Nuestra memoria histórica popular es precaria por diversos motivos. Existe una tradición historiográfica -que en sus múltiples escuelas- se ha aventurado casi de forma exclusiva a investigar los temas políticos del país, analizando rigurosamente las instituciones y variados conflictos que pudieron afectar el curso del vivir social, dejando de lado otras temáticas de suma importancia.
Se refleja un evidente oscurantismo con respecto a la historia popular, la historia del pueblo; auténtico sujeto de todo lo que puede entenderse como comunidad-nación o clase política civil (ciudadanía). No obstante se han escrito estos últimos años numerosas obras y tesis (unas más conocidas que otras) destinadas a reconstruir esta parte extirpada y fundamental para comprender una verdadera identidad popular conjunta y la dolencia histórica que no hemos podido superar.
Queremos destacar en este artículo una cuestión que si bien se discute en ámbitos académicos y políticos, es necesario hacerla notar de una forma simple, para desarrollar una síntesis de las fuerzas de fricción que han moldeado nuestra realidad social.
Comencemos por revisar la anatomía general de la aristocracia chilena o mejor dicho; burguesía mercantil. A finales del siglo XVI comenzaron a consolidarse socialmente los primeros estancieros y encomenderos estables, con indígenas y mestizos bajo su mando. Prácticamente la totalidad de esos hombres poderosos era descendiente de los primeros conquistadores españoles que a falta de mujeres europeas, contrajeron matrimonios con féminas indígenas, es decir tuvieron un origen mestizo al igual que el resto de la población llana. Podríamos señalar cientos de ejemplos, pero un caso muy notorio y conocido es Catalina de los Ríos Lisperguer, la aristócrata de origen mestizo conocida como la quintrala.
Con esto dejamos en claro que los núcleos que generaron el nacimiento de la élite chilena no tenían linajes ancestrales de nobleza europea; puesto que descendían tanto de los primeros conquistadores castellanos-andaluces como de pueblos indígenas, al igual que el resto de la población de Chile que durante los siglos XVII y XVIII se había masificado sorprendentemente.
A finales del siglo XVIII, la burguesía mercantil chilena se había fortalecido y se mimetizó con los extranjeros de origen vasco. Cabe señalar que durante tres siglos las familias prominentes practicaron la acumulación de riquezas por medio de los matrimonios arreglados, colocando en manos de unos pocos todo el comercio existente de la época.
Las actividad comercial de esta burguesía mercantil en el siglo XVIII, era principalmente la agricultura - la cual además daba forma al sistema social feudal latifundista de hacienda patrón/peón-.Los productos como el trigo y otras materias primas semejantes eran exportados hacía Perú, pues la corona española había establecido un monopolio comercial en el nuevo mundo que definía estrictamente de que manera las colonias podían relacionarse en cuestiones de mercado. La burguesía chilena por ende, comenzó a generar una fuerte cultura de comercio de exportación a través de la venta de diferentes recursos, ese era el paradigma de la economía.
La corona española se beneficiaba de todos los tributos económicos, el fuerte control comercial expandió brotes de mercado negro y la burguesía chilena comenzaba a susurrar entre bambalinas su descontento con la administración política y económica bajo el yugo de los agentes españoles. Se sentían un grupo social con identidad propia que tenía el derecho a controlar su destino.
¿Pero qué sucedía con el bajo pueblo durante el siglo XVIII? se suele creer que la población chilena de ese entonces estaba constituida por ebrios y campesinos sin ninguna relevancia en el plano político-cultural del país. Por desgracia muchos historiadores y otros malintencionados promovieron por décadas ese oscurantismo. La verdad es que para mediados del siglo XVIII, el pueblo de Chile había consolidado una rica cultura sincrética entre el mundo románico y precolombino. El bajo pueblo no estaba solamente compuesto de peones de fundo, pues había pequeños comerciantes cecineros, alfareros, arregladores de huesos, ganaderos, arrieros, militares de bajo rango, sabios populares, dulceros, músicos populares, dueños de granjas, etc. Todos ellos concretaron una especie de autosuficiencia cultural y económica. Los talleres y tiendas que ofrecían productos y servicios eran administrados por familiares y amigos. Si bien no constituían un gran negociado, daban cuenta de que una clase media popular estaba emergiendo, y que representaban una forma se subsistencia totalmente ajena a la impuesta por la hacienda o por la visión de mundo de la élite chilena.
