• “El Regalón” y “El Ciego”, como los llaman cariñosamente en la Agrupación Patiperros. Ambos suelen pernoctar en calle Anfión Muñoz, a un costado del Servicio de Urgencia del Hospital de La Serena.
  • Isabel Guerra, fundadora de Patriperros, saliendo de su casa con la comida y la ropa para las personas en situación de calle.
  • En la Recova la agrupación se desplegó y rápidamente los usuarios llegaron por algo de comer y un café para capear el frío.
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Bastián Salfate
Según cifras del Ministerio de Desarrollo Social del 2017, entre La Serena, Coquimbo y Ovalle existen 451 personas catastradas en situación de calle. Salimos junto a la Agrupación Patiperros, quienes desde hace 4 años recorren la capital regional para compartir con la gente sin hogar, dándoles comida y ropa. Ellos nos mostraron el complejo panorama y las historias que hay detrás de quienes son relegados por la sociedad y que en la mayoría de los casos se encuentran atrapados por las drogas y alcohol.

Ni el frío ni el cansancio son un obstáculo para Isabel Guerra. Pese a que se había levantado a las seis de la mañana y trabajado durante 12 horas “una mujer tiene que hacer lo que tiene que hacer”, y a las 20:30 ya estaba lista para salir a la calle a repartir alimento y, sobre todo, cariño, a quienes más lo requieren: Los indigentes de La Serena.

Cuando llegamos a su casa, terminaba de llenar los últimos termos de café que serían entregados. A sus espaldas, su hija (Natalia Rojas) y cuñado (Ricardo Barrios) acomodan los panes, “sopas para uno” y algo de ropa de invierno que pudieron reunir durante la última semana, todo cargado en un carrito de supermercado que “se encontraron por ahí” y que ha sido su principal herramienta en los casi cuatro años que llevan desarrollando esta labor, “prácticamente solos y de manera totalmente voluntaria”.

Sí, porque la organización “Los Patiperros nocturnos” no tiene auspicio de nadie. Más allá de esporádicas donaciones todo lo que entregan a la gente en situación de calle sale de los bolsillos de sus integrantes liderados por Isabel, y aunque a veces el dinero escasea, como si fuera un ritual sagrado realizan el recorrido al menos dos veces a la semana. Y claro, saben que a estas alturas hay gente que los espera con ansias en algún rincón perdido de la ciudad, ocultos bajo la noche cargando historias de dolor, adicciones y miseria.

CAMINANDO BAJO EL FRIÓ.

Los acompañamos. Desde de la casa de Isabel en Larraín Alcalde llegando a Huanhualí, caminamos junto a ellos rumbo al centro de la ciudad, donde nos esperan los demás voluntarios. En el camino algunos perros se nos unen. “Siempre nos pasa eso”, comenta Isabel, mientras avanza intentando estabilizar el carro en una irregular asfalto. De hecho, de ahí nace el nombre de la agrupación, según nos cuenta la fundadora. “La primera vez que salimos, lo hicimos todo a pie, caminamos mucho y los que nos acompañaron siempre fueron los perros abandonados que en cierta manera nos protegían, porque igual es peligroso andar solos, muchas veces de madrugada, haciendo esto”, asevera, mientras el vapor que sale de su boca da cuenta de adverso clima.

Natalia y Ricardo se nos adelantan. De la mano, conversan y procuran darse abrigo. Conocen la ruta de memoria, ya que apoyan a Isabel prácticamente desde el principio. Natalia no tenía pensado unirse, pero no tuvo problema en hacerlo cuando su madre se lo propuso. “Ya que te gusta tanto salir en la noche, por qué mejor no nos acompañas”, le dijo Isabel, y ella lo tomó como un desafío. Hoy, es la más joven de este voluntariado ya que la mayoría de las integrantes son mujeres dueñas de casa. “Lo hago porque me llena como persona, antes yo era como todas las personas, flojas, que les cuesta hacer algo por los otros, pero desde que salí la primera vez con mi mamá, no dejé de seguirla”, relata la joven orgullosa.

Además encontró el apoyo de su pareja, quien desde que la conoció se unió a la causa. Ricardo, de apariencia ruda y voz calma, no niega que lo hace por amor, pero también por una vocación personal. “Al principio piensas que eres solamente tú el que los ayuda a ellos, pero con el tiempo te vas dando cuenta que ellos te entregan alegría a ti”, cuenta el yerno de Isabel.

