En el mundo del consumo incrustado y la globalización expansiva, sólo pueden tener cabida dos instituciones: El mercado y los medios de comunicación. Las largas y agotadores jornadas laborales de una opaca vivencia monótona y productivista, casi no dejan espacio para la búsqueda del acervo cultural, pues muy por el contrario, el sistema ofrece distractores; apaciguadores del dolor cotidiano, espejismos que hacen invisibles las cadenas de una sociedad desarraigada de lo humano, padeciente de la gula extrema, endeudada, triste, simplista, obnubilada con los espectáculos de luces.

En este plano de decadencia, en esta sociedad de ciegos en cuyo seno el tuerto es rey, afloran los falsos profetas, aprovechadores del marketing y de la ignorancia generalizada, vendedores de productos ilusorios; verdaderos oasis en el desierto.

La sociedad busca inconscientemente romper los esquemas homogéneos de su apagada y repetitiva vida, y en esa escena oscurantista, adquieren un seductor peso atrayente para el consumo; las conspiraciones, el ocultismo, el esoterismo, las sociedades secretas, los extraterrestres, los poderes mágicos y cualquier mito que logre hipnotizar un buen número de compradores.

Al leer la segunda parte del libro de Baradit llamado: "La historia secreta de Chile", mi primera impresión, fue detectar que no se habla de ningún tema secreto - de hecho son temáticas bien documentadas por investigadores de variadas escuelas historiográficas-. Por ejemplo: El cuestionamiento que se hace de O’Higgins como padre de la patria, la matanza del seguro obrero, o la escasa participación organizadora de Pinochet en el golpe de estado de 1973, no tienen nada de secretismo y no representan ninguna novedad a nivel investigativo.

Cabe destacar, que en esta oportunidad, Baradit expone una bibliografía (aunque mal citada, y con más presencia de links copiados de internet, que libros de historia) en la que incorpora algunas obras que inspiran los temas de su libro. No es mi intención criticar con fundamento académico cada fragmento del libro de Baradit, -principalmente por un asunto de extensión-, así que me limitaré a señalar algunas apreciaciones breves respecto al capítulo de O’Higgins y los acontecimientos relacionados a la independencia de Chile.

Baradit impregna su relato con la clásica postura dualista de buscar héroes y villanos (como es común en los cuentos de literatura). En ese ambiente contencioso, los malos serían personajes como O’Higgins, San Martín y la siniestra y conspiradora logia lautarina, respaldada por Inglaterra y otros poderes europeos. En el bando de los buenos, estarían el aristócrata José Miguel Carrera y el proto-caudillo popular Manuel Rodríguez, ambos asesinados por el dictatorial gobierno de O’Higgins. Esa es la tesis sostenida por Baradit, la cual por cierto, no posee ningún carácter de original.

La historia no es un cuento novelesco en cuya trama disputan la victoria héroes y villanos; los hombres son de carne y hueso, poseen virtudes y vicios, cometen aciertos y errores, ejecutan actos nobles y actos crueles, hay lealtades y traiciones, pasiones y razonamientos, señalando también que las coyunturas temporales potencian climas de acción social, por lo mismo no se puede reducir la historia a un conflicto de actores individuales, es necesario revisar antecedentes y consecuencias en un aspecto macro-espacial, observando de manera panorámica lo esencial de los hechos.

Se le olvida mencionar a Baradit (probablemente por desconocimiento) que José Miguel Carrera pertenecía a la logia masónica del rito de York, y así como O’Higgins aparentemente tenía cercanía con Inglaterra, la figura de Carrera tenía fuertes lazos con los Estados Unidos. Tampoco menciona Baradit, un hecho que si presenta muchos tintes de ocultismo; me refiero a la guerra a muerte que confrontaba a las logias masónicas de diversos ritos. Prueba de ello, fueron los motines contra San Martín, los cuales estuvieron dirigidos por oficiales ajenos a la orden de los caballeros racionales (la logia de San Martín).

