A diario nos vemos enfrentados a la necesidad de tratar de mantener una consistencia interna respecto de nuestras ideas, creencias, valores o principios, y que éstas, a su vez, sean coherentes con nuestras actitudes y conductas.
En términos generales, las personas convivimos con la permanente tensión en relación a nuestro actuar y nuestro pensar, y cuando esto no sucede, buscamos reacomodar nuestras ideas, valores y/o principios para poder así “autojustificarnos”, logrando de esta manera que éstas encajen entre sí y reduzcan la tensión.
Ahora bien, si este comportamiento puede tener efectos nefastos e indeseados en nuestras vidas cotidianas, imaginemos esos mismos efectos multiplicados exponencialmente cuando quien padece lo que se conoce como “disonancia cognitiva”, es un gobernante.
Las opiniones vistas, escuchadas y leídas en los medios de comunicación están caracterizadas principalmente por la necesidad de justificar a toda costa, políticas, decisiones y reformas que son radicalmente opuestas a las que se comprometieron, revelando claramente un patrón de comportamiento propio de alguien que padece esta clase de disonancia.
Como demostración de lo anterior, y sin ir más lejos, hace un par de días fueron revelados los indicadores del INE respecto de las tasas de desocupación tanto nacional como regional, las que bordearon un 7.1% a nivel nacional y un 8.6% regional respectivamente, para el este último trimestre.
Podría pensarse entonces que las declaraciones (y posteriores aclaraciones) de la Ministra del Trabajo estarían sujetas a esta premisa, sosteniendo que si hay alguien que está equivocado, no es el gobierno. Entonces, lo más probable es que en ese acto su fuero haya tenido que justificarse internamente y generar nuevas ideas (o realidades) dirigidas a reducir el malestar que pueda sentir, impidiéndole defender aquello que considera justo en aras del interés general. El problema radica en determinar en qué consiste ese llamado “interés general”.
Hemos sufrido de tal manera la disonancia cognitiva gobernante, que lejos de ser declaraciones que llamen a la tranquilidad, la comprensión y la racionalidad, provocan un efecto de indignación y de rechazo, que ha intensificado la tensión de la ciudadanía. Entonces, si la tensión es real, concreta y objetiva, ¿por qué la disimularla o suavizarla?
Que difícil y complejo debe ser hoy ser una autoridad de gobierno, en cualquier escala de responsabilidad; que difícil debe ser un Vocero de Gobierno tensionado por tener que decir y explicar lo que no cree y siente; que difícil debe ser Ministro de Desarrollo Social tratando de generar una narrativa que explique los resultados de una encuesta CASEN; que embarazoso debe ser para una Ministra de Justicia tener que afirmar o desmentir casos reñidos con la ética, probidad y mala gestión; qué complejo se ha vuelto hoy explicar las problemáticas en educación, salud, previsión y un largo listado de temas que nuestro país necesita más que nunca encarar, con todo lo bueno y lo malo que ello implique. Pero este ejercicio debe hacerse de cara a la ciudadanía, no en gabinetes políticos, cónclaves o “cocinas”, pues esos ejercicios solapados sólo están destinados a maquillar la realidad para no perturbar nuestra republicana institucionalidad.
La responsabilidad de nuestros gobernantes debe estar por sobre su voluntad de perpetuarse en el poder, y en ningún caso debe ser, como en la actualidad, contraproducente para los intereses generales del país. Cuando ese poder alimenta, da trabajo, posición y privilegios se hace cada vez más difícil romper el círculo vicioso del autoengaño y de la autocomplacencia, haciendo inaplicable aquel refrán que llama a “no morder esa mano que te da de comer”.
Podremos buscar todas las excusas que queramos, podremos dar miles de justificaciones, pero en el fondo la verdad siempre estará ahí, tratando de ser olvidada y acallada.