¿Cuántas veces hemos escuchado que “el trabajo dignifica” como argumento para justificar situaciones abusivas? Para demostrarlo, solo falta comprobar que las jornadas de 44 horas semanales muchas veces quedan solo plasmadas en el papel si se consideran la cantidad de horas extras, dobles turnos y capacitaciones que los empleadores van añadiendo.
La culpa es compartida. Culturalmente se nos ha hecho creer que el secreto de la productividad está en trabajar mucho y en disfrutar poco, en ser trabajólicos, básicamente. Así, el ocio, el esparcimiento, el arte y la cultura son tomados como distractores que nos alejan de nuestro objetivo último: generar dinero y cada más dinero para adquirir productos que muchas veces no necesitamos.
Mientras aquello ocurre, la discusión que sí necesitamos tener en este tiempo sigue dilatándose. Por un lado, tenemos el proyecto de ley de las 40 horas presentado en la Comisión del Trabajo de la Cámara de Diputados. Por otro, la iniciativa de flexibilidad laboral que presentó el ejecutivo y que habla de 41 horas.
Si la diferencia es de apenas 1 hora ¿por qué no hay acuerdo entonces? La respuesta está en las concepciones de mundo que quedan en evidencia: una en donde se concibe el derecho al descanso y otra, la del gobierno, en la que se pretende institucionalizar la explotación, relativizando lo colectivo y ofreciendo una supuesta libertad para que las personas dispongan de su tiempo con sueldos bajos y sacrificando gran parte de su salud física y sobre todo mental.
Ahora, tal como dijo el ministro de Hacienda, solo queda rezar. En otra época logramos abolir la esclavitud, prohibir el trabajo infantil, asegurar el descanso dominical y promover el desarrollo de organizaciones sindicales, tal vez ahora todas las velas que hemos prendido por el proyecto de 40 horas permitan conseguir que sean las personas quienes dignifiquen sus trabajos y no al revés.