Sus ojos mostraban cansancio. Llegamos a su casa ayer por la mañana y nos esperaba en el antejardín. Allí, en ese pequeño espacio que hay entre la reja y la fachada de su casa, en Avenida Estadio, don Mario Núñez (73) pasa la mayor parte del tiempo, cuidando sus plantas, sus frutos, su negocio. Su nuevo emprendimiento, que como tantos otros, ha tenido que sufrir los embates de la pandemia, todo agudizado producto de la cuarentena total.
Un caso que conmovió
Vive momentos difíciles. “Desde que se decretó esto (la cuarentena), ha venido una sola persona a comprar”, dice don Mario, quien pese a ello, no pierde la esperanza en que la situación mejore y sus clientes vuelvan a solicitarlo para que él mismo les lleve sus almácigos, guindos o naranjos. “Vamos a salir adelante. Yo siempre he sabido hacerlo, y la pandemia en algún momento tiene que terminar”, asevera el adulto mayor, dando cuenta de que está dispuesto a seguir luchando, en tiempos donde muchos prefieren rendirse. Se nota que le quedan años al libro de su vida, y fuerzas, mucha fuerza.
El hombre siempre demostró tener espíritu de lucha, ser valiente e incluso remar contra la corriente. Aquello quedó más que claro cuando se hizo conocido a fines del 2018, nada más y nada menos que por su coraje y el amor hacia su señora, Fresia Farías. En ese momento, don Mario trabajaba como conductor de las micros Liserco y se levantaba todos los días a las 05:30 de la mañana para realizar sus recorridos entre La Serena y Coquimbo. Pero no lo hacía solo, ya que Fresia, quien fue diagnosticada con Alzheimer en el 2014, lo acompañaba, pero no porque Mario así lo quisiera, sino por la sencilla razón de que no tenía quién la cuidara, y él no podía dejar de trabajar.
“Estoy con las deudas hasta el cuello, he pedido préstamos y ahora no sé cómo me voy a poner al día. Se hace difícil, por eso que prefiero no pensar en eso, y mejor soñar con que pronto nuestras vidas serán como antes”.
Este enorme sacrificio conmovió al país entero, y su caso apareció en distintos medios de comunicación a nivel nacional. Y no era para menos, ya que el drama era de una crudeza que ponía la piel de gallina.
La pareja, si bien nunca se casó convivió por casi treinta años, fueron felices, plenos, hasta que ella enfermó. Cuando pasó eso el conductor debió redoblar sus esfuerzos tanto en lo laboral como en lo emocional. No podía caer y de paso, ver cómo Fresia caía con él. Por lo mismo, su decisión fue luchar y trabajar hasta 12 horas diarias con su compañera de vida al lado mientras él tomaba y dejaba pasajeros.
Sintió la discriminación. Si bien la mayoría de los usuarios del microbús entendía la situación, otros se molestaban por la presencia de Fresia. Y claro, en algunos momentos Mario debía detenerse obligado en medio del trayecto para que su pareja hiciera sus necesidades, o acomodarla si adoptaba una postura en el asiento que pudiese llevarla a sufrir algún accidente. En esos momentos, había quienes incluso se burlaban de ellos. Pero no quedaba otra opción que aguantar. Él con los ojos fijos al frente, sin mostrar debilidad aunque por dentro estuviese deshecho, y ella, sin darse cuenta con la mirada perdida en su mundo, producto del Alzheimer.
Extrañándose
Por ese entonces, lo único que don Mario pedía era que alguna autoridad los ayudara, y que pudiesen internar a su amada Fresia en un recinto de larga estadía para los adultos mayores donde le dieran los cuidados que necesitaba. Claro, pese al esfuerzo, él sabía que tener que levantarla de madrugada, para llevarla al trabajo, no era lo óptimo para la salud física de ella, ni tampoco lo era para la salud mental de él estar los fines de semana, cuando se supone tenía que descansar, 100% pendiente de su mujer, sus comidas, sus mudas, su aseo. Pese al amor incondicional que sentía, estaba colapsando, y cayó en una fuerte depresión, llegando a bajar casi 30 kilos debido al estrés.
