Una falda recogida, avizora de góndolas y trenes, aún registra parpadeos de vida fugitiva en la quebrada de los cebollines. Cuando parodiando al escritor y periodista colombiano podríamos decir tal cosa en tiempos de cólera. Cuando en un lugar privilegiado para la salud con sanatorio de vanguardia la vida de los vecinos flota al viento. Allá por los años veinte... La falda que motiva no es otra cosa que el límite natural entre los predios actuales y la quebrada de Las Tres Puntas. Es la ladera que ofrece una vista espectacular entre Piamidelqui y el Cerro de la Virgen en Hierro Viejo. El sol llega temprano y a media tarde el lugar se queda en penumbras.En la falda existe una hilera o veta de piedras blancas que vistas desde la orilla del río asemejan cuentas de un rosario metafísico. Hoy la vía ferroviaria es camino de tierra - calle La Esperanza- rumbo al lugar que recuerda al Sanatorio de Beneficencia. Con el Terral y otros tratamientos no había enfermedades pulmonares, recuerdan. Sin embargo, como no imaginara Gabriel García Márquez (“El amor en tiempos de cólera”) en esta parte del sur del mundo, la cosa es distinta. “Allá por los años veinte,/ el Diablo y sus enviados/ se pusieron a penar: / primero en Pullayes: luego, en Algarrobal... / otras veces en Uchumí (...) Por La Puntilla pasó el Matoco / Don Sata por El Cebollín / El Diablo Cojuelo en Pullayes... / y en Diaguitas otros mil”, conjetura un poeta. Pero, habíamos quedado con la falda recogida de la montaña Mamalluca en medio del Valle de Elqui. No, no hubo caso. Solas y muy solos se quedaron en la media falda. Amigos y parentela se aproximaban sólo para dejarles agua y alimentos. Y, a gritos, decir algo reconfortante. Allí hubo un Lazareto (lugar apartado en que se confinaba a los enfermos afectados por epidemias), especialmente en localidades rurales. Hum.
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