• Las largas jornadas de trabajo en la garita, el poco descanso y el nulo contacto con familiares ha hecho colapsar a algunos gendarmes, según cuenta un funcionario
Crédito fotografía: 
Lautaro Carmona
La movilización que realizaron los funcionarios penitenciarios evidenció nuevamente el problema al que se enfrentan los gendarmes que deben cumplir funciones de centinelas, quienes en algunos casos llegan a estar cuatro años trabajando con largas jornadas laborales en malas condiciones y con poco descanso, vigilando la población penal.

“No es como lo esperaba, es una realidad totalmente distinta”, comenta Pablo (25), un gendarme que hace tres años se desempeña como centinela en la vigilancia del Centro de Internación Provisoria (CIP) y Centro de Régimen Cerrado (CRC), en el que cumplen sanciones menores infractores de ley en la comuna de La Serena.

En el recinto ubicado en el sector El Olivar de Las Compañías el ambiente es tenso. De hecho, su verdadero nombre no es Pablo, nos pidió mantener reserva de su identidad y prefirió que la entrevista fuera vía telefónica, para no levantar sospechas en la jefatura de la unidad.

Sin problemas nos cedió contactos de sus otros compañeros, quienes en principio estaban dispuestos a compartir sus testimonios, sin embargo estos dejaron de responder o se excusaban con el trabajo y tras una semana en intentos de establecer contacto con los más afectados, estos no quisieron hablar con El Día.

¿La razón? Según indica el gendarme, dentro de la jefatura hay quienes prefieren que no se den a conocer las constantes problemáticas que enfrentan por las extensas jornadas de trabajo, el poco descanso y la cada vez menor rotación de funcionarios que mantiene a unos pocos cumpliendo una de las labores que más evitan los gendarmes: la vigilancia del perímetro desde las garitas.

Prefiere resguardarse, debido a que no vislumbra un buen futuro pese a lo conseguido con las últimas movilizaciones. El pasado martes 23 de enero, un grupo de 12 gendarmes protestó por la distribución de personal.

Los principales afectados fueron cuatro funcionarios, quienes egresaron de la Escuela de Gendarmería hace cuatro años y la institución no habría cumplido con el ideal de dos periodos de vigilancia para enviarlos a cumplir otras funciones.

Por ellos, Jokan Garrido, secretario de la Asociación Nacional de Funcionarios Penitenciarios (Anfup) cumplió el rol de vocero, mientras el presidente del órgano, Víctor Suazo Palma, se reunía con el director regional subrogante de Gendarmería de Chile para presentar un escrito formal con sus peticiones.

En esa oportunidad un equipo de Diario El Día llegó hasta las instalaciones del centro dependiente del Sename y los afectados advirtieron que no era conveniente la entrada al lugar para la entrevista, por lo que se mantuvo una conversación desde el exterior con quienes estaban parapetados en las garitas, mediante teléfono.

En medio de la movilización, Garrido calificó como “histórica” la problemática de la falta de personal en los recintos a nivel nacional, que afectaba a algunos con hasta quince días de trabajo con uno de descanso y en malas condiciones laborales.

Esa misma tarde la dirección regional de la institución emitió un comunicado en el que indicaban que se analizaría la distribución del contingente de nuevos uniformados que llegaron a principio de mes a la zona, tras los cuestionamientos de la asociación gremial.

Horas después, Garrido confirmó que en la reunión se acordó que los cambios se realizarían, sin embargo, fue un acuerdo de palabra, por lo que los funcionarios estaban a la espera de un compromiso escrito, de lo contrario tenían pensado “radicalizar el movimiento” con la toma del acceso principal al centro.

La medida no fue necesaria, y según confirmó “Pablo”, el cambio se concretó para los afectados, sin embargo, aseguró que en la rotación llegaría un gendarme que fue trasladado para evitar represalias por un disparo efectuado para frenar un intento de escape.

“La jefatura tomó mal las riendas del asunto, porque el colega no debería estar acá”, dijo el joven y señaló que su colega “está esperando que lo manden al sur, entonces vamos a tener un funcionario menos y el tema no va a avanzar”.

Con estas palabras el gendarme analiza su futuro en el centro, resignado a que el “histórico problema” se mantenga. “La movilización sirvió para los colegas que pudieron salir, pero para el resto no hay ninguna solución”, por lo que teme que durante los próximos años se presente el mismo problema.

Largas jornadas

¿Cuál es el problema con ser centinela? Cuando llegó a la Escuela de Gendarmería las expectativas eran grandes, “nos cuentan que nos va a cambiar la vida y es mentira”, indica Pablo.

