En algunos programas de liderazgo y otras instancias de formación explican las distintas formas de ver la realidad con ejemplos muy simples. Uno de los casos es poner un vaso con agua hasta la mitad. Las reacciones casi siempre son las mismas: hay personas que ven el vaso “medio lleno”, mientras otros lo ven “medio vacío”. El mismo vaso, la misma agua, dos miradas.
Este ejercicio probaría, al menos en parte, dos tipos de personalidades, que podríamos llamar los optimistas y los pesimistas, o los positivos y los negativos. Donde unos ven lo que hay, otros ven lo que falta, mientras unos valoran lo bueno, otros sufren lo malo. Lo que se puede aplicar para un caso pedestre tiene aplicación práctica en nuestras propias vidas y en la situación política y social del país, donde ambas formas de ver las cosas aparecen habitualmente.
Lo peor que podría ocurrir es que nuestro optimismo o pesimismo nieguen la realidad objetiva. Si aumenta la cesantía, la corrupción o la violencia es necesario preocuparse y condenar con fuerza; si vemos manifestaciones de solidaridad, crecimiento económico y una política sana, debemos promover que eso se proyecte en el tiempo. Pero también es posible que demos un giro personal hacia una visión más positiva de la vida, de nuestros cercanos y de la sociedad.
Levantarse contento, saludar a quienes vemos, escuchar con atención, pedir por favor y dar las gracias, son cosas simples que facilitan ver la vida de mejor manera. Aprovechar la familia y los amigos como corresponde, dejar el celular a un lado durante las reuniones y comidas, estar dispuestos a servir y no sólo a ser servidos son manifestaciones de buen vivir que parecen en retirada. No hablar mal de los demás, destacar lo positivo de otras personas, hablar bien de otros y no de sí mismos son formas que sin duda contribuyen a mejorar nuestra convivencia diaria.
El 2016 puede ser un gran año. Esperamos que haya muchas cosas objetivas que apunten en esa dirección, pero también se necesita -como decía Viktor Frankl al interior de un campo de concentración nazi- una “libertad espiritual”, para decidir cómo enfrentar las distintas circunstancias y hacer “que la vida tenga sentido y propósito”.
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