Comencemos por estudiar algunos de los primeros sucesos que dejaron en evidencia los choques culturales entre esta burguesía mercantil y el pueblo de Chile. Desde tiempos de la conquista se celebraba la fiesta hispana del corpus christi, y la plebe festejaba con gran alegría y desenfreno, mezclando el acontecimiento con elementos de la cultura precolombina, generando un aire cristiano-pagano repleto de felicidad y libertad. Era un ambiente semejante a las festividades de la Roma antigua rindiendo culto a Baco.
Por cierto que la élite chilena, burguesa y ultracatólica, pretendía reformar la fiesta popular en un acto solemne y ordenado de acuerdo a las leyes imperantes. Por ello se dictaminaron las primeras medidas legales para aplastar la tradición popular e imponer una visión de mundo desde el ápice social.
También, los vacíos imperfectos del sistema económico de hacienda, permitieron la proliferación del vagabundaje, y por consiguiente el nacimiento de bandas de criminales organizados, cuyo fin era asaltar grandes casonas o caravanas comerciales. Por lo mismo, se desarrollaron leyes y decretos que sancionaban duramente la criminalidad en favor de un orden que la burguesía pretendía inalterable.
Destaquemos dos cosas esenciales: en primer lugar, que la burguesía chilena había asumido una identidad propia y se creía con el derecho de imponer una doctrina de mundo al resto de la población. Y en segundo lugar: el paradigma de esta burguesía era el comercio de exportación, por lo que también se comenzaron a implementar una serie de restricciones para con las economías populares. Si las leyes no eran suficientes la élite no dudaba en usar su brazo público armado.
La burguesía mercantil chilena primero sometió al bajo al pueblo antes de lanzarse a extirpar el dominio político y económico realista. A comienzos del siglo XIX, con el avance napoleónico, el auge de las ideas racionalistas-liberales y el estallido de revoluciones modernas, la élite comenzó a cuestionarse la fidelidad al rey de España. Se vieron en la posibilidad de tener el control absoluto de la economía y la política, dejando de pagar tributos a España, pudiendo comerciar con quien se les antojara, incluyendo Norteamérica y otras potencias de la Europa del norte.
En medio de la emancipación, se alzaron de esta pseudo-aristocracia, caudillos revolucionarios como O'Higgins y Carrera. O'Higgins triunfó y el dominio hispano sobre el territorio fue desarraigado bajo el sueño de un país independiente y republicano, regido por los valores de la ilustración. La élite chilena financió en todo momento las escuadras libertadoras.
Una vez en el poder, O'Higgins comenzó a tener vaivenes con la clase social castellano-vasca dominante. La abolición de mayorazgos y títulos de nobleza había desatado un gran descontento en la aristocracia, emprendiéndose los ataques contra el libertador de aspecto irlandés. O'Higgins abdica y se va al exilio para siempre, lo hace para evitar un derramamiento de sangre.
Es así como la propia élite chilena, luego de lograr someter al bajo pueblo y erradicar las cadenas del realismo, también aplasta a los emancipadores que una vez apoyaron. La burguesía mercantil puso fin al periodo monárquico y también al cesarismo.
Por el 1820, nuevos conflictos políticos, sociales y económicos comenzaron a aflorar. Un considerable sector de personeros de gobierno, entre ellos Ramón Freire y José Miguel Infante, pretendían levantar un sistema republicano en el que las asambleas localistas, -los cabildos- (sistema político muy arraigado en la cultura popular) tuvieran incidencia en las macro determinaciones políticas. Por el contrario, la poderosa élite chilena, radicada en el centro de la capital, proponía una visión centralista en la que tanto la política como el comercio debían dirigirse desde la zona metropolitana.
Freire acabó exiliado y las leyes federales de 1826 de Infante no tuvieron larga vida. La élite chilena entendía como república y democracia, un sistema en el que pudieran conservar sus negocios sin problemas ni interrupciones sociales de ningún tipo, sin revoluciones ni revueltas. Poco les importaba el desarrollo de las regiones mientras sus arcas familiares siguieran incrementando con las exportaciones. Esta burguesía jamás concibió una intencionalidad de desarrollo a nivel nacional.
La constitución 1828 no logró calmar los ánimos de la élite dominante y pronto estalló la guerra civil de 1829 entre liberales (pipiolos) y conservadores (pelucones), es menester mencionar que estos últimos usaban pelucas como los cortesanos de los palacios reales europeos, pues lo hacían para aparentar nobleza y distinción social (otra señal que nos deja entrever el tipo de costumbres y pretensiones de las clases altas). En el bando de los pelucones, un grupo destacaba por su radicalismo: los estanqueros dirigidos por Diego Portales.