HISTORIAS EN LA NOCHE

Los Patiperros ya conocen a su gente y van en su búsqueda, pero en el primer destino no tuvimos éxito. Se suponía que afuera del antiguo Mercado Sur encontraríamos a Marco, un hombre no vidente al que conocieron el año pasado para el gran temporal. Estaba en una plaza bajo una banca, sin posibilidad de trasladarse a otro lugar, así que lo refugiaron y desde ese momento han mantenido contacto.

Isabel y su hija se preocupan por su ausencia, pero deben continuar. “Seguramente lo pillaremos a la vuelta”, dicen.

Es en la Avenida Francisco de Aguirre donde encontramos al resto de los voluntarios, tras una caminata de unos 20 minutos en la fría noche y casi no hay tiempo para saludos. Un grupo de indigentes se ha juntado en la Recova para esperar y los Patiperros quieren llegar lo antes posible.

Pero en el camino están “el Flaco” y “el George”, vendiendo parches curita. El primero se aleja rápidamente tras recibir un sándwich y un café, el segundo en cambio es más afable. Habitualmente se le puede ver en calle Balmaceda con un carro de supermercado y su apariencia robusta llama la atención de inmediato.

Nadie de los voluntarios conoce su historia a ciencia cierta, pero Susana Araya, integrante de la agrupación que se nos unió en la Avenida, relata que lo conoce desde hace años, cuando vivía en Coquimbo. “Era flaco, y se ponía ahí en la Caleta. Todos los conocían, porque aunque tiene sus problemas para comunicarse, siempre ha sido buena onda. Ahora no sé en qué está, vive en Tierras Blancas, en algún lugar, pero te insisto, es reacio a contar algo más de su vida o de su familia”, relata Susana.

LA RECOVA, EL EPICENTRO.

En la Recova presenciamos el cariño que hay con Isabel y compañía. Bastó instalarse por unos minutos en una banca para que las personas en situación de calle llegaran rápidamente a saludar con afecto a todos. Hay cercanía y se nota. Se llaman por sus nombres o apodos y nadie ahí es un desconocido.

El primero en acercarse, es Luis Armando Pizarro, quien dice haber vivido en la calle toda su vida. Se crió a orillas del río junto a su madre y tuvo que salir a ganarse la vida tempranamente.

Pese a lo adverso de su situación, ha sabido mantenerse sobrio en el último tiempo y no caer en las drogas y el alcohol, como la mayoría de quienes lo rodean y convive, en el frío cemento a la intemperie. Por eso, todavía tiene esperanza y quiere encontrar un trabajo. “Lo que me complica son mis antecedentes, porque estuve preso, y nadie me da pega. Pero estoy capacitado para trabajos de jardinería, así que paso el dato”, dice el hombre de 37 años.

 

LA DEPRESIÓN, UN GATILLANTE.

Pero no todos son tan optimistas. La vida no le ha sonreído a Hernán Vega Acuña, quien tiene 54 años y hasta hace tres gozaba de una buena situación. Pero recibió un golpe que no pudo soportar y las adicciones lo devastaron hasta hacerlo caer en un hoyo del que aún no puede salir. Su esposa, con la que estuvo 27 años, falleció y quedó sumido en una profunda depresión. “El alcohol reemplazó o tapó todo el sufrimiento que yo tenía y lo perdí todo. A mis dos hijos, mi casa, mi vida entera. Ahora estoy así pues, como tú me ves, después de haberlo tenido todo. Lo único que te puedo decir, y lo que he aprendido en este tiempo, es que la soledad a uno lo mata”, expresa Hernán quien se emociona al reflexionar, y pareciera que sólo un sorbo de café puede amagar el llanto contenido.

UN ALMA LIBRE, CON GANAS DE SURGIR.

En la Recova también estaba José, Santiaguino que llegó a La Serena hace 20 años, luego de separarse y querer “vivir la vida”. Sus planes no eran convertirse en un indigente, pero asegura que aprendió a sobrellevarlo. Estuvo en el Hogar de Cristo por un tiempo, pero indica que ya no va porque “hay pocos cupos y yo le saqué provecho por bastante tiempo”.

