El manifiesto por la república de Andrés Allamand y Hernán Larraín, viene a ser una hoja de ruta hacia el futuro que aspiramos como sociedad y como país. Además, nos significa un recordatorio de todo lo que hemos logrado durante años de historia cívica. Es preciso no olvidar que un país se construye por sus ciudadanos, que sus gobernantes son sólo representantes del clamor popular o mayoritario, pero son los propios ciudadanos los llamados a participar “haciendo patria”. Todo el camino recorrido no puede ser en vano, el llamado que hace el manifiesto por la república es a la prudencia, a la moderación, somos capaces de mejorar, pero es necesario ver los cambios no de una manera refundacional, sino que reformista. La tendencia debe ser a la gradualidad, mantener nuestra solidez, cuidar nuestra institucionalidad que tanto costó a nuestros antepasados compatriotas consolidar.
Si tuviera que quedarme con una frase de esta extraordinaria obra intelectual, sería la siguiente: “La idea de evolución constante no significa cambiarlo todo ni empezar siempre desde cero, sino aprovechar lo más valioso del pasado para proyectarlo de manera creativa hacia los tiempos que vienen. La democracia que queremos está atenta a las reformas que evitan el divorcio entre las demandas ciudadanas y las formas institucionales.”
Es momento de volver a valorar lo público, pero sin dejar de lado la importancia primigenia de los particulares en el accionar político y social que nos lleva a alcanzar el bien común. La herramienta principal para ello debe ser el Derecho, la constitución y por su puesto las instituciones.
El manifiesto por la república nos habla de progreso, de unidad, de solidificación de los triunfos alcanzados hasta ahora, pero nos hace un llamado de atención a no quedarnos con el discurso demagógico de algunos políticos que han liderado y gobernado el último tiempo, nos incita a retomar con más fuerza la deliberación, la participación ciudadana, a querer nuestra diversidad y aprovechar la riqueza de nuestra gente. Es la hora de que seamos capaces de dar continuidad a un proyecto de interés general, que una buena gestión en favor de los más desprotegidos no esté condicionada al gobierno de turno, sino que sea una tarea país.
Finalmente, este documento que a mi juicio resulta brillante, crea conciencia de la importancia de cuidar la democracia. Jamás darla por sentado, pues no siempre fue el sistema imperante y aún no es absoluta en el mundo. Sin la ayuda de instituciones que la promuevan y garanticen, puede resultar ser vulnerada o desplazada por la “ley del más fuerte”. Hoy en día pareciera ser que quien más reclama, mas consigue, y a veces existe un profundo aprovechamiento e incluso un “manoseo” de demandas o derechos sociales que son mal entendidos. Un peligro que se presenta actualmente consiste, como relata el texto, en el “acostumbramiento a la democracia”, que en muchos países occidentales se presume existente. No hay conciencia del largo y doloroso proceso histórico que está detrás de nuestras instituciones democráticas, y con mucha liviandad se pretende reemplazarlas por la espontaneidad de los movimientos sociales. En vez de seguir por la vía institucional, muchos prefieren sucumbir a las exigencias de “la calle” amparándose en un poder carente de toda legitimidad.