Ciertamente el desafío que enfrenta la nueva administración regional que asume en los próximos días tiene que ver, por un lado, con la capacidad de promover, seleccionar y designar a militantes y personas con sobrados méritos y competencias técnicas, acompañado de una importante y necesaria cuota de idealismo político, sin que ambos atributos sean entendidos como un muro infranqueable para lograr un alto y esperado desempeño, sino más bien como un puente que permita conciliar y regular ambas vocaciones.
En realidad, la idoneidad profesional y la competencia técnica carecen de sentido en estos escenarios cuando no van acompañados del tan necesario sentido de responsabilidad y búsqueda del bienestar ciudadano. Por ello quizás una lección que debe ser aprendida de las anteriores administraciones tiene que ver con la necesidad de romper con la inercia de prescindir de la combinación adecuada que armoniza la inteligencia práctica con la eficacia en callar los escrúpulos morales, tanto personales como institucionales. Es en este punto donde debe extirparse de raíz la idea de la designación y/o mantención de funcionarios públicos que utilicen sus cargos exclusivamente para consolidar sus parcelas de poder, no haciendo distinción entre lo político y lo técnico, contribuyendo con ello a una ensombrecida tendencia a la improvisación y la desidia.
Entonces, es esperable que aquellos que gocen del privilegio de convertirse en servidores públicos no sólo cuenten con los rudimentos teórico-prácticos propios del ramo o cartera que encabezarán, sino que además sean capaces de impulsar y liderar medidas de sanidad pública que permitan inmunizar un sistema que ha sido afectado por un parasitismo crónico durante tantos años. Puede sonar una aseveración impertinente o tal vez despectiva, pero lo cierto es que el desangramiento que ha experimentado la administración pública estos últimos años ha sido, en gran medida, gracias a la contratación de asesores o “funcionarios” que responden simplemente a una retribución por los servicios prestados a los comandos electorales de los candidatos de turno, con sueldos que a veces duplican o triplican a los de funcionarios de carrera.
Acá podemos llegar a lo medular del asunto; cultivar lealtades colectivas y políticas bien entendidas, maduras y perdurables. Lograr el delicado equilibrio entre los pactos políticos y las posibles fracturas de poder, que están siempre a la vuelta de cada esquina. Esto dependerá en gran medida de las lealtades y fidelidad a una causa o proyecto político superior.
Uno de los tantos desafíos de las nuevas autoridades regionales estará ciertamente en validar y poner en el sitial que corresponde a los cuadros técnicos y profesionales, que pese a la excelencia que han demostrado y que pueden demostrar, han sido relegados en la tarea de convertirse en actores claves llamados a fomentar los tan necesarios mecanismos de participación ciudadana como insumo para el eficiente funcionamiento de sus entidades.
Como principio básico para una buena gobernanza, es deseable asumir la complejidad de una sociedad que exige mayores niveles de eficiencia, pero teniendo presente que la estructura y conformación de quienes son los llamados a liderar e impulsar los cambios sociales y económicos permitirá un aumento progresivo de la confianza en el Estado y sus instituciones, de participación por parte de la ciudadanía y por tanto de buena gestión política y de la calidad en el sector público.
Que difícil debe ser para una administración entrante tener que compatibilizar tantas tareas y tener que distinguir entre lo urgente y lo importante.
Imagino cuan aún más difícil debe ser tomar la tan necesaria decisión de la inminente expulsión del rentable “Jardín del Edén” de la Administración Pública de cientos que han logrado parasitar a punta de convertirse en verdaderos subproductos del clientelismo endémico, hábilmente camuflados y disfrazados como servidores públicos, quienes a sabiendas de un silencio cómplice e inescrupuloso, no cumplen ni piensan cumplir ninguna función por la cual fueron “contratados” ni, por supuesto, representan un aporte provechoso para la región, convirtiéndose en un pesado lastre naturalizado bajo el rótulo de “mal necesario”.
Llegó la hora de las decisiones, de modo tal que este acto sea un claro precedente para que en el futuro esta casta indeseada no logre volver a infiltrarse, sea de la mano del político o del sector que fuera.