Revisar nuestra historia puede ayudarnos a comprender ciertos fenómenos que podrían parecernos inesperados, en el pasado podemos hallar la causalidad de un fenómeno que produzca impacto en la sociedad. Lo que me propongo con esta columna es elaborar una reflexión sobre un fenómeno que podría presentarse: el caudillismo en la política, fenómeno del que deberíamos tomar conciencia este año en particular, año de elecciones presidenciales y parlamentarias.

El fenómeno del caudillismo según “la Enciclopedia de la Política” de Rodrigo Borja Cevallos corresponde a: “[…] el ejercicio de un mando de naturaleza personal antes que institucional en el Estado o en la agrupación política, o sea una autoridad inorgánica y caprichosa, desprovista de fundamentos doctrinales. La voluntad del caudillo está por encima de la normativa jurídica de la sociedad o del grupo y se convierte en la suprema ley”. Para Borja el fenómeno del caudillismo corresponde a un aspecto propio de sociedades políticamente subdesarrolladas (que carezcan de estructuras socio-políticas descentralizadas o en desorden político, como podrían ser los jóvenes estados latinoamericanos) o de sociedades con graves patologías sociales (de presentarse en sociedades más desarrolladas, ejemplo por antonomasia: los totalitarismos). Contrario a la creencia popular, Chile no es la excepción a la aparición de caudillismos en su historia política, tuvimos un O’Higgins, un Carrera, un Freire, un Portales, un Balmaceda, un Alessandri y por supuesto un Ibáñez. Sobre este último me quiero centrar para el análisis.

Si hay algo que puede definir a la figura política de Carlos Ibáñez del Campo es saber actuar en el momento correcto. Su carrera política parte en 1924 cuando junto a un grupo de oficiales de ejercito hacen sonar sus sables en el piso del Congreso Nacional en señal de descontento frente a la inoperancia de la oligarquía gobernante para aplacar las condiciones de vida deplorables de la mayoría de la población (la conocida “Cuestión Social”), a raíz de esto el parlamento promulga un conjunto de leyes sociales e ingresa un grupo de militares al gobierno, los cuales terminarían por derrocar al presidente Arturo Alessandri. La nueva junta militar de carácter conservador dura en el poder hasta enero de 1925 pues Carlos Ibáñez y Marmaduque Grove dan un golpe de estado con el fin de reinstalar a Alessandri. El retorno de Alessandri, por más significativo que sea (se promulga una nueva constitución), resulta breve dada la presión que ejerce Ibáñez como ministro de defensa, Alessandri termina por renunciar. Asume tras las elecciones Emiliano Figueroa cuyo gobierno es recordado por tener a Carlos Ibañez ejerciendo el poder desde las sombras. Tras severas fricciones con el “Caballo”, Figueroa también renuncia. En 1927 Ibáñez participa en calidad de presidente interino en unas elecciones sin competencia, el obvio resultado le permite por fin acceder a la presidencia de la república, durante su gobierno el país atravesará un proceso de reformas estructurales caracterizadas por el fortalecimiento del Estado frente al poder de la oligarquía (entendida como un conjunto de clases sociales definidas por su forma clientelista y excluyente del ejercicio del poder en las esferas sociales, políticas y económicas). Lamentablemente para él, la bonanza de la explotación del salitre termina y se hace patente la crisis económica, lo cual trae consigo el descontento popular, Ibáñez se aleja momentáneamente del poder en 1931 tras una serie de revueltas.

Ibáñez, incansable intento volver al poder varias veces por medio de la razón o la fuerza. Intentó una candidatura en 1938, pero sus seguidores nacistas idearon un connato que desembocó en la “Matanza del Seguro Obrero”, el candidato se retira de la competencia. Durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda se sospechó la inspiración ibañista del “Ariostazo”, un fallido golpe dado por un general de ejército llamado Ariosto Herrera, quien no tuvo ningún apoyo. En 1942 Ibáñez vuelve a participar apoyado ahora por la derecha, pero perdió frente a Juan Antonio Ríos (quien tenía el apoyo de las fuerzas políticas desde el Partido Comunista hasta liberales descolgados de su alianza en odio hacia la persona de Ibáñez y/u obediencia febril a Alessandri Palma). Dentro del ejército y la aviación, oficiales adictos creaban movimientos deliberantes para instalarlo en el sillón de O’Higgins, esto llegó a un punto culmine con el “Complot de las patitas de chancho” en el 46, cuando se descubrió el plan de un golpe militar contra Gabriel González Videla, se cuenta que había miembros del peronismo involucrados en el complot. Finalmente, Ibáñez llega a la presidencia nuevamente en 1952 por la vía democrática, tras haber sido electo senador de la república en 1949. Cabe hacerse una pregunta: ¿Qué cosa fue la que cambió para que esto sucediera?