Dice sentirse libre y no manifiesta estar triste bajo ningún punto de vista, ni siquiera por estos días en que el frío apremia y su único refugio es un pequeño ruco bajo el Puente Zorrilla. “Yo me lo busqué, y no me puedo andar quejando. Lo que sí hay que saber manejarse en la calle, porque anda gente mala. Pero eso es culpa del alcoholismo también, yo también soy alcohólico, aunque ahora no esté tomando, pero eso es una realidad que genera peleas y cosas así”, cuenta.

“UNA FRAZADA NOMÁS”

Esteban Andrés Ruiz Ruiz dice llamarse un joven de 24 años que a esas alturas ya estaba bajo los efectos del alcohol, y no lo oculta. De hecho, le pide una sopa a los voluntarios porque no ha comido en todo el día y “hay que afirmar la guata para tomar vino”, dice.

¿Cómo llegó ahí? Según cuenta, en su familia lo discriminaron por ser alcohólico y drogadicto. “Ellos viven bien, pero no me quieren a mí”, repite Esteban, una y otra vez, mientras se lamenta y refriega sus ojos, como si le molestara tenerlos abiertos. “No me quieren nada a mí”, insiste, con el vaso de sopa en la mano, errático. En ese momento, se acerca Lorena Gajardo, voluntaria quien saluda afectuosamente al joven. “Es así, no se preocupen”, nos dice, sonriente, y se sienta a conversar, en confianza. Los dejamos, no sin antes escuchar lo que parece ser un grito desesperado de Esteban Ruiz. “Una frazada nomás les pido, cuando vuelvan”, se escucha, y su voz parece apagarse.

SALIENDO A FLOTE.

“Ya no estoy en situación de calle”, es lo primero que nos dice Katy Cabezas, mujer de 25 años, que llega a la Recova, dice, por la amistad que tiene con los Patiperros, ya que ahora está saliendo adelante luego de pasar por serias dificultades.

Tenía problemas de adicción cuando nació su hija, por lo que “en el Sename me la quitaron”, asegura. Pero logró estabilizarse, volvió a la casa de su madre junto a su pareja y con su pequeña de seis años nuevamente a su lado cree tener la motivación suficiente para ser la mujer que siempre soñó. “Fue muy duro, porque me la quitaron (a su hija) cuando apenas tenía 21 días y ahí las cosas empeoraron y terminé viviendo con mi marido bajo el Puente El Libertador. Son cosas que a uno no le gusta recordar, pero hay que tenerlo presente siempre para no volver a caer”, cuenta Kathy.

RUMBO A LA PLAZA.

“Tuvimos suerte”, dice Gladys Collao, otra de las integrantes de la agrupación de Patiperros, con quien entablábamos conversación mientras nos dirigimos a la Plaza de Armas. La mujer, asegura que no es habitual que lleguen tantas personas en situación de calle al mismo punto, por cual ahora el recorrido sería mucho más corto. “Como ahora les avisaron que íbamos a venir, nos estaban esperando”, comenta, sin detener su paso.

Para Galdys participar en el voluntariado ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de su vida, ya que asegura, no se limita a los recorridos nocturnos, y en los dos últimos años han logrado organizar la fiesta de Navidad en la ex estación de Trenes, donde el pasado mes de diciembre, afirma, llegaron cerca de 70 personas. “Ese es uno de los grandes triunfos que hemos tenido. Ahí hemos tenido el apoyo del municipio, que nos facilita el lugar, pero prácticamente todo es a pulso, con donaciones de todos lados. De verdad eso es gratificante”, relata.

Pone la voz de alerta. Collao sostiene que durante el tiempo que lleva saliendo a ver la realidad in situ de los indigentes no hay mejoras, es más, han ido aumentado en número. “Francamente no veo una solución de fondo para esto, no sé si la hay. Acá hemos visto morir gente, pero llegan de otros lados y en vez de ir disminuyendo, pasa todo lo contrario. Nosotros podemos aportar, pero no solucionamos lo que hay de fondo, lo social”, enfatiza la voluntaria, enérgica.

AMOR CALLEJERO, AMOR DE PLAZAS

Allí estaban ellos, solos en la principal plaza de la ciudad. Casados, “Marta” y “Peter”, llevan 2 años viviendo en la calle y aunque dicen estar acostumbrados, las bajas temperaturas del último tiempo sumado a las lluvias, les han hecho pasar muy malos momentos. “No alcanzamos el alberge cuando llovió y nos tapamos como pudimos, pero igual quedamos todo mojados”, dice “Marta”, mientras recibe un pan y un vaso de café.