Con el triunfo de los pelucones y la eventual instauración de la constitución de facto de 1833, la élite social construye toda su arquitectura de poder, usando también la matriz cultural de orden absolutista. Portales era un comerciante, un hijo de la élite histórica de mercaderes. Como el mismo señala en sus cartas, le importaban un comino los asuntos de la política mientras sus negocios estuviesen en paz, esa fue la razón principal por la que apoyó la guerra contra la confederación Perú-boliviana, para que el puerto de Valparaíso tuviese dominio comercial en la región por sobre el puerto del Callao.
La constitución del 1833 estableció una especie de democracia indirecta en cuyo seno los votantes debían tener como condicionante poseer una determinada renta o bienes raíces. Esos votantes elegían una comisión que era la que finalmente escogía un presidente. Se levantó el Estado centralista, el Estado del peso de la noche y se aplastaron las asambleas populares y los cabildos tradicionales. Se consolida de forma definitiva el poder legislativo del congreso, inspirado en el modelo anglosajón bicameral de lores y comunes. La religión católica es la única oficial. Comenzaron los primeros destierros y sentencias de muerte de personajes contrarios al régimen pelucón-estanquero.
Como puede verse, la plebe, el bajo pueblo queda totalmente aplastado políticamente y económicamente bajo el surgimiento del Estado del peso de la noche, se esencializa una forma de estado que perdura hasta nuestros días, aún aparentemente reformado por las posteriores constituciones. Fue el triunfo del asfalto gris sobre la tierra viva.
Chile pudo vencer a la Confederación Perú-boliviana, convirtiendo el puerto de Valparaíso en el principal del pacífico sur. El bajo pueblo fue el gran vencedor de esa guerra, sin embargo fue solamente aquella élite la beneficiada económicamente con el triunfo. La única victoria para el pueblo fue comprobar su enorme valor y unidad patriótica que se había forjado por años.
Durante el periodo conservador se generan varios programas políticos para aumentar la cantidad de escuelas y alfabetizar a la población. Pero esta educación de carácter básico no tenía los contenidos esenciales como para concretar esa poderosa cultura ciudadana que alguna vez soñó el republicanismo original, era insuficiente.
El periodo conservador terminará por una extravagante alianza oligárquica liberal-conservadora contra Montt, el cual entró en conflicto con la élite por problemas con la iglesia, específicamente por la cuestión del sacristán. Una vez más la élite, mueve el curso de la historia nacional, volviéndose contra el periodo conservador y dando lugar a la Era liberal bajo la presidencia de José Joaquín Pérez.
Tanto los integrantes del liberalismo como los de la conservaduría burguesa, así como los eclesiásticos importantes y los militares de alto rango, eran todos de la misma clase y protegían los mismos intereses. No existía una lucha ideológica a muerte, o movimientos violentistas preparados por la tomar el poder por la fuerza. Esta oligarquía articulada tenía pleno poder político, económico, cultural y social del país.
Queremos también hacer mención de la férrea lucha que la clase dirigente mercantil sostuvo con empresarios de visión productivista cuyo fin era afianzar una nueva economía desarrollista e industrial que pudiese llevar los beneficios de la modernidad a todo el país. En este grupo de productivistas nacionales, destacan los ferrocarrileros o algunos propietarios de pequeñas minas. Tenían una visión económica que anhelaba construir un Chile fuerte mediante el desarrollo industrial y tecnológico. Por desgracia la visión económica de la oligarquía era totalmente opuesta; eran mercaderes de exportación, concebían la economía como una herramienta para comerciar materias primas, no para construir industrias, ni menos para expandir proyectos destinados al desarrollismo.
Aplastando las economías populares, también la oligarquía eliminó las intenciones desarrollistas de hombres que pretendían colocar la economía al servicio del bien común nacional.
Comenzó también la denominada pacificación de la Araucanía en cuya guerra interna propiciada por el Estado, los pueblos indígenas y campesinos pobres fueron encasillados en pequeños reductos. Los gobiernos iniciaron políticas de colonización trayendo extranjeros de países europeos hacía los territorios del sur.
