La renuncia de dos diputados a Revolución Democrática y la salida del Partido Liberal del Frente Amplio plantean nuevamente el tema del fraccionamiento de los partidos políticos. En el caso de Chile Vamos, el problema se manifiesta con posiciones contradictorias en proyectos de ley relevantes para el gobierno y que alteran de forma importante las relaciones entre el Presidente y el Congreso, así como la comprensión del régimen de gobierno vigente. Se podrían mencionar otros casos.

El tema de fondo va por otro lado. Por una parte, se refiere a identidad política y las convicciones o proyecto que sostienen las distintas coaliciones; por otra parte, indica la calidad de la política que se desarrolla en el Chile actual. Ciertamente, el fraccionalismo y la formación de subgrupos dentro de los partidos son una manifestación de libertad, pero también ilustran sobre la carencia de contenido y consistencia en los partidos y alianzas, así como la pervivencia de personalismos y tendencias al interior de las agrupaciones.

La identidad política de un partido no debe incluir una lista interminable de postulados, sino algunos pocos aspectos que definen lo que se cree y orienta la acción, en definiciones como el carácter y funciones  del Estado; el modelo de desarrollo económico; la relevancia de las personas para la creación de riqueza; la valoración del Estado de Derecho; el sentido y la cantidad de los impuestos; la adecuada articulación entre la libertad personal, la formación de una comunidad y los principios que deben orientar el progreso del orden social.

La realidad práctica es más confusa y contradictoria: antiguos socialcristianos devienen socialdemócratas; partidos de derecha hacen crecer al Estado sin condiciones ni sentido; líderes izquierdistas claman por el individualismo de los ahorros y para que los que más tienen no paguen impuestos por el retiro del 10%. El gobierno no muestra un proyecto político conocido y ejecutado de manera consistente, mientras la oposición se define más por su obsesión anti-Piñera que por un genuino proyecto de futuro.

El tema tiene relevancia por lo que significa para la política actual, pero también para el proceso constituyente. Recuperar la calidad de la política debería ser una prioridad nacional y los partidos deberían estar conscientes y decididos a avanzar en esa dirección.

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