Un día después de la tragedia, el dolor seguía tan fuerte como la tarde del lunes 15. Fueron tres personas las que fallecieron en el accidente ocurrido pasadas las 15:20 horas, cuando en el kilómetro 459 de la Ruta 5 Norte, próximo al ingreso a La Herradura Oriente en Coquimbo, el conductor de un camión de carga perdió el control de la máquina, y generó una colisión múltiple que afectó al menos a otros cinco vehículos. El más afectado, sin duda, fue un taxi colectivo de la Línea 65 (Sindempart-La Herradura), que a esa hora realizaba el trayecto de vuelta, con cinco pasajeros a bordo. Tres de ellos terminaron allí su viaje, para siempre. Los otros dos salvaron de milagro.
UN VIAJE SIN RETORNO
Todavía se investigan las causas del siniestro, pero la dinámica de lo ocurrido está más o menos esclarecida. De hecho, el conductor del camión que provocó el accidente se encuentra con arresto domiciliario total, tras ser formalizado por 3 cuasidelitos de homicidio y 2 de lesiones graves. Pero hoy no ahondaremos en la historia fugaz de un par de horas que culminó con la muerte, repasaremos la ruta de la vida de estas tres personas, a quienes les tocó estar en el lugar incorrecto en el momento menos indicado, como le pudo pasar a cualquiera de nosotros.
Si algo tienen en común las víctimas, es que ninguno vivía en La Herradura, lugar más próximo al accidente. Se encontraban ahí o más bien venían desde allí por circunstancias del destino que los habían llevado a trabajar, o a visitar el sector. Dos de ellos, viajaban constantemente, pero nunca pensaron que ahora no habría retorno.
Para Miguel Jesús Araneda de 64 años, el trayecto era más que conocido, y el ponerse tras el volante “resultaba algo tan natural como caminar”, dicen sus cercanos, quienes, por lo mismo, no pueden entender lo que ocurrió. Hace más de 15 años que era conductor de la locomoción colectiva, y en todo este tiempo prácticamente no registraba ni siquiera accidentes leves, “lo que pasa es que era bastante precavido él. Algunos decían que hasta era un poco lento, pero no era lento, si no que conducía a la defensiva, como hay que hacerlo”, remarcó Héctor Castro, presidente de la Línea 65.
Su familia estaba devastada. El lunes llegaron hasta el lugar del accidente, y fuimos testigos de su dolor. Saben que pasará mucho tiempo antes de que puedan superarlo. Don Miguel deja dos hijos, y a una pareja, la señora Teresa, que lo acompañó durante toda su vida
Siempre destacó por ser amante del deporte y su buen estado físico, “incluso había gente que no creía la edad que tenía”, cuenta su amigo Héctor Castro. Y claro, Miguel se veía mucho más joven, debido a su vida sana y a la práctica fundamentalmente del fútbol. Todos los fines de semana iba a la cancha a defender los colores del Club Deportivo Santa Lucía en una la Liga Senior donde corría como nadie, y “pegaba como loco con tal de que nadie pasara”, afirman conocidos, en alusión a esa fuerza que ponía en cada partido en su posición de defensa central.
Pero no siempre fue chofer de la locomoción. Miguel tenía un pasado de comerciante independiente, hasta que se compró un vehículo para trabajarlo, pasó por otras líneas, hasta que llegó a la 65, donde realizaba a diario el recorrido entre Sindempart y la Herradura, el día lunes fue el último de todos. Su cuerpo fue velado en la Iglesia Santa Familia, del sector de Sindempart, junto a sus seres queridos, allí los despidieron sus familiares.
El último de sus amigos en verlo con vida fue precisamente su amigo Héctor, quien “tiró la talla” con él en la mañana cuando fue a sacar su vale para salir a buscar pasajeros. “Fue como siempre, andaba muy conversador, nos reímos de algo que no recuerdo bien ahora. Debe haber sido un chiste suyo. No sé en qué momento nos despedimos, no lo tengo muy claro, pero tengo la imagen de cuándo se iba yendo en el auto. Ahora que pasó esto, yo hago la reflexión, de que uno como colectivero, sale todos los días y como están las cosas con los accidentes, no sabes si vas a volver, esa es la realidad”, expresó Héctor Castro, con la voz evidentemente quebrada, por su partner, don Miguel.
YASNA, “LA MÁS QUERIDA”
“No creo que exista alguien en este mundo que haya conocido a mi tía, y no le agarrara un cariño enorme”. Con estas palabras, su sobrina Gisel se refiera a Yasna Susana Varela, la segunda víctima fatal. Hablar de su historia es hablar de esfuerzo, superación, y también de una vida marcada por la tragedia y el dolor.
Yasna no debía haber tomado colectivo, nunca lo hacía, pero aquel día la mujer de 50 años, fiel devota de la Virgen de Andacollo, y participante activa de los bailes religiosos, abordó la máquina que conducía don Miguel pasadas las 15:00 horas, pero no para regresar a su casa, sino que para ir a ver a una familiar al hospital.
Habitualmente, esta madre de tres hijos, coquimbana, se trasladaba a pie desde La Herradura Oriente, donde trabajaba como asesora del hogar, hasta su domicilio ubicado en el sector de San Juan. Según cuenta su hermano, Jorge Varela, “a ella no le importaba hacer el trayecto a pie, había que ahorrar, y en la mañana sí se iba en colectivo. Pero ahora, lamentablemente por cosas del destino tenía que tomar un colectivo, y pasó lo que pasó”, relata Jorge, quien vivía con ella, su padre y el hijo menor de la fallecida, un niño de 12 años que ahora quedará al cuidado de su tío y abuelo.