Y durante la mañana vivieron una situación extrema. Producto del frío no alcanzaron a despertar antes de que Carabineros llegara a controlarlos y, según relata la joven, los uniformados pensaron que estaban muertos, ya que no lograban que la pareja volviera en sí. “Creo que estuvieron un buen rato intentando despertarnos, y nosotros estábamos casi con hipotermia y no reaccionábamos. Cuando me desperté vi al joven re asustado, estaban a punto de llamar a la ambulancia creo” cuenta, sin dejar de moverse. “Me dicen que ando puro saltando, pero es para abrigarme”, dice.

“Peter” es más esquivo. Habla poco, pero asiente cuando su mujer se expresa. Son sinceros, y cuando les consultamos por qué están en la calle reconocen su adicción. “Yo soy adicta a la pasta base, y no tengo miedo en decirlo. He pedido ayuda, pero no me la han dado. Y soy consciente que sin ayuda no puedo hacer nada con mi vida, y lo que más quiero es recuperar a mi hija”, asevera, y claro, entre lágrimas, admite que fue también por culpa de su adicción que le quitaron a su hija.

Muy cerca de la plaza de Armas, está la Santo Domingo, frente a la iglesia del mismo nombre. En la pequeña plazuela habitualmente pernoctan 5 personas, según nos dicen los voluntarios, pero aquel día sólo había tres, una de ellas “la flaca”, quien al ver a Isabel corre y ambas se funden en un abrazo. “La niña la quiere mucho a la Isabel”, acota Gladys Collao, y es fácil comprobar su afirmación.

Pero pese al cariño no han podido sacar a la mujer de ese ambiente. Una fuerte adicción a la pasta base coarta cualquier intento de que la joven haga algo más con su vida.

LA ÚLTIMA PARADA: “EL CIEGO” Y “EL REGALÓN”

Isabel reúne a su gente y planifican la última parada. A un costado del servicio de Urgencias del Hospital por calle Anfión Muñoz, están dos cuidadores de autos, “El Ciego” y “El Regalón”, como los apodan los Patiperros. Muy amigables y cercanos a los voluntarios ambos, no tienen ningún inconveniente en contar sus historias.

Primero “El Ciego”, de pelo largo, efusivo y alegre. “¿Quiere entrevistarme? Dele nomás, a mí me gusta la farándula”, bromea. Pero lo que sigue no es gracioso, ya que su vida no ha sido color de rosas. En Santiago, donde nació, fue internado en un hogar por sus padres y nunca volvió a tener una familia. “Tenía 13 años, me arranqué del internado y aquí estoy. Seguí viviendo errante, tuve una pareja un tiempo, pero no prosperó. Ahora estoy solo y si me preguntas si me gustaría volver a ver a mis padres, te digo que sí, porque no los culpo de nada. Los echo de menos”, asegura el hombre de 46 años.

Sentado muy cerca está “El Regalón”, contento. El domingo anterior había ido a ver el partido de La Serena con Universidad de Chile. “Me pagué la entrada yo mismo”, cuenta, con orgullo. Y salió feliz, ya que pese a vivir en la ciudad, es férreo hincha de la “U”. Tiene 34 años, y lleva 4 en situación de calle y su detonante fue el que se repite siempre: La droga, el alcohol, sumado a lo que describe como “su puto orgullo”.

No ha querido recibir ayuda y está convencido de que puede salir de esta él solo. Es más, le pone fecha. “El domingo a las 23:59 me pego la última fumada y no consumo más mierda. Ojalá puedan volver para que me vean. Voy a bajar poco a poco este consumo”, asevera “El Regalón”, alzando la voz convencido y ya con la atención de todos sobre él. “Así va a ser”, insiste, cuando siente el peso de tantas miradas.

RUMBO A CASA.

Han sido tres horas junto a ellos. Un grupo de personas cuyo afán altruista se sale de la norma en tiempos tan mezquinos. Es momento de volver a casa e Isabel lo sabe. “¿Qué les pareció el recorrido?”, pregunta y la respuesta se hace evidente. “Es nuestro pequeño grano de arena, y ojalá que cuando publiquen esto, la gente tome conciencia y las autoridades también”, agrega la fundadora de Patiperros.