En su libro “Fracturas: de Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (1938-1973)” el sociólogo Tomás Moulian describe el panorama político previo a las elecciones presidenciales del 52. Lo que caracterizó al periodo fue el descontento de la población frente al gobierno, el cual presentaba síntomas de desgaste. La fuerza principal del gobierno, el Radicalismo (en el poder desde 1938) era identificado con el oportunismo, ya que había conseguido la presidencia aliándose con la izquierda (socialistas y comunistas) para luego dar un brusco viraje a la derecha (aliándose con conservadores y liberales) desembocando en la proscripción de los comunistas en 1948. Los otros dos bandos eran también presa del aislamiento pues la derecha era vista como un bastión político de los poderes económicos (opuesta al intervencionismo y el desarrollismo) y era identificada como reaccionaria frente a la democratización social, por su parte la izquierda estaba debilitada por las fricciones dentro del socialismo y la proscripción del comunismo. En adición a esto, prácticas como el cohecho hacían ver a la actividad de la política partidista como corrupta y clientelar. Todo esto más el recuerdo de la dictadura de Ibáñez y su impronta del “Chile Nuevo” frente a un Chile oligárquico fue suelo fértil para la aparición de un populismo reformista y de carácter anti-partidista. Ibáñez llega al poder en 1952 apoyado por grupúsculos adherentes a su figura (nada de partidos tradicionales, exceptuando al Partido Socialista Popular y el Partido Agrario Laborista) con el objetivo de barrer con la corrupción y la politiquería que ahogan al país. La institucionalidad política en Chile tenía una larga trayectoria, pero mostraba síntomas de patología social al estar el pueblo disconforme con el gobierno mantenido, ante lo cual se prefirió optar por la persona fuerte que impusiera el orden.

No planeo extenderme sobre el segundo gobierno del "General de la Esperanza", pero es menester resaltar algo respecto a sus adherentes y eso es el deseo de que el mandatario impusiera su autoridad por sobre los mecanismos institucionales. Los dos ejemplos más contundentes son las "Facultades Extraordinarias" que obtuvo Ibáñez por parte del parlamento para llevar a cabo las reformas económicas prometidas (creación del Banco del Estado, crear la Superintendencia de Abastecimiento de Precios, fortalecer el Banco Central de Chile, etc.) y los movimientos militares "PUMA" (Por un mañana auspicioso) y "Línea Recta" que daban total respaldo a Ibáñez y que pretendián influir en su gobierno para darle un vuelco autoritario, algo que al final no ocurrió.

Como vemos, existe una serie de factores que pueden propiciar la aparición del caudillismo en la política electoral: un líder carismático, un pueblo descontento y un sistema político desgastado. De esta fórmula básica podemos encontrar ejemplos de los más variados desde Juan Domingo Perón o Muammar al Gaddafi pasando por Alberto Fujimori o Charles de Gaulle llegando a Donald Trump o Rodrigo Duterte en la actualidad.

Este 2017 corresponde a año de elecciones, la desaprobación de la gestión de los políticos llega a niveles alarmantes (según la consulta de Adimark para enero del 2017 los valores son de un 67% para la presidenta Michelle Bachelet; 76% para el gobierno de la Nueva Mayoría; 66% para Chile Vamos; 83% para el Senado y 86% para la Cámara de Diputados), de un tiempo a esta parte, también hemos visto seguidas una tras otra las protestas y movilizaciones ciudadanas sobre diferentes temas (educación, salud, previsión social, delincuencia, migración, etc.) en los cuales la población deja ver su opinión sobre sus gobernantes, vistos como gente inoperante y que solo busca el bien personal. Sabiendo el grado de aflicción social que vivimos como país, no debería sorprendernos pues la aparición de caudillos en estas próximas elecciones y que algunos tengan serias posibilidades de ganar.

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