En su familia se enteraron recién a las 20:00 del lunes de lo que había ocurrido. Supieron del accidente fatal, pero no se les pasó por la cabeza que Yasna podría estar involucrada. “Lo que pasa es que como nunca usa colectivo, ni siquiera lo pensamos”, relata Jorge, quien afirma que cuando recibió el llamado, aún pasaron varios minutos para asimilar lo que le estaban contando. Su hermana estaba muerta, y ya no volvería a verla jamás. “Pensé en todo, en mi sobrino que tiene recién 12 años y que se quedó sin su mamá, en mi papá que vive con nosotros, en sus demás hijos que son mayores. Ahí me quedé sentado un rato pensando, hasta que pude llorarla, pero no por mucho tiempo porque hoy (ayer) había que estar fuerte, para darle fuerza a los demás”, dice el hermano de la víctima.
Fue una vida marcada por la tragedia y, aun así, Yasna nunca perdió la fuerza para seguir luchando por sus hijos. Tuvo mala suerte en el amor. Se casó muy joven, tuvo su primer hijo, pero la relación no prosperó, y ella debió hacerse cargo a punto de esfuerzo para sacar adelante al pequeño quien hoy es su hijo mayor. Luego volvió a encontrar al que pensaba era el hombre de su vida, con el cual tuvo su segundo hijo, pero el individuo falleció víctima de un cáncer.
Había jurado no volver a enamorarse, ni establecerse con una pareja, pero lo intentó una vez más, y comenzó una hermosa familia. Tuvo a su tercer niño, precisamente el que vivía con ella y quien hoy tiene 12 años, pero cuando menos lo esperaba, el destino la golpeó nuevamente. El padre de su tercer hijo también fue diagnosticado de cáncer y falleció al tiempo después. “Como te digo, la vida de mi hermana fue muy dura, no sé si llamarlo mala suerte, pero le pasaron todas estas cosas. Creo que fue injusto que se fuera sin tener algo mejor de lo que tuvo. Trabajó tanto por una vida mejor y terminó de esta manera… Me parece que la vida es muy injusta a veces”, remarca su hermano menor, quien vivía con ella, la vio salir de la casa aquella mañana. Le pareció extraño –y ahora lo interpreta como una señal- el que Yasna ni siquiera se haya despedido. “Siempre me dice algo, se despide, o me encarga que le dé té a mi sobrino, pero ahora nada. Se fue como rápido”, reflexiona Jorge. Sabe que su hermana los estará cuidando. “Le bailará a Dios, ahora más cerca, en el cielo”.
UN SOÑADOR
Claudio Esteban Gómez Venegas tampoco debía estar ahí, en el mismo colectivo que conducía don Miguel, al lado de Yasna. Ese día, circunstancialmente fue a ver a uno de sus dos hijos a La Herradura Oriente, y se quedó para almorzar con su exesposa con quien estuvo durante varios años, y con quien siempre mantuvo una buena relación.
Su historia también sale de lo común. “Era un soñador”, dice su hermana Mirna, desde Providencia, en la Región Metropolitana, de donde también era oriundo Claudio. Se emociona, porque siempre pensó que “sería eterno y resulta que fue el primero de todos los hermanos en partir. Somos siete, pero ninguno con las características que tenía él. Era un ser distinto, artista, libre”, relató Mirna.
Y claro, el hombre era dibujante, y trabajó en eso durante bastante tiempo hasta que “se aburrió” de tener jefes, y comenzó con emprendimientos de distinta índole, en el rubro del comercio. Buscaba cosas antiguas, las coleccionaba, las intercambiaba o las vendía. Con eso logró mantenerse, y apoyar a los hijos que tuvo después, y por supuesto, lo que más le importaba tener la libertad que siempre anheló. “Me acuerdo que se fue de la casa con 20 años, mochileando por varios lugares, hasta que se encontró en Coquimbo con alguien y parece que se enamoró, y ahí se quedó, para siempre”, relata Mirna.
Y es cierto, aquí se estableció, tuvo dos hijos e hizo su vida. Aquí también fue donde encontró su final, en una tarde, luego de aceptar la invitación de su exesposa, y alcanzar a despedirse de uno de sus hijos que vivía en La Herradura. Todo, por un error, por la imprudencia de un sujeto que manejó un vehículo pesado sin tener las competencias para hacerlo, y que hoy está a la espera de justicia. Esta vez le tocó a Miguel, a Yasna y a Claudio, pero pudo haber sido cualquiera.
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Miguel Araneda Pardo
El conductor de la Línea 65 de colectivos (Sindempart- La Herradura), llevaba unos 15 años ganándose la vida tras el volante. Tenía 64 años, pero gracias al deporte y la vida sana gozaba de buena salud. Dejó a dos hijos y a su mujer de toda la vida.
Claudio Gómez Venegas
Llegó a Coquimbo con poco más de 20 años, luego de andar mochileando por el país. Aquí se estableció y tuvo dos hijos. Vivía en el sector de El Olivar Alto en Coquimbo, pero había ido a almorzar a La Herradura junto a su exesposa, madre de su hijo mayor con quien mantenía una muy buena relación. Tomó el colectivo de con Miguel y se sentó al lado de Yasna.
Yasna Varela González
Con 50 años, trabajaba como asesora del hogar. Acostumbraba a retornar a su casa en San Juan (Coquimbo) a pie, pero justo ese día debía pasar por el hospital y tomó locomoción colectiva. Tenía tres hijos, fue amante de los bailes religiosos y devota de la virgen de Andacollo. Tuvo dos parejas que murieron producto del cáncer.