Tampoco es cierto que la famosa logia lautarina guió cada proceso de la independencia, es más, esta agrupación ni siquiera era parte de la masonería. Era un movimiento político-revolucionario, al cual pertenecieron intelectuales de la época influenciados por las ideas del iluminismo racional, para destruir el oscurantismo monárquico. La independencia fue financiada y proclamada no por masones ni por ingleses, sino por la burguesía mercantil chilena (conservadora y católica), que deseosa de practicar pleno poder político y económico sin restricciones de ningún tipo, respaldó todo movimiento libertador, sin importar si lo comandasen masones, liberales, cesaristas, argentinos, etc.

Cabe mencionar también, que José Miguel Carrera, fue sentenciado a muerte en Argentina como cualquier bandido de ese tiempo, según la ley imperante, por los actos criminales que cometió en ese país (robos y asesinatos). No parece haber influido en ningún momento la mano oculta que sostiene el compás y la escuadra, ni tampoco los gobernantes de Chile, y ni siquiera José de San Martín. Es menester también decir que, el temperamento de los hermanos Carrera, era característico de unos niños mal criados de la aristocracia, que de forma arrogante, pretendían ser ellos y sólo ellos, quienes dirigieran la independencia (nunca un roto o un huacho).

Otro error imperdonable que no se le puede dejar pasar a Baradit, es el de señalar que los conservadores en el poder quisieron traer de vuelta O’Higgins desde el Perú. Fueron esos conservadores, los pelucones, los que lo presionaron para abdicar, una vez que el caudillo ya no les era útil.  Los Ohigginistas o los partidarios de Ramón Freire, fueron aplastados por los estanqueros y pelucones, al igual que los liberales. El gobierno conservador estableció un impersonalismo presidencialista que era contrario al caudillaje popular latinoamericano. Prueba de lo antedicho, se evidencia en el apoyo que el desterrado Ramón Freire, ofreció a la Confederación Perú-boliviana para derrocar al gobierno conservador. O’Higgins por cierto, anhelaba la destrucción del gobierno conservador chileno, según lo planteado por el mismo en sus cartas.

Baradit tampoco se percata, de que la historiografía tradicional ha excluido a los héroes populares de la independencia, ¿Quién recuerda a Mariluan, Ventura Laguna, Tomas Nilo o Manuel Llanca, entre otros? La historiografía tradicional confeccionó un relato reduccionista que se enfoca en estudiar la evolución política desde arriba hacia abajo, excluyendo y mutilando la historia popular de Chile. Aquel problema si que podría encasillarse dentro del secretismo histórico, pero Baradit continúa relatando la historia que ya todos conocen.

La historia es una ciencia que se parece a la arqueología, en el sentido de que se preocupa por encontrar fragmentos del pasado, para restituir sucesos en base a la verdad; con métodos investigativos, con fuentes primarias, con revisión de fuentes secundarias. No es un cuento que se limita a buscar personajes buenos y malos, plagado de sentimentalismos y apreciaciones subjetivas, imaginando que malignas sectas con súper-poderes mueven cada hilo en el porvenir de las sociedades. Esa es una razón fundamental que excluye a Baradit de poder ser un historiador, pues su obra no aporta significativamente dato alguno al conocimiento transversal y trascendental, sino por el contrario, contribuye a la desinformación de masas, al reduccionismo de lo fundamental y a la producción de la chatarra histórica consumible.

Lo dicho por el filosofo español Jaime Balmes resume este planteamiento: “La lectura es como el alimento; el provecho no está en proporción de lo que se come, sino de los que se digiere”.

Tampoco podemos culpar a los historiadores u otros investigadores profesionales, por el fenómeno mundial del consumismo masivo de chatarra. Las personas no se sienten atraídas necesariamente por el conocimiento duro y por complejos datos analíticos que contribuyen a reflexionar de manera más efectiva sobre lo sucedido en el pasado, para entender críticamente el presente. Buscan lo “divertido”, “los calmantes de la enfermedad cotidiana”, el “entrenamiento”, plasmado en conspiraciones, sensacionalismo, sectas ocultas, y todo aquel material propio del consumo moderno.

 

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