Por Alejandro San F... el Lun, 27/07/2015 - 08:52
Esta semana falleció Enrique de la Prida. Seguramente muchos no saben quién fue, no lo conocieron, no estuvo en las páginas de los diarios, su fama no trascendió de ciertos ambientes más íntimos, familiares y profesionales.
Era profesor de matemáticas en el Colegio Inglés de La Serena, en mis tiempos escolares. No tuve clases con él, pero lo conocí en los patios y también en la cancha de fútbol, donde solíamos encontrarnos alumnos, profesores y auxiliares, en lo que fueron verdaderos clásicos deportivos y también una fuente entrañable de amistad y sentido de comunidad. Lo recuerdo afable, lento en la cancha, inteligente, amistoso.
Cuando llegó la noticia, mi hermano José Pablo, excelente alumno y que sí tuvo clases con él, nos dijo: “Gran maestro. Profesor de verdad”. ¡Qué hermoso homenaje en tan pocas palabras!, y al día siguiente nos escribió mientras realizaba la misa funeral de “Don” Enrique de la Prida, para que nos acordáramos de él. ¿Cómo no hacerlo? Recordé también, como suele ocurrir en estas ocasiones, esa famosa intuición de Gabriela Mistral: “mi clase se va a volver a oír en la vida de mis alumnos”. No puede ser de otra manera, porque cuando un profesor da lo mejor de sí, su huella es imborrable.
El primero en marcharse fue Luis Flores, profesor extraordinario, producto de un cáncer. Hace algún tiempo nos informaron de la muerte de la miss Elizabeth, que nos había acompañado al viaje de estudios. Tengo la impresión, al ser yo mismo profesor, que algo de mi vocación se las debo también a ellos, así como tengo la certeza de que Dios nos pone por delante señales para que vayamos descubriendo nuestro propio camino en la vida.
Paradójicamente, hasta Segundo Medio yo quería ser profesor de matemáticas. Sin embargo, al final elegí el Plan Humanista, y creo que esa fue la razón por la que no fui alumno de “de la Prida”, pero hace unos meses lo recordamos con cariño con Enrique Calisto, cuando estuve un par de días en La Serena. Hoy estas palabras son un modesto homenaje a un gran profesor, que estoy seguro comparten aquellos que en estos días han vuelto a oír sus clases al conocer su partida.