Pero el hacer público el caso trajo buenos frutos. Desde el Senama (Servicio Nacional del Adulto Mayor) y Fundación Las Rosas vieron la historia de don Mario y la señora Fresia y de inmediato activaron su red de apoyo. Fue el seis de noviembre del 2018 cuando la mujer fue llevada a la residencia permanente, y aunque fue triste separarse, Mario sabía que era lo mejor.
A la fecha, Fresia Farías se encuentra en buenas manos, y un equipo multidisciplinario la atiende día a día. El problema lo tiene él, don Mario, quien sufre desde que tuvo que dejarla, y sobre todo cuando se suspendieron las visitas en la fundación, en el mes de marzo. No ha podido verla de cerca, hablarle, ni sacarla a pasear como lo hacía todos los fines de semana antes de que comenzara la crisis. Esto lo ha vuelto a sumir en la tristeza, la que se ve acrecentada debido a las deudas y la falta de recursos, como consecuencia de la cuarentena.
Su emprendimiento parado
Lo dijimos al principio, sus ojos se mostraban cansados. Su voz también, pero sus palabras no eran del todo desalentadoras, pese a que reconoce que una vez más la vida lo está golpeando fuerte justo cuando pensaba que lo tenía todo controlado. Cuenta que renunció a su trabajo como chofer hace ya un par de meses, antes de la crisis sanitaria, precisamente para dedicarse a su negocio de venta de árboles frutales. “Me retiré, llegué a un acuerdo con mi jefe y dentro de todo se portaron bien, porque me pagaron mi platita por los años de servicio, no toda obviamente, pero algo me pagaron. No me voy a quejar en este momento”, dice el ahora emprendedor, quien consigna que uno de los motivos que tuvo para comenzar con su negocio fue su amor por las plantas, y también porque quería ser su propio jefe. “Al principio me fue muy bien. Me hice de mis clientes, y cada vez me estaba yendo mejor, pero vino esto de la pandemia, eso ya debilitó todo lo que era mi negocito, aunque todavía me daba, y me seguían haciendo pedidos. Ahora, ya con la cuarentena he vendido una sola planta en tres semanas, y no sé si soporte. No estoy generando nada”, consigna don Mario, con una leve sonrisa nerviosa que se asoma detrás de su mascarilla. Desde la puerta, María José, una nieta que se fue a vivir con él para cuidarlo en tiempos de pandemia, se asoma, para asegurarse que todo esté bien.
Don Mario no tiene la intención de quedar como una víctima, pese al difícil momento. “Siempre me las he arreglado”, asegura. Pero no puede soslayar el hecho de que se encuentra en un mal momento que lo hace recordar aquellos en que no sabía qué hacer para que Fresia tuviera los cuidados que ella necesitaba y no debiese levantarse a las 05:30 de la mañana a trabajar. “Claro que las cosas no están como uno quisiera. Estoy con las deudas hasta el cuello, he pedido préstamos y ahora no sé cómo me voy a poner al día. Se hace difícil, por eso que prefiero no pensar en eso, y mejor pensar en que pronto esto va a terminar y todos podremos hacer nuestras vidas como antes”, afirma, el hombre. María José continúa observando, todavía en silencio.
El amor de su vida
Entramos a la casa y el living comedor está lleno de recuerdos. Fotografías por todas partes, y en la mayoría está ella, Fresia, quien nunca ha dejado de estar en el corazón de Mario. Hoy la extraña, como nunca antes ya que jamás, desde hace 30 años, había estado tanto tiempo sin verla, sin tocarla, sin hablarle. Recuerda claramente la última vez que pudo visitarla en la fundación y sacarla a pasear. “Fue un domingo. Salimos en el auto a recorrer y anduvimos por La Serena y Coquimbo, por la playa. Le gusta mucho a ella mirar a la gente por la ventana…”, cuenta el adulto mayor, y en ese momento sus ojos se llenan de lágrimas, y su voz se quiebra. “La extraño, la extraño mucho. Yo sé que está bien en la Fundación, pero como que el corazón me pide verla, tocarle su pelo, olerlo. Teñirle su pelito para que esté bonita”, expresa, y el silencio se apodera del lugar.
