Un cura rural, hijo  del pueblo, sugiere  reflexiones vitales  para creyentes y escépticos en la lonja.  ribereña. Cuando   el gigante de arena amarilla matizaba crepúsculos de rojo diaguita con el cielo azul. Donde un par de manos avejantadas de un joven presbítero se asomaban por una ventana neocolonial  como implorando un perdón innecesario.     Cura de mi pueblo … Josè Marìa Rojas , hijo del pueblo de Diaguitas (Chile) yace olvidadp en el cementerio local. El olvido alcanza a otras figuras:  Juan Josè Rodrìguez, pàrroco con iniciativas tal como cambiar el alumbrado a carburo por el de un motor eléctrico; Transformò, además, en capilla de altura al cerro ubicado en Hierro Viejo ; Manuel Ignacio Munizaga, sepulto en La Serena, orador sagrado y capellàn de la Escuela Normal en la época que postulara la futura Gabriela Mistral. Las últimas lluvias de Mayo en el valle (No se sabe por què … han  producido un halo de tristeza  o  –tal vez-  “miedo” a las fuerzas naturales). Algo inusual en los elquinos. Es el Piramidelqui vicuñense o el  Potrerillos de los hurtadinos el que invita a pensar sobre la vida. Es la montaña –aunque falta el lago y otras ficciones- escritas por Miguel de Unamuno en ”San Manuel bueno y màrtir”, cura que en ataúd con seis tablas y un crucifijo del nogal de su infancia, partió. Pero, habíamos quedado con Josè Marìa (fallecido en 1942). Ya la  Beneficencia para curar la TBC (tubercolòsis) había cerrado en 1934. Estudiò en el Seminario Conciliar y luego en la Universidad Catòlica ; su Primera Misa en la parroquia diaguitana. Finalmente, las vocaciones sacerdotales de los hijos del pueblo ribereño tienen ese aire terralero de libertad y aprehnsiòn ante la mínima ofensa. Sin embargo, la mesura està primero: calla y sufre en soledad. – Hay algo de Cristo de los Andes y San Pedro. El  rìo guarda silencio, llueve.

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