globalizado. Pero ¿qué sucede con las experiencias de fracaso?, ¿cuál es el verdadero impacto social y económico para aquellos y aquellas que han invertido sus ahorros, y en algunos casos los de su familia, y observan con impotencia cómo estos van menguando en favor de las deudas?

Según algunas estadísticas, de las menos dramáticas, más del 90 % de los emprendedores fracasan antes de los 2 años. Esto nos señala, en parte, lo torpe que somos para el razonamiento estadístico y la sobrevaloración de nuestras propias capacidades. Es necesario dejar en claro que al hablar de fracaso no lo hago en un sentido peyorativo del término. En estricto rigor, es interesante definir qué entendemos por éxito y qué por fracaso. De todas formas, simplificando hasta el extremo, todos coincidiremos en que toda experiencia representa un aprendizaje. Sin embargo, podríamos sugerir el siguiente debate: ¿aprendemos más del fracaso o del éxito?

Algunos estudios científicos señalan que nuestro cerebro es más receptivo a las experiencias de éxito que a las de fracaso. En cierto modo esta información no aporta nada nuevo si tenemos en cuenta que los psicólogos demostraron hace tiempo que las recompensas por los avances son más eficaces que los castigos por los errores y en base a esto podríamos formular una cierta analogía imperfecta con las experiencias de éxito/fracaso. En fin, el tema tiene bastante de médula.

En cualquier caso, lo que quiero relevar es que a menudo el emprendimiento se trata desde un plano muy superficial, me atrevería a decir que con un cierto matiz “flower power”. Insisto que estadísticamente los casos de éxito son mucho menos representativos que los casos de fracaso. Por el contrario, la respuesta de los medios y de los que escribimos sobre estos temas es centrarnos precisamente en dar a conocer los proyectos exitosos y no tanto en analizar las consecuencias (emocionales, económicas, familiares) de aquellos que no lograron hacer realidad su sueño y vieron sus proyectos truncados.

Buscamos emprender cuando el resto de las opciones no son favorables. Es una misión poco remunerada y socialmente arriesgada. Entonces, el fenómeno del emprendimiento se pueden entender por la confluencia de varios factores, entre ellos el juicio que acabo de aseverar. Pero hay más, como la propia fragmentación y evolución del mercado laboral de nuestro país y región, y la ilusión instalada en el consciente colectivo que nos da “uno o varios motivos” para pensar que emprender es fácil (realmente lo es, pero la parte más complicada consiste en mantenerse y crecer) y que todos tenemos cualidades para hacerlo. Todo ello puede provocar un efecto como el de un espejismo en mitad del desierto (ilusión óptica se debe a la diferencia de densidad/temperatura entre las distintas capas de aire). En nuestro caso, esta ilusión vendría provocada por las distintas capas de realidad. 

Finalmente esto deriva en una mixtura narrativa en la que se funden la versión que vemos, oímos y leemos en los medios y el sesgo optimista propio de muchos emprendedores que les lleva a ver el mundo más benévolo de lo que realmente es y los fines que persiguen más fáciles de lograr de lo que realmente son, sobre todo si el financiamiento proviene de un sinnúmero de instituciones que aportan recursos para iniciar sus negocios, monopolizando con ello un círculo vicioso del cual cada vez más y más personas quieren obtener beneficio a muy bajo costo. Es fácil soñar con el dinero de otros.

Citando al psicólogo estadounidense Daniel Kahneman (Premio Nobel de Economía 2002), “los beneficios económicos del autoempleo son mediocres: con idéntica cualificación, uno obtiene rendimientos medios más altos vendiendo sus propias capacidades a empleadores que estableciéndose por su cuenta. Los datos sugieren que el optimismo es algo muy extendido, pertinaz y costoso”

Soy de los que defiende que el sistema educativo debe integrar en sus planes de estudio aspectos relacionados con el espíritu emprendedor y la innovación (no necesariamente orientados a la creación de un negocio propio). De la misma forma, también considero que en esta formación debemos dar una gran importancia a la adquisición de hábitos y actitudes que nos ayuden a saber gestionar nuestras emociones. Saber perder, saber fracasar, saber convivir con el miedo y con la incertidumbre permanente, y como no, también saber ganar (todos conocemos ejemplos de personas que no supieron manejar su propio éxito profesional). En resumen, aceptar el fracaso como parte del “leit motiv” de la vida aunque sin llegar al extremo de glorificarlo; ¿Sabiendo por qué otros triunfan podrá usted evitar el fracaso?. Mentira. Para evitar el fracaso hay que saber por qué se suele fracasar…sobran motivos, pero a veces falta motivación.

Autor

Imagen de Christian Aguilera

Licenciado en Turismo de la ULS, con estudios de post-grado en Sistemas de Gestión de Calidad (UTFSM) y Gestión de Emprendimiento (UDP), Candidato a Magister en Educación. Desarrollando actualmente estudios y asesorías públicas y privadas.

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