• FOTOS: Andrea Cantillanes
Chef, que se luciera en el programa Top Chef de TVN, se pasea por todo el país enseñando gastronomía, pero principalmente es invitado a los colegios, universidades e institutos para contar su experiencia de vida

Sebastián Araya recuerda perfectamente aquel día en que le pegó a un  compañero cuando tenía 5 años. Y lo hizo porque no dejaban de molestarlo –le decían capitán Garfio porque usaba una prótesis similar a la del personaje del cuento y al que le sacaba filo con un esmeril, tras nacer con una malformación congénita por automedicación- y porque le recalcó muy bien su padre que si no se defendía, él mismo le pegaría. Y lo hizo. Le marcó la cara a su compañero luego de un fuerte golpe. Tras esa pelea lo echaron del colegio, pero feliz le contó a su padre, al llegar a la casa allá en Las Condes, en Santiago, que había cumplido. Sin embargo, con el tiempo lo expulsaron de otro establecimiento. Y luego de otro, y así, hasta sumar seis. También en la adolescencia donde de tres Liceos se aburrieron de su mala conducta.

Pero hoy, tras una infancia dura, donde vivió el maltrato familiar, su huida de la casa, de no asistir a cumpleaños, de vivir con distintas familias que lo cobijaron y hasta llegar al punto de ser trasladado al SENAME, Sebastián admite que le supo ganar a la vida, a los prejuicios.

Gracias, claro, a sus abuelos, quienes se lo llevaron al sur y le enseñaron el camino correcto. Porque hoy es un reconocido chef que se pasea por todo el país y también por algunos países de Sudamérica hasta donde lo invitan para contar su experiencia de vida y donde les explica, principalmente a los niños, que “en la vida sí se pueden lograr los objetivos, que los límites no existen y que para cocinar sólo se necesita corazón, puesto que la técnica pasa a segundo plano, al menos en mi caso”, dice.

Y esos conceptos enseñó en el Colegio Nuestra Señora de Andacollo, en Las Compañías, hasta donde llegó invitado para el festejo del primer seminario de gastronomía del establecimiento.

“Vine el año pasado a la Universidad Santo Tomás para realizar una cocina en vivo y ahí conocí a Lorena Ramírez (coordinadora del evento, además de hacerle la práctica a segundos, terceros y cuartos medios en el taller vocacional de gastronomía) y quedamos en contacto. Del año pasado que me está siguiendo y desde ese momento que nació la idea de venir. La verdad es que estoy contento de contarle a los chiquillos cómo logré llegar hasta donde estoy con la capacidad diferente que tengo y contarles mi experiencia de vida en cuanto a que todos podemos lograr las cosas, que los límites no existen y que para cocinar sólo se necesita corazón, ya que la técnica pasa a segundo plano, al menos en mi caso. Y eso es lo que trasmito en todo Chile, en todas las partes a donde me invitan”, señala.

¿Y cómo partió en la gastronomía?

“La verdad es que comencé desde chico, a los 8 años con mi abuela, siempre al lado de ella. Luego con los años estudié en un liceo técnico profesional técnico en gastronomía internacional y luego administración gastronómica. Y a los 23 año me hice cargo de mi primera cocina y de ahí en adelante siempre he tenido cargos importantes tanto como jefe de cocina, como chef y como chef ejecutivo. He tenido mis empresas, ahora tengo un negocio de carritos de comida saludable”.

¿Nunca le ha costado debido a su malformación congénita?

“Nunca lo he mirado como una limitación, sino que un don que tengo, ya que puedo cocinar y puedo demostrarle a la gente que los límites no existen. Hago charlas, cocinas en vivo y los chicos me preguntan si cuesta más por el tema de la mano, pero yo le digo que la vida en la cocina cuesta, pero como todo. También les digo que siempre lo que me propongo lo he conseguido”.

Cambio grande de estar en la televisión a vivir en Panguipulli…

“Si pues. Fui finalista del programa Top Chef y de ahí todo ha sido más fácil. La televisión te abre la cancha y con ello he podido llegar a más lugares. Pero en Santiago estaba pasando por una etapa de mucho estrés, con mucho trabajo, así que por eso me fui al sur. Viví dos meses en una comunidad mapuche, y luego me salieron cosas. También trabajé en Pucón donde inventé un producto, el waffle saludable gourmet. Ahora tengo con una fundación que se llama FUNDALUR, en la que trabajamos con personas con capacidades diferentes y yo soy el instructor, donde tengo a 15 chicos a quienes enseñó a cocinar. Y ahí estamos. Trabajando y mucho”.

 

Suscríbete a El Día y recibe a diario la información más importante

* campos requeridos

 

 

Contenido relacionado

- {{similar.created}}

No hay contenido relacionado

Cargando ...

 

 

 

 

 

 

 

 

Diario El Día

 

 

 

X