El sueño de tener mejores condiciones y asegurar el futuro para su familia los llena de motivación para empezar el camino. Cuando están recién egresados es normal que tengan que desempeñarse por un par de años de centinelas, sin embargo el trabajo se hace insoportable para muchos.

“Las lucas son relativamente buenas, pero uno tiene que sopesar el hecho de estar lejos de tu familia, no viajar nunca, es lo que un gendarme más sufre”, dice el joven, que ha visto como en medio de conversaciones sus compañeros más afectados “colapsan emocionalmente”, recordando a sus familias.

Sus primeras vacaciones se las dieron después de un año y medio, “ya estaba colapsado (…) llegué a trabajar 32 días por 1 de descanso y no aguanté más, tiré una licencia”, pero no fue el único, indica que uno de sus compañeros estuvo 35 días sin parar, “todo el día, toda la noche, cuatro horas descansando y otras cuatro arriba”.

Pero el problema sería a nivel nacional. En 2016, cuando llegó a la región, se enteró que en otros penales, compañeros que conoció en la escuela colapsaron, “algunos llevaban 22 días, no aguantaban más y se suicidaron”.

En el reportaje “Suicidios en Gendarmería”, el diario La Tercera visibilizó la problemática en junio del año pasado, donde se evidenciaba la necesidad de contar con apoyo profesional para evitar desenlaces de este tipo, ante las preocupantes cifras de funcionarios que en los últimos diez años se han quitado la vida, principalmente quienes del sur del país son destinados a trabajar en el centro y sur, con pocas posibilidades de ver a sus familias y desconectarse de las complicadas condiciones del trabajo.

Las largas jornadas en solitario mientras vigilan el centro de menores les dan tiempo de reflexionar, “esos mismos colegas tienen pensamientos que los llevan a hacer cosas malas”, indica el gendarme.

“No veo a mi familia desde octubre, estuve con ellos una semana porque no me quisieron dar los días administrativos"

A él, las horas en la garita lo llevan a cavilar sobre su vocación. Como la mayoría, declara que en algunas ocasiones se ha arrepentido de ingresar, sin embargo “es una etapa que hay que pasar, ojalá no se sobrepase el tiempo que estoy como centinela”, indica el joven, que en 2019 debería pasar a cumplir funciones distintas, “pero con las decisiones que toman los jefes, no creo que el próximo año esté haciendo otra cosa”, comenta, resignado. 6301iR

Las largas jornadas de trabajo en la garita, el poco descanso y el nulo contacto con familiares ha hecho colapsar a algunos gendarmes, según cuenta un funcionario.

La vida en la garita

“Tengo vida de cuartel”, nos dice el joven gendarme. Vive en el centro que vigila y cuando tiene algún día libre trata de salir con amigos o colegas, para desconectarse en lo posible de su trabajo, que a ratos no puede separar de su vida personal.

Hay turnos de centinela en las mañanas, tardes y madrugadas. Pablo indica que “es difícil, hay sueño y hambre”, además la última comida es a las 18:00 horas “y de ahí no comemos nada hasta las 8:00 del otro día”.

En las mañanas tienen formaciones donde pueden indicar sus peticiones y reclamos. “El puesto estaba inundado y con el agua hay mucho frío en la noche, dijeron vemos a ver que se puede hacer, pero nunca se arregla”, comenta.

Una vez en la garita, “sólo queda mantenerse despierto por cualquier eventualidad”. Siempre las hay, de hecho hace menos de dos meses llegó un furgón blanco, “salió un tipo y empezó a disparar a la unidad, vino como dos veces”.

El trabajo con la población penal “es complicado” indica y pese a que los gendarmes saben a lo que se enfrentan al entrar, encuentran un mundo mucho más duro y con cada vez menos posibilidades de alcanzar un cambio que le permita tener la vida que se les prometió al ingresar.

Producto del estrés y la falta de descanso muchos han colapsado, la problemática a nivel nacional se mantiene y Pablo ve cada vez más lejana la posibilidad de un cambio, declara no haber visto navidades ni años nuevos hace cuatro años y el último contacto con su familia, que vive en el sur del país, fue hace más de tres meses, donde pudo estar con ellos un par de días antes de tener que volver.

 

Suscríbete a El Día y recibe a diario la información más importante

* campos requeridos

 

 

Contenido relacionado

- {{similar.created}}

No hay contenido relacionado

Cargando ...

 

 

 

 

 

 

 

 

Diario El Día

 

 

 

X