La oligarquía había entablado una identidad cosmopolita, no solo por sus exportaciones de mercancía a diversos países, sino porque sentían un gran desprecio por la cultura popular y por sus propias raíces hispanas. La nueva moda en la oligarquía era tener algún apellido alemán, inglés, francés o italiano. Recordemos que el primer noble Edwards, era en realidad un pobre marinero desertor de un barco inglés que por su aspecto anglosajón pudo entrar fácilmente en la aristocracia occidentalista y cosmopolita (le abrieron las piernas literalmente).
Volvamos a repasar las características anatómicas de este organismo oligárquico:
1-Conservadurismo ultramontano, moralismo católico impuesto a todos los habitantes del país. Se concebían como los únicos destinados a dirigir el país.
2-Desprecio por la cultura popular, gran admiración por las culturas nórdicas de Europa. En la biblia se señalaba que Dios castigó a Adán con el trabajo físico-manual, por ende las clases altas despreciaban el trabajo realizado con las manos (campesinos, alfareros, mineros, etc).
3-Arribismo cultural de aparentar nobleza exhibiendo falsos títulos de nobiliarios comprados, sin poseer linajes ni una cultura de conocimiento superior (durante el siglo XIX las autoridades debieron contratar un sinnúmero de extranjeros intelectuales para satisfacer las necesidades que no podían concretar los hombres sin preparación de la aristocracia).
4-Eran mercaderes exportadores de materia prima, habían practica la acumulación de riquezas por medio de matrimonios arreglados. Se oponían a cualquier intento de industrializar la economía, sólo para defender sus intereses monopolistas.
5-Uso de la fuerza pública por parte de la oligarquía para aplastar a su propio pueblo.
Con el triunfo de Chile en la guerra del pacífico sobre Perú y Bolivia, la oligarquía tomó el control del negocio del salitre a nivel mundial. Era la oportunidad para invertir en bienes de capital y concretar una revolución industrial tardía que permitiera llevar el país al desarrollo para poder competir en el mercado mundial. Pero nada de eso ocurrió, por el contrario, la élite negocio el botín con el imperialismo inglés. La oligarquía sólo necesitaba un 20% para enriquecerse a niveles estratosféricos y eso les bastaba.
Los campesinos de Chillán, los jóvenes de Valparaíso, los mineros del carbón, los artesanos de ciudad que se acuartelaron para combatir en el desierto, no recibieron ni migajas del tesoro, pese a que fueron los heroicos vencedores del conflicto derramando sangre y lágrimas en el infierno de arena. Con esta traición la oligarquía sufre su mutación definitiva para transformarse en un organismo anti-nacional, corrupto y arraigado en el poder, protegido de su pueblo con la fuerza pública.
Cuando el presidente Balmaceda criticó esta situación nefasta, la oligarquía incrustada en el congreso forzó una sangrienta guerra civil, cuyo fin estuvo marcado con el suicidio del presidente, que cometió tan extremo acto para detener la lucha fratricida entre hermanos.
El bajo pueblo aplastado y reducido a la miseria durante todo un siglo, recién desprendió luces de vida a principios de siglo XX, con el surgimiento de las protestas y movimientos obreros, generándose algunas de las matanzas de nuestra historia propiciadas por el propio Estado estanquero de Chile contra su pueblo reclamante de justicia.
Algunos libros mitológicos como la fronda aristocrática quisieron mitificar el quehacer de la aristocracia, convirtiendo a personajes como Portales en héroes y forjadores de una prospera república que resaltaba sobre todos los países del continente por su orden y estabilidad política.
La realidad es que la oligarquía chilena, mantuvo un statu quo semicolonial, encrustándose en el poder y absorbiendo todas las riquezas del país, sometiendo y asesinando a su propio pueblo no solo en el siglo XIX como hemos visto en este artículo, sino durante gran parte del siglo XX. Nuestra dolencia histórica es no poder derrotar la tragedia ni dirigir nuestro porvenir. Destruir el organismo oligárquico, su servidumbre frente a los imperialismos internacionales, junto a todo su aparataje burocrático es fundamental para la resurrección de la patria auténtica y el desarrollo comunitario del pueblo.
Existe por un lado la oligarquía dominante, compuesta por cualquier individuo que trabaje a favor de ésta, desde un concejal corrupto hasta el monopolista que financia la partidocracia y en la vereda contraria, el organismo del pueblo de Chile, la ciudadanía descontenta con un sistema ineficiente e injusto, que tiene el deber de organizarse y ejecutar sus decisiones a nivel comunitario, desterrando todo vestigio de arquitectura estanquera, levantándose así como las nacientes raíces de los árboles suelen destruir el muerto asfalto gris.