Últimamente estamos habituados a escuchar que atravesamos por una crisis de liderazgo político. Desde lugares y espectros muy diferentes percibimos que carecemos de líderes competentes, preocupación que se multiplica repetidamente en diarios, revistas, debates en televisión y radio, y por cierto con mayor frecuencia en redes sociales.

La falta de liderazgo está al parecer presente en los más diversos dominios de nuestras vidas. Aseveramos, por ejemplo, que los políticos no tienen la estatura de líderes. En este entendido, es necesario explorar el liderazgo mismo y examinar críticamente la comprensión de sentido común que como ciudadanos tenemos de él.

A pesar del hecho que la conversación sobre la falta de liderazgo político es penetrante y permeable en distintas capas, es posible sostener que hay mucha confusión en nuestra comprensión de la esencia de éste. Afirmamos que la naturaleza actual de su carencia es hoy uno de los mayores obstáculos para producir cambios efectivos en materia de conducción política.

Hay por lo menos dos interpretaciones diferentes de liderazgo que es importante examinar. Primero, está la idea que el liderazgo es la capacidad para dar órdenes. Ésta representa una forma de comprensión militarmente estereotipada del liderazgo, conectada con la acción de comandar. En este entendido, los líderes son personas que consiguen que las cosas sean hechas. Como con muchas de las distinciones de sentido común, esta imagen es parcialmente válida. Ciertamente los líderes políticos modifican el accionar de las personas, sin embargo, cuando restringimos nuestra comprensión de liderazgo sólo al dar órdenes, producimos una visión estrecha de la problemática. Los líderes no sólo consiguen que las cosas sean hechas, también son los inventores de lo que se puede hacer.

Los líderes políticos, dentro de esta interpretación, son personas dotadas con un aura misteriosa, carismática o mágica, que les permite anticipar o predecir el futuro y llevar a otros con ellos hacia nuevos y mejores caminos, hacia un futuro que han sido capaces de prever. El liderazgo político, así, asoma como algo que simplemente se tiene o no se tiene. Si éste último es el caso, no hay mucho más que se pueda hacer. Con esta comprensión, éste no puede aprenderse ni diseñarse.

En segundo lugar, está la comprensión común que reconoce efectivamente algunos de los intereses básicos tras el fenómeno del liderazgo político. Reconoce, por ejemplo, la capacidad de los líderes para generar un sentido de pertenencia a una comunidad. Los grandes líderes ilustran a los ciudadanos sobre cómo involucrarse en una causa común para que éstos se vean a sí mismos como parte de una identidad nacional, regional o comunal compartida. Esta es una característica importante del fenómeno del liderazgo político, ya que en realidad modifica nuestras identidades privadas, nuestras interpretaciones de quiénes somos.

Nuestro sentido común también reconoce que el liderazgo genera un sentido compartido de lo que es posible y motiva la acción la ciudadanía. Aquí, el liderazgo político aparece conectado fuertemente con el fenómeno del poder. En algunas ocasiones la simple presencia de un líder es suficiente para modificar la manera en que las personas ven las posibilidades para sí mismas y para su comunidad. Un país, región o comuna detrás de un líder con estas características puede transformar rápidamente su realidad desde una débil a una fuerte.

Sin embargo y pese a lo anterior, nuestras interpretaciones tradicionales del liderazgo político son débiles, porque no se han establecido las relaciones entre el liderazgo y su imperiosa conexión con la realidad y los estándares sociales concretos; los líderes hablan a las personas que guían. Es en esta acción donde acontece el fenómeno del liderazgo. Un buen líder político genera una interpretación coherente del presente, declara la posibilidad de un futuro diferente, y es capaz de generar confianza en la ciudadanía.

De modo general, las preguntas básicas que los líderes políticos deberían hacerse son: ¿Quiénes realmente somos? ¿Hacia dónde va el mundo, el país o la región? ¿Quiénes pretendemos ser en un mundo que permanentemente cambia? ¿Qué necesitamos para convertirnos en lo que queremos ser? Sin hacerse estas preguntas, sin abrir estos espacios de conversación sobre liderazgo, no pueden surgir líderes políticos auténticos.

Entonces, estos nuevos líderes políticos deben imperiosamente tener las competencias para leer al país o la región, permitiendo construir futuros posibles, con la capacidad para formar alianzas, posibilitando lo que antes no era posible, creando a su vez nuevas condiciones que nos permitan explorar posibilidades que no podían visualizarse antes, sobre la base constitutiva de pactos ciudadanos sustentadas en la confianza. Sin confianza no podemos hacer alianzas.

Es necesario igualmente entender que los líderes políticos deben hacerse cargo de las preocupaciones de la ciudadanía, representando o reflejando lo que las personas quieren y aspiran, transformándose en un portavoz de sus necesidades latentes.

A punta de encuestas, algunos nombres hoy en día seducen con arrogarse la capacidad discursiva para aparecer como una posibilidad para otros, con “ofertones veraniegos” que pretenden hacerse cargo de los legítimos intereses de la ciudadanía. Sin embrago, resultan incapaces de subordinar su “yo privado” a los intereses de ésta, autobloqueando la posibilidad de transformarse en espacios de posibilidades, desantendiendo el imperativo que su liderazgo no es un fenómeno individual sino social, que vive en el permanente escrutinio y evaluación ciudadana.

Esto significa que hoy nuestro poder y efectividad como ciudadanos depende mucho de nuestra capacidad para generar nuevos liderazgos políticos, como un mecanismo de apertura para potenciar y fomentar el surgimiento de agentes colectivos que jueguen roles importantes, delegando el poder y no concentrándolo en trincheras históricas y tradicionales que hoy no representan en absoluto la realidad de nuestro país.

Bajo un liderazgo político nuevo, renovado y fuerte, centrado en el apoyo de una base ciudadana que convoque, dialogue, sea representativa y participativa, los individuos que pudieran carecer hoy de confianza en su capacidad para producir resultados significativos con sus acciones, pueden transformarse completamente en personas altamente comprometidas, con un sentido de pertenencia, deber, logro, y responsabilidad.

Autor

Imagen de Christian Aguilera

Licenciado en Turismo de la ULS, con estudios de post-grado en Sistemas de Gestión de Calidad (UTFSM) y Gestión de Emprendimiento (UDP), Candidato a Magister en Educación. Desarrollando actualmente estudios y asesorías públicas y privadas.

 

 

 

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