Pese a que no puede tener contacto con Fresia, no ha dejado de ir a la fundación. Pide el permiso temporal y va a dejarle “alguna cosita” que sabe, le va a hacer sentir bien. De hecho, hace un tiempo tuvo la oportunidad de observarla por algunos minutos, desde lejos. “La vi desde la reja, como a 10 metros de distancia. No me miró, yo tampoco le hablé, tendría que haberle gritado, pero eso me produjo mucha alegría, en el momento. Después, como que me volví a deprimir un poco”, admite don Mario, quien pasa los días recordando, pero también luchando, ya que no pierde la esperanza en que su negocio podrá resurgir, y que pronto los paseos con Fresia volverán. Aunque su mente parezca estar en las antípodas de la realidad, el hombre está convencido que su corazón –el de Fresia- no ha dejado de quererlo y que siempre estarán conectados, el uno con el otro.
Por lo pronto, desde Fundación Las Rosas, la jefa regional Natalia Cepeda, cuenta que la señora Fresia se encuentra en óptimas condiciones, ha tenido una positiva evolución y no ha presentado problemas físicos. “Nosotros estamos tomando los resguardos con nuestros adultos mayores. Entendemos la necesidad que tienen algunos familiares de verlos, y por supuesto que comprendemos a don Mario, pero por el momento creemos que no es conveniente que ingrese nadie desde el exterior, para evitar tener problemas con este virus. La gente tiene que tener paciencia”, expresa Natalia.
La poca ayuda
Encima, en lo económico, don Mario dice tener mala suerte. Claro, no le ha tocado ningún bono del Gobierno. “He realizado los trámites, pero me han rechazado. Y respecto al 10% del retiro de los fondos de las AFP no califico porque yo tengo una pensión vitalicia, entonces no me queda a qué echarle mano. Espero superar esto, porque esa pensión no me alcanza. Pago $200 mil de arriendo y recibo $190 mil. No hay por dónde”, relata, con un tono de resignación.
María José interviene. La nieta de este hombre -técnico en enfermería- siente orgullo cuando lo escucha hablar. “Es increíble la fuerza que tiene, pese a estar con una depresión. Y bueno, la cuarentena le ha venido peor, porque el negocio de las plantas como que lo estaba sacando adelante, pero ahora está totalmente parado con eso. Aun así, él no se va a rendir”, dice la joven, quien resume el día a día de su abuelo hoy. “Se levanta, ve películas, algunas veces, otras veces no. Después toma desayuno, almuerza, y en el intertanto está ahí, con sus plantas”, afirma la joven, con un nudo en la garganta que el llanto no quiere desatar. Y en su última frase grafica la esperanza de don Mario, quien está convencido que estando allí, alguien lo verá cuando pase por la calle y se detendrá a consultarle por alguno de sus frutos, antes que se marchiten, porque él tampoco quiere marchitarse.
Para todas aquellas personas que deseen apoyar a don Mario pueden contactarse con él directamente al número 9 94 53 74 01.
Cronología
Noviembre del 2018
Fresia es traslada a Fundación Las Rosas donde recibe los cuidados para tratarse.
Febrero del 2020
Don Mario se instala con su negocio de árboles frutales y plantas.
Marzo del 2020
La Fundación deja de recibir visitas debido a la pandemia. Don Mario no puede ver a Fresia y se agudiza su depresión.
Julio del 2020
Se decreta la cuarentena total, y el emprendimiento de don Mario está a punto de derrumbarse.