Junto con el inicio de marzo, han comenzado también las clases en la mayoría de los establecimientos de la enseñanza básica y media del país. Ciertamente, el 2020 no fue un año normal y este 2021 ha partido de manera ambigua y contradictoria, especialmente por la discusión en torno al regreso a las clases presenciales.Al hablar de educación, siempre conviene volver al tema fundamental, que es la formación intelectual y general de los niños y jóvenes, con la aspiración de que logren el mayor desarrollo posible. Educar es una vocación y aprender debería ser una pasión, aunque ambos aspectos no siempre estén presentes en el debate o en la realidad de la sala de clases y la vida escolar. Es lo que se advierte muchas veces en la discusión pública, que transita en cuestiones laterales y no se centra en la mejor manera de facilitar el aprendizaje de los alumnos y en el poder transformador de la enseñanza.Regresar a clases presenciales en ocasiones aparece como una obsesión ministerial, que carecería de una comprensión del momento que vive Chile como consecuencia del coronavirus. Sin embargo, el tema es más profundo: dejar las clases presenciales por largo tiempo tiene dos consecuencias muy nocivas, especialmente en los alumnos de sectores más vulnerables. El primero es la disminución en los aprendizajes y el segundo es el aumento en las tasas de deserción, como quedó en evidencia durante el 2021. Por lo mismo, deberíamos considerar con seriedad el objetivo de mejorar la educación chilena y los conocimientos de los estudiantes, de despertar en ellos la pasión por el estudio y evitar que haya personas o grupos que se vayan quedando atrás en el proceso. Para ello, volver a clases presenciales es un medio relevante, pero no único, y podríamos caer en el error de lograr que todos vuelvan a sus establecimientos sin que haya un mejoramiento real de los aprendizajes. En todos los niveles debemos tener como prioridad el desarrollo integral de los niños y jóvenes, así como lograr que aprendan y adquieran un verdadero gusto por el conocimiento. Sin duda es una tarea ardua y lenta, pero es lo que justifica la educación como vocación. Lo demás es seguir errando un camino que ya no admite más fracasos.

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