Claro, está convencida de que la sociedad puede hacer mucho más, en términos de políticas públicas que sean permanentes “y no parches para el invierno”, sostiene. Por lo pronto, su llamado es mucho menos ambicioso y asegura que el no ignorar a estas personas, no despreciarlas sería un gran paso. “Todas tienen una historia. Una vida que no fue gentil con ellos, y si algo he aprendido en este tiempo es que nadie está libre”, concluye Isabel, quien junto al grupo toman el carro vacío y lo llevan de vuelta. Tiene que llenarse de nuevo, de alimento, abrigos y esperanza. 4601iR

PESE A LOS ESFUERZOS NO HAY SOLUCIÓN

La sensación que tienen los voluntarios de la agrupación de Patiperros, coincide con la del director Ejecutivo del Hogar de Cristo en la Región de Coquimbo, Gonzalo Cortés, quien asegura que “sin duda la cifra ha ido en aumento”.

Pero los números oficiales dan cuenta de que la cantidad se ha mantenido en el último tiempo. Según cifras del Ministerio de Desarrollo Social del año 2017, sumando La Serena, Coquimbo y Ovalle, existen 451 personas catastradas en situación de calle.

Respecto a la perspectiva a futuro, Cortés ve el panorama con escepticismo. Cree que el trabajo que ha desarrollado el Ministerio de Desarrollo Social en los últimos años es positivo, sobre todo porque es visible, pero no debiese limitarse a ciertas épocas del año. “Los planes de invierno están bien pero el trabajo debe ser más continuo, porque como sociedad estamos al debe”, manifiesta.

A Cortés también le preocupa la capacidad de cobertura que existe en la región, para poder albergar a los indigentes, la que asegura no da abasto. En Ovalle existe un centro para 30 personas, en La Serena para otros 30 y en Coquimbo 45, pero todavía falta. “Ahora con el Plan Invierno se aumentan 30 cupos a nivel regional, pero sigue siendo poco. Además, sólo hay centros mixtos en Ovalle y en Coquimbo, en La Serena no”, afirma.

 

EL ALCOHOL Y LAS DROGAS, EL FACTOR CONSTANTE

Lo pudimos ver en nuestro recorrido. La mayoría de las personas que está en situación de calle, se encuentra atrapada en sus adicciones. Algunos precisamente terminaron así por este problema el que una vez sin hogar y en un nuevo ambiente, se agudiza.

En este sentido, la directora de Senda Fernanda Alvarado, admite que tratar estos casos es muchos más complejo que en otros individuos, ya que aquí no hay red de apoyo ni una familia que pueda ser el sostén psicológico para el tratamiento. Pero no por eso no se hacen los intentos y así lo consigna Alvarado. “Son situaciones muy difíciles, por ello es que existe un programa especial, donde apuntamos más que nada al alcohol que sabemos que es la sustancia más consumida en el país”, sostiene.

El programa, asevera Alvarado, tiene como eje fundamental el vínculo con las personas, conocerlos para lograr hacer contactos con sus eventuales redes de apoyo. “La idea es restablecer lazos familiares, para que estas personas tengan un soporte emocional. Esto lo realizamos en conjunto con los municipios y es un equipo multidisciplinario”, comenta.

Las cifras de rehabilitación todavía no son altas, pero se progresa. El porcentaje de éxito ronda el 25% y, por lo mismo, hay que continuar la labor. “El año pasado tuvimos tres personas egresadas que están con su familia, trabajan y se dedican a contar su experiencia de vida. Eso es muy valioso, tomando en cuenta el contexto situacional del que ellos provienen”, asegura la directora de Senda.

 

SEREMÍA DE DESARROLLO SOCIAL ASEGURA QUE SE AVANZA.

Juan Pablo Flores, Seremi de Desarrollo Social de la Región de Coquimbo, defiende el trabajo que están haciendo en la cartera, y pone énfasis en el Programa Calle, concentrados fundamentalmente en La Serena y Coquimbo, donde ha existido gran participación por parte de los indigentes. “En La Serena ya finalizamos un proceso donde hubo 60 personas, con las que se trabajó en materia de reinserción social y laboral. Entonces, hay que dejar claro que se están haciendo cosas”, sostuvo